El Silencio De Las Flores ©

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Ehud Damnum jamás se había sentido tan pequeño y tan culpable como se sentía ahora, aún sin haber hecho nada. Pero temía que todo su futuro dependiera de ese ser misterioso que se hacia llamar simplemente: “El Hombre”, se arrepintió de haber acudido a él en busca de respuestas que quizás, hubiese podido conseguir por su cuenta.

Tenía 72 horas para pensar algo, lo que fuese, que lo ayudara a liberarse del enredo en el que se había metido.

Las personas desesperadas no suelen pensar mucho las cosas, él tenia claro que El Hombre podría venderle su secreto a cualquier persona. Pero eso no era todo, él lo culpaba por la muerte de Amelía Granda, y para la gente que acudía ante el gurú, sus palabras parecían ser ley, así que nadie pondría en tela de juicio la veracidad de esa información.
Su padre iba a matarlo, eso si tenia oportunidad de hacerlo antes que Rameau o Frank Dula.

—Te vi entrar hace rato —la más vieja de las Blomst apareció en su habitación como un espectro— No se ve bien, alférez ¿Quiere que le dé un té de tila? Todo lo que ha pasado con Amelita nos tiene muy mal.

—Eh... No señora Blomst, estoy bien. Es solo el cansancio.

—A su edad no deberían sufrir de cansancio. A penas está empezando a andar, ¿cómo será cuando ya haya recorrido todos los caminos que yo recorrí?

Ehud hizo un ademán de sonrisa, esperando que eso bastara para largar a la vieja. Pero ella era sumamente intuitiva y sabía que aquel joven policía estaba escondiendo muchas cosas.

—¿Tienen alguna pista del hombre? —preguntó con inocencia.

Pero la sola mención hizo crispar los nervios del más joven, que no aguanto más y le pidió a Gardenia que lo dejara descansar.

****

Lila Blomst trataba de mostrarse serena frente a su madre, pero era imposible. Su hija había sido asesinada por Dios sabe quién y ella no podía mover ni un dedo.
Además ahora cargaba la tensión de haber compartido "el secreto" con alguien más.
Pero por alguna razón (que se negó rotundamente a compartir), Erbert pensaba que podía confiar en él.

—Damnum sabe guardar secretos —había dicho como broche de la conversación.

Y ella no insistió en saber más, porque de esa forma funcionaba su relación. Rameau solucionaba los problemas de la Blomst y ella no se metía en lo absoluto.

Incapaz de dormir, empezó a acariciar el anillo invisible que había portado por veinte años. Era algo que hacía para sentirlo más cerca.

Aún recordaba el aroma del gallardo uniforme que él llevaba el día de la boda. Tan sólo ella y él capellán habían estado presentes. Aún era capaz de evocar los nervios que sentía en ese momento, porque eran las 3:27 pm y su madre llegaría a casa a las 4, justo después de la terapia de su padre.

—¿En qué piensas mamá? —Dalia acababa de despertar en su regazo, y llevaba buen rato observándola.

—En nada, cariño... En cosas viejas.

—¿Qué tipo de cosas viejas?

—Recuerdos de cuando era joven. Vuelve a dormir pequeña —empezó a acariciar los largos cabellos de su hija mientras entonaba sin voz una canción de cuna.

—Mamá...

—¿Hmmm?

—¿Tú alguna vez has estado enamorada?

«Enamorada». Aquella palabra no podía pronunciarse en esa casa, no cuando Gardenia descansaba en la otra habitación y podía oírlas en cualquier momento.

—Vuelve a dormir, Dalia —esta vez no había dulzura en su frase.

—¡Primero responde! —insistió la chiquilla.

—¿Por qué? ¿Por qué estás preguntando esas cosas? —soltó a la defensiva.

—Porque tal vez yo esté enamorada.

—Tú no estás enamorada de nadie, y nadie podría estar enamorado de ti. Eso es imposible.

Dejó caer la cabeza de la más joven sobre el almohadón y ella se deslizo por un costado de la cama, de regreso a su habitación.

Al llegar, se hincó frente al crucifijo de plata que colgaba sobre la cabecera y le rogó a Dios, a Jesús y a Virgen que a Dalia no se le ocurriera preguntarle eso a Gardenia.

****

La última vez que algun  Blomst habló de “enamoramiento”, fue hace muchos años, cuando Lila le preguntó a su madre si lo que sentía por el joven oficial que vivía con ellas, era amor.

En ese entonces, la respuesta de la mayor no fue muy diferente a la que Lila le acababa de dar a Dalia:

—¡Eso no es posible para ti!

Y tenía razón, pues desde el día de su nacimiento, la pequeña Lila tenía escrito su destino.

«LA SANGRE DEBE SEGUIR PURA»


Había sido un lema utilizado en la familia Blomst por más de diez generaciones.

Comenzó casi cuatro siglos atrás, cuando a Antoine Blomst se le metió a la cabeza que él y su familia tenían algo que los hacía especiales. Convenció a su esposa Gertudris, que la única manera de conservar "ese don", era manteniendo su sangre limpia de impurezas.
Por ello tomó a sus dos hijas: Rosa y Azucena, y las convirtió en sus esposas. 
Su matrimonio múltiple era mal visto en la Costa Gálica y completamente despreciado en todo el país. Por ello, antes de ser descubierto, tomó a sus tres esposas y se mudó al entonces despoblado Palazzo.
Ahí nacieron sus hijos: Lirio, fruto de su unión con Rosa; y Fresia y Peonías, frutos de Azucena.
Algunos años más tarde, tuvo a su última hija, Lavanda, cuya madre era Lirio.
Lavanda se casó a los catorce años con Narciso, el hijo de Fresia y Peonías. Ellos tuvieron una hija, Dalia. Quien se unió a Peonías, a raíz de la muerte de Fresia.
Ellos tuvieron a Gerbera, quién se uniría a su abuelo y hermano, Narciso. De ahí nacería Ophrys, quien también tuvo un hijo con Narciso, Crinum.
Cuando Crinum tenía trece años, se unió a Ophrys, su madre y engendraron a las gemelas Lobelia y Orquídea. Lobelia murió de cinco años a causa de una afección pulmonar, Orquídea por su parte continuó la tradición familiar y se unió a su padre para procrear a Iris.
Fue también por esos años cuando se hicieron de una posada en la cima de la colina D'Este.



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En el texto hay: policial, psicologico

Editado: 12.07.2018

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