Alan apareció con la noticia de que se había inscripto en un instituto de gastronomía. Teniendo un trabajo fijo con cual pagarlo, ese año pudo matricularse. Estaba muy entusiasmado así que hablaba desenfrenadamente del tema por lo que terminé siendo instruido sin querer sobre el lado más ignorado de la cocina. Lo acompañé a comprar todo lo que necesitaría y conocí el instituto cuando fuimos a buscar el programa de estudios para el primer año. El lugar estaba algo lejos, apenas era cómodo hacer el viaje en auto y Alan lo haría por su cuenta, al menos el de regreso. Eso fue toda una discusión ya que se negaba a que yo fuera a buscarlo y, aunque no acordaba con su idea de que hacer tal cosa me importunaría, cedí en favor de respetar su decisión. Su programa decía que tendría clases los martes, jueves y viernes, clases a las que llegaría a tiempo si corría del trabajo al instituto.
Sabía que esto nos quitaría tiempo juntos, no sólo por esos tres días de la semana, sino porque tendría que estudiar también. Para mi asombro, la carrera contaba con varias materias teóricas, no era sólo cocinar. Pero él relucía de una alegría sin igual que no daba lugar para pensamientos negativos.
El primer día, además de llevarlo, sí fui a buscarlo impaciente por saber si el instituto era como sus folletos prometían. Alan dio su aprobación apenas me vio, maravillado hasta por las cosas irrelevantes. Todo era tema de conversación, desde el uniforme hasta los compañeros de los que no recordaba nombre, sus profesores y casi cada palabra mencionada por ellos. Todo junto a un perfecto resumen de las clases. Estaba muy emocionado.
Nuestra rutina cambió radicalmente a raíz de eso. Él tenía sus clases, estudiaba y contaba con nuevas amistades del instituto que demandaban su atención. Y también estaba más cansado. Después de un tiempo fue inevitable que me entristeciera un poco, no me había tomado mucho tiempo acostumbrarme a que fuéramos nosotros dos sin nadie ni nada más. Pero él estaba teniendo una vida fuera de mí. Como remedio a la situación yo opté por tener una vida fuera de él. Así que mis amigos me recuperaron, o así categorizaron ellos el hecho.
Me distrajo y mucho más de lo que esperaba que lo hiciera. Me encontré con que incluso mi relación con ellos cambiaba. Tanto ellos como yo podíamos ser abiertos en lo que a mi vida se refería, lo que acortó la distancia que existía entre nosotros. Hubo una renovación de vínculos en la cual se formaron problemas, discusiones y polémicas cuando uno de mis amigos fue sincero admitiendo que no aprobaba mi estilo de vida. Lo ocurrido supo dolerme y me preocupó mucho la conmoción general que había causado. Pude aceptar el rechazo pero temía que algunos de mis amigos no pudieran hacer lo mismo, resintiéndose contra el aparentemente ya no tan amigo mío. Horacio fue quien más me costó calmar y convencer para que él mismo no se comportara como un idiota.
Cuando todo se apaciguó, las cosas volvieron a normalizarse. Así que los días que no estaba con Alan los usaba para estar con mis amigos.
A veces iba a buscar a Alan por motivación propia, en especial los días que llovía o hacía mucho frío, pero también ocurría que él me lo pedía. Sus compañeros me reconocían al verme y me saludaban muy animados. Una vez, una de sus compañeras dijo envidiarme por estar con Alan, mientras otra dijo envidiarlo a él. Casi todos eran chicos de su edad, muy amistosos todos.
Los cambios en nuestras vidas no afectaron nuestra relación. Y creo que eso mismo nos reafirmó, a pesar de todo, el deseo de estar juntos el mayor tiempo posible seguía fuerte en ambos. Aunque nos veíamos siempre en el trabajo, en esas circunstancias podía ser irritante: vernos teniendo que guardar mucha distancia, casi tratarnos como desconocidos. Así que nos pusimos muy hogareños, no salíamos tanto como antes, nos quedábamos en mi casa sin querer ser interrumpidos.
Hablábamos mucho del amor y de querer pasar el resto de nuestras vidas juntos, exponiendo cada pedacito de nuestra persona. Alan hacía promesas de hacerme feliz y yo de cuidarlo y protegerlo.
Alan tenía tanto control sobre mi cocina que yo ni siquiera me ocupaba de las compras. Había quedado en el lugar de quien no sabe qué hace falta y qué no es necesario comprar. Además él realizaba todas las prácticas en mi casa. A razón de eso, para la eterna risa de mis amigos, decidí comenzar a hacer deporte, tenis obviamente, sino me cuidaba estaría en problemas difícil de arreglar a mi edad y rechazar la comida de Alan no era algo que contemplaba con gusto.
No fui el único en probar de su comida, algunos de mis mas temerarios amigos que aceptaron pasar por la tan llamada extraña visión de vernos juntos, tuvieron la oportunidad al cenar en casa y, por su puesto, también mi familia. Sus padres estaban un poco más habituados pero aún así Alan quiso lucirse ante ellos con sus nuevos conocimientos en un almuerzo en mi casa, al que, sorpresivamente, no se mostraron incómodos ante la invitación.
Pero yo era a quien agasajaba con sus mejores platos. A veces me sorprendía con comidas muy elaboradas que acompañaba con curiosos postres junto con un exagerado arreglo de la mesa. En una de estas cenas románticas aproveché para sorprenderlo de manera muy especial, abriendo frente a él una cajita con anillos.
Sucedía en los lugares más extraños que me pusiera a pensar en todo lo que había cambiado mi vida gracias a Alan. Lo miraba y pensaba que él nunca podría hacerse idea de la magnitud del efecto que había tenido sobre mí. Creía que a pesar de haber experimentado cosas que me hicieron tocar fondo al punto de desear morir, la vida era algo que valía mucho la pena vivir.
La primera vez que pensé en eso estaba en un hipermercado esperando que Alan decidiera cual de los dos frascos que tenía en las manos llevaría. Quedé embobado, mirándolo como un recién enamorado, el resto de la compra y en el estacionamiento, en cuanto nos acercamos al auto, no pude contenerme y lo besé apasionadamente. Y nos besamos en ese lugar descaradamente hasta que un fuerte bocinazo nos hizo saltar del susto. A un costado, en un auto con un grupo de chicos dentro, comenzaron a gritarnos tonterías mientras aplaudían riéndose por el espectáculo que ofrecíamos. Alan volvió a besarme animándolos a hacer más escándalo, pero nuestra propia risa no nos permitió ir muy lejos con el beso.