La puerta de mi habitación rechinó lentamente, como si anunciara la visita de un espectro y me desperté de inmediato de mi profundo sueño. Suponía que la puerta ya estaba cerrada, pero a lo mejor las bisagras estaban dañadas por la antigüedad.
Me senté un momento en la cama y busqué mi celular en la mesa para ver la hora; eran las dos de la mañana y todo estaba sombrío. Divisé sus ojos en la oscuridad, fantasmales y a la vez sublimes ojos amarillos, sabía que me estaba observando y que planeaba acercarse más, un frío me recorrió los huesos y suspiré.
Uno, dos, tres pasos, se acercó…
Yo sabía por alguna razón que él podía ver mis ojos también, y en medio de tan lúgubre madrugada, teníamos una sincronía que me aterrorizó. Todo en él profesaba un misterio sin igual; era un ser huraño, pero por alguna razón yo era quien le gustaba, no era la primera vez que lo atrapaba husmeando en mi cuarto, me seguía a todas partes y tomaba siestas en mi cama sin permiso.
De pronto saltó hacia mi, como si tuviera un sentido de pertenencia conmigo y se recostó en mis piernas. En ese momento medité sobre cuantos secretos escondían los gatos.