El tiempo perdido

3

            Se fue con la carpeta en la mano. La echó en el compartimento de su moto y se fue de vuelta a casa. Los perros del pasaje ya no se daban el trabajo de perseguir las motos, eso era para perros jóvenes. Lo de ellos era estar panza abajo y ladrar de vez en cuando. Bueno, no eran muy distintos de Boris, que a esas alturas los consideraba como una buena compañía.

            En fin, el viento golpeando su cuerpo lo relajaba, y, tras la no-historia del banco, estaba bastante más despejado. Necesitaba distraer su cabeza un poco y levantar su ánimo. Lo había logrado bastante bien. Al llegar a casa el espejo no tenía ninguna nueva respuesta que darle, aunque él tampoco tenía ninguna pregunta que hacerle.

            Preparó una sopa de pollo, revisó los datos del banco, y todo estuvo en orden, hasta que de nuevo, sintió el silencio de la casa. Esa vez, en vez de desesperarse, se rio.

            —Vaya —dijo a la nada como si lo escucharan—, soy patético.

            En efecto, era patético, según veía. Vivía en una casa que hacía años pagaba religiosamente, pero era patético. Tenía una moto bastante bonita que compró con los honorarios de un proyecto bien pagado, pero era patético. Tenía una linda cama, pero levantarse de ella todos los días era un martirio, y seguía siendo patético.

            Mirando en retrospectiva, sentía que la estabilidad que logró a lo largo de los años no valía de nada. Se sintió miserable. Cómodamente miserable.

            Siguió haciendo sus cosas, revisando correos y cifras, a ver si así dejaba de ser tan patético. Se decía que el trabajo dignificaba al hombre, pero su problema no era de dignidad. Nadie en sus condiciones podría decir que vivía indignamente, pero tampoco nadie podía asegurar que, en sus condiciones podría vivir feliz. Su padre, muerto. Su madre, aún en la cárcel por asesinarlo. Su hermana había salido adelante antes que él, y fue internada por depresión severa dos veces el mismo año. 

            Solo.

            Irremediablemente.

            Necesitaba un poco de aire. «Mucha melancolía para un viernes» se dijo.

            Al parecer, eso de hacerse pocos amigos por la vida no le estaba saliendo muy a cuenta. Poca gente a la que llamar, y a los que llamar, no tenía para qué llamarlos, si pasaban en constante contacto, o se enteraba por otro amigo cercano. De momento, la única persona a la que tenía una excusa para llamar era Teresa. «Sí, podríamos ser buenos amigos» se de pie frente a su cama antes de marcar. No contestó.

            Ya iba a marcar de nuevo cuando, de reojo, vio su imagen en el espejo. «Diablos. Sí que soy patético» se dijo Boris.

            Estaba un poco pusilánime. Se tuvo que obligar a leer un libro. No era lo correcto, y él lo sabía, pero en el banco le había funcionado eso de huir de la realidad. Ya haría algo más profundo, pero de momento, necesitaba anestesiarse un poco los remordimientos, calmar los nervios y de ahí ponerse en acción.

            «Mi madre habría dicho que tenía que haber salido más, y tal vez uno que otro “te lo dije”. Hace tiempo que no voy a visitarla, pero no se lo merece. Ella lo aceptó en su momento, y yo ya tuve todo lo que necesitaba de ella. Mi padre habría dicho que tenía que meterme con alguna mujer. Pensándolo bien, no es una mala idea» se dijo.

            Así que se fue a una discoteca a la que iba de vez en cuando. Fue con Jérez, un viejo amigo al que llamó de imprevisto, y le preguntó si lo acompañaba a la discoteca. Respondió que sí, y a la mañana siguiente, ella se había ido y él dormía plácidamente. Le dejó su número en el velador. No se lo había dado en toda la noche. De todas formas, no importaba, porque él no la llamaría nunca después.

            Al despertar, sintió como si el tiempo no hubiera pasado. Tampoco era como si recordara mucho, pero seguía en el mismo punto. Sí, tenía recuerdos nuevos, pero seguía en el mismo punto. Claro, la había pasado bien en la noche, fue divertido hablar con ella en la disco, y llevársela a la cama, pero ahí estaba de nuevo. Había sido divertido, pero no llenó sus expectativas.

            Estaba más o menos seguro de que no era lo que necesitaba, pero también podía ser que no haya sido la persona o la noche correcta. Estaba un poco más orientado, pero aún con las suficientes dudas como para impedirle llegar a una conclusión.

            En su momento, Jerez llamó a Boris. En parte, lo felicitó, pero también estaba cerciorándose silenciosamente de que Boris estuviera a salvo, cuerdo, y de que no le hayan robado. Boris le dijo que estaba bien, que lo pasó bien, y todo, pero que la había pasado bien.

            —Qué raro que me llamas —dijo Boris tras los primeros segundos de llamada—.

            —Tienes razón.

            —Tú nunca llamas a nadie, ¿estás bien?

            —En realidad, eso te quería preguntar a ti.

            —Ya te dije: estoy bien. Desperté bien, comí bien, me di una buena ducha, ya se me pasó la caña…

            —No, no en ese sentido.

            —¿Cómo?

            —Digo… mira, ayer estabas con cara de que querías hablar de algo, o como si quisieras escupir algo. Pensé que podrías necesitar hablar con alguien, pero no junté los cabos hasta esta mañana. Eso.

            Hubo un breve silencio, seguido de un instintivo «no pasa nada, estoy bien». Al cortar, Boris se sintió como un estúpido. Jerez era un sabio. Entendía con pocas palabras, y tal vez pudiera ayudarlo en algo. Era una buena oportunidad para equilibrar un poco más el espíritu, o por lo menos tener contacto humano. Por suerte para Boris, él haría honor a su sabiduría al no dejar sus sospechas tras la llamada. En eso, Boris se miró al espejo y se notó preocupado. Nuevamente, era patético.

            «Soy un imbécil. No puedo pedirle algo así. Esto no es su problema, este es entre mí mismo y mí mismo. No puedo pedirle que venga a resolver mis problemas por mí. Si lo llamo, no será la primera opción» se dijo.




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