“Después de Guillermo”
Al finalizar el curso, también finalizó una etapa en la vida de todos los alumnos, pero en el caso de Helena, además de acabar la etapa infantil para comenzar a formarse y convertirse en el adulto que cada uno decidiera ser, fue una ruptura con las personas. Aprendió a no confiar y mucho menos a enamorarse. La lección aprendida en el último año, se escribió a fuego en sus entrañas y la cicatriz que se le formó en su corazón, fue su coraza para no volver a confiar en nadie.
La madre de Helena tenía miedo de la repercusión de la decepción sufrida por su hija y que ésta tirara por los suelos todos los sueños que tenía, por eso cuando Helena le dijo que se convertiría en la mejor reportera del mundo, su madre se alegró porque volvió a ver brillar el entusiasmo en los ojos de su hija y pensó con agrado, que había superado todo lo que pasó con Guillermo, o mejor dicho, quiso pensarlo, porque en el fondo de su corazón, sabía que una decepción como la que había sufrido su hija, no se olvida nunca, sólo se aprende a vivir con ella.
Helena había sacado de nota media un sobresaliente, así que podía escoger cualquier instituto. Todos estarían encantados de contar con una alumna tan brillante. Aunque Guillermo y Julia se habían marchado del pueblo, su madre pensó que para que su hija olvidara todo y pudiera por fin llevar una vida normal, tendría que empezar de cero, sin nada que le recordara su vida anterior. Ciudad nueva, instituto nuevo, compañeros nuevos, así que una tarde de verano en la que habían salido las dos a tomar un helado en una terraza de la plaza mayor, la madre le propuso a Helena la idea que le andaba rondando por la cabeza desde hacía unas semanas, cuando que Helena había hecho la matricula para cursar el bachillerato en el instituto de la comarca.
—Hija, ¿te acuerdas del tío Alberto y de la tía Catalina?— Le preguntó la señora Cantalapiedra a su hija, cuando ésta llegó con los helados que había ido a pedir al mostrador de la heladería, mientras su madre se había sentado en la única mesa que quedaba libre, resguardada de los últimos rayos de sol de la tarde calurosa de primeros de julio.
—Si mamá, pero sólo por escucharte a ti hablar de ellos. Casi te quedas sin tu helado favorito, parece que no solamente el helado de avellana es tu favorito, también lo es de mucha gente más. — Helena le tendió un cucurucho con dos bolas de helado y su madre estiró la mano para asirlo. Por un momento fue consciente de lo mayor que se había hecho su hija. Era toda una mujer; en el último año, sin darse cuenta, el cuerpo de su hija había cogido forma y estilizado tanto que le sacaba más de una cabeza. La voz se había suavizado y la manera de hablar era tan pausada y calmada, que escucharla le llenaba de paz el espíritu. Una paz que le reconfortaba el alma. Su niña se había convertido en una mujercita bella e inteligente a partes iguales. Sentía que había hecho un buen trabajo al criarla y educarla ella sola y que lo que le quedaba de vida tenía que dedicarlo a mantener esa obra de arte en perfectas condiciones. Por eso había estado dando vueltas y vueltas a una idea durante esa última semana y estaba nerviosa por compartirla con su hija.
—Viven en Murcia y no sé si sabes que en Murcia hay una universidad de periodismo—
—Vale, mamá, no sigas, ya sé por dónde quieres ir. Sabes que no te dejaré aquí sola. De momento haré el bachillerato y después ya veré— Le cortó Helena.
—Pero hija, déjame terminar la frase. Ya sé que no te irás sin mí y ni yo podría estar sin ti. Lo que te quería comentar es que el otro día llamó por teléfono tu tía Catalina para invitarnos a la boda de su hijo, tu primo Albertito—Helena miraba a su madre perpleja. Conocía muy bien a su madre y toda esa introducción iba a acabar en un desenlace que posiblemente no le gustara nada.
—Estaba emocionadísima. Me contaba que la chica es hija única, como tú, pero que sus padres son gente acomodada y que correrán con todos los gastos, a pesar de que a tus tíos no les falta de nada—
—Ay mamá, a nosotras tampoco nos falta de nada, bueno nada material. Así que con tener dinero no es suficiente para ser feliz— Le contestó Helena a su madre y ésta pudo ver en los ojos de su hija el velo de tristeza que pensaba que se había esfumado como los causantes de su amargura.
— ¿Me vas a contar que tiene que ver que se case mi primo Albertito, al que no conozco con que haya una universidad de periodismo allí, antes de que se te derrita el helado?— Preguntó Helena a su madre, mientras le daba lametazos a su cucurucho que también había empezado a derretirse y esperaba con aplomo el disparo de su madre.