el tiempo robado al amor

CAPÍTULO 9

Capítulo 9

“Clara”

  Helena se encerró en casa, no entendía por qué era tan desgraciada. Lloró durante días y semanas, sin apenas salir de su habitación. La madre de Azucena, doña Carmina se acercaba todos los días, varias veces, se le partía el alma ver a esa pobre niña tan triste. Había intentando convencerla para que se mudara con ellas, pero Helena se había negado rotundamente en abandonar su casa; se pasaba los días metida en la cama, sin salir de su habitación, escondida entre las sábanas y no se dejaba ver. La madre de Azucena la dejaba tranquila, con saber que estaba bien, le era suficiente, sabía que necesitaba tiempo y espacio para superar, si es que se podía superar una pérdida tan grande como la que había sufrido la desdichada de Helena. Se imaginaba a su Azucena, con lo débil de carácter que le había salido, en la misma situación que Helena y se le ponían los vellos de punta. Pero Helena era fuerte; le hubiera gustado que su hija hubiera tenido la mitad del coraje de esa niña, sobre todo cuando se dejaba manipular por Julia para llevar a cabo sus malignidades.

  Ese año Helena no volvió al Instituto, no le importaba perder el curso, de hecho nada le importaba. Apenas salió de casa. Si no llega a ser por la madre de Azucena, posiblemente se hubiera acabado alimentando de cualquier cosa que estuviera envasada y lista para comer y no se hubiera cambiado de ropa, ni lavado el pelo, pero esa segunda madre que su primera madre le había regalado antes de irse, no consintió que eso ocurriese y con una paciencia maternal, como si de su propia hija se tratase, la cuidó y alimentó hasta que nuevamente Helena consiguió salir de ese bache vital y continuar.

  Llegó el verano lo pasó con sus tíos en Murcia. El primo Albertito acababa de tener un bebé y tenían la esperanza de convencer a Helena para que se quedase con ellos, pero no fue así. Si algo caracterizaba el carácter de Helena, aparte de su tesón para llevar a cabo todas las cosas que se proponía, era su cabezonería y por nada del mundo iba a consentir vivir como si fuera una carga para sus familiares. Se veía capaz, con la ayuda de doña Carmina de no depender de nadie. Así fue que con fuerzas renovadas y la resignación de saber que ya no podía perder a nadie más, comenzó el nuevo curso, decidida a dedicarse en cuerpo y alma a ser una gran periodista y que su madre desde el cielo estuviera orgullosa de ella.

  No tuvo problema en convencer a los profesores en que no le hicieran repetir el primer curso del bachillerato, a pesar de haber perdido casi medio año. Los profesores conocían por lo que había pasado esa pobre huérfana y también sabían que era una gran luchadora a la vez que una excepcional alumna, por lo que no le iba costar ponerse al día en cuestión de conocimientos, de hecho sin esfuerzo, ya estaba muy por encima de la media de la clase.

  Como era costumbre en ella, al comenzar los cursos, tenía la costumbre de sentarse apartada del resto de los compañeros. Había adquirido ese hábito para alejarse de Julia y ahora lo usaba para alejarse del mundo, sobre todo ese año, con más motivo. No quería levantar pena, ni tener que escuchar comentarios lastimosos, ni tener que sonreír sin ganas.  Se concentraba en lo que explicaba el profesor o la profesora y se marchaba directa a casa, pero ese curso comenzó una alumna nueva, que también tenía la manía de cuando llegaba a un instituto nuevo aislarse del resto porque sabía que tarde o temprano volverían a trasladar a su padre y no le gustaba hacer amigos, para no tener que despedirse de ellos a los pocos meses.

  Así fue como Clara y Helena se conocieron, en su afán de aislarse del resto del mundo, construyeron uno suyo propio.

    Clara tenía la misma edad que Helena, a pesar de su ir y venir por institutos y colegios desde que comenzó su edad escolar, al igual que Helena tenía un expediente académico inmejorable, lo que le servía para no tener que haber repetido ningún curso.

  Enseguida congeniaron. A Helena tener a alguien a quien ayudar le servía para olvidarse por un rato de su triste existencia y a no tener siempre presente la idea de que mientras ella estaba en clase, a muchos kilómetros de distancia, no sabía cuántos porque desconocía la ciudad a la que se habían ido, Guillermo y Julia estarían en la misma clase, sentados en el mismo pupitre y al terminar se irían, agarrados de la mano a casa de alguno de los dos para continuar juntos y eso le reconcomía las entrañas a la pobre Helena.

  Vistas por detrás parecía que se había desdoblado la misma persona en dos, cuando estaban vestidas con el uniforme del instituto. Tenían la misma estatura, la misma talla de ropa, la misma constitución física y un cabello negro como el cielo en una noche sin estrellas, pero cuando se las veía de frente, no cabía duda de que eran totalmente distintas. Si Helena destacaba por su mirada cálida y profunda, Clara tenía una mirada felina que no pasaba desapercibida, sobre todo para los chicos que se quedaban hipnotizados cuando se cruzaban sus ojos con esos ojos de tigresa.




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