El típico cliché

Capítulo 5

Daniel

Desde cuando fui consciente de que existía en el plano terrestre me obligaron a escribir historias.

Mi padre era un famoso y aclamado escritor internacional y mi madre una estupenda abogada con todos sus juicios ganados.

Yo debía también brillar. Era mi deber como hijo de medio alumbrar la escena entre mis dos hermanas mayores que resultaban también brillantes por sus grandes notas y liderazgo, gesto que a mí no se me da bien.

Yo no deseaba ser la oveja negra de mi familia. Necesitaba sentirme seguro entre tantos brillos. A mis hermanas nunca les gustó escribir, aunque mi padre revoloteara cada vez cuando ellas ponían sus manos en el teclado de una computadora.

En cambio, a mí me encantaba. Una sensación de tener todo bajo control, manejar los sentimientos de los lectores y de mis personajes. Hacer que todo fluyera como yo deseaba, diferente a mi casa donde debíamos establecernos según las reglas estipuladas de mi padre.

Mis hermanas se pusieron celosas cuando vieron que podía escribir sin ver el teclado, intentaron de todas las formas robarme la computadora para que yo no pudiera terminar mi primera novela y enseñarle a mi padre lo que decían que podía tener "talento".

Pero no pudieron.

A cada rato estaba con un lápiz y un cuaderno entre las manos, escribiendo cada situación que me pasará y transformándola a mi gusto. Si me iba mal en el amor en la vida, en mis historias era un Don Juan, si sacaba malas notas en matemáticas, en mis novelas tenía el cerebro de Einstein.

En nuestras múltiples clases de escritura que mi padre nos dictaba desde que prácticamente habíamos nacido, mis hermanas hallaban la forma de hacer que quedara en ridículo una y otra vez, sin embargo, no me importaba, yo seguía escribiendo sin un mañana hasta que llegó el día que cambió todo.

Mi hermana en una época tuvo un novio hermoso, me arrepiento hoy en día de no haber podido hacer algo mejor que lo que hice, pero el pasado no se puede cambiar solo podemos trabajar para mejorar nuestro presente.

Lo siento por precipitarme, sin embargo, es algo necesario para que entiendas la historia después.

Este novio se llamaba Luis.

Cada día iba a nuestra casa y nos asombraba hablándonos de las estrellas, los agujeros gusanos y negros y las galaxias que deseaba descubrir. Mi hermana mayor, su novia, babeaba al solo verlo hablar entusiasmado de esos temas. Yo comía sin prestar mucha atención a la cena, porque debajo de la mesa escribía como loco lo que decía. Era un tipo interesante, aunque hablara de cosas triviales siempre tenía ese tono de quién ha descubierto el universo por primera vez y te daban ganas de saber más del tema.

Después de unas semanas Paula, mi hermana mayor, vino llorando a la casa porque había roto con su novio. Confundido me acerque y le pregunte la razón, ella no me respondió, solo me miro con tanta furia que me dio miedo sostenerle la mirada.

Pasaron algunos días más y mi hermana no me hablaba, cuando nos encontrábamos en los pasillos, me ignoraban y seguía su camino, muchas dudas se me acumularon en mi cerebro que ya no dormía de noche. Me sentía culpable de ese hecho, pero no sabía la causa. ¿Qué hice yo? Nunca le di mi desaprobación y tampoco hice algún show de hermano celoso y tonto.

¿Qué era eso que mi hermana odiaba de mí?

Que curioso es ahora recordarlo. Porque fui un tonto que no se percató de que el novio de Paula no la quería, sino que deseaba algo que no estaba a su alcance.

Una noche salí de mi casa y empecé a correr fuertemente en un intento en vano de olvidarme de tantas presiones y liberarme con el aire. Lloré y lloré hasta deshidratarme cuando una persona chocó bruscamente conmigo. Con los ojos nublados caía de trasero al piso, me retorcí y arrastrándome me pare.

Una figura conocida inundo mis fosas nasales con su perfume, me abrazó y estrujo entre sus brazos. Podía escuchar su respiración y esa persona la mía. Estábamos tan cerca que la cara de Luis se veía tan irreal que tuve que parpadear para poder reconocerlo. Sostenía mi cintura entre sus brazos largos. Un escalofrío me recorrió de la punta de la espalda a los pelos de mi cabeza. Sin poder decir algo se abalanzo hacia mí y junto sus labios con los míos, sediento, sus ojos estaban negros, llenos de deseo mientras que los míos eran pozas profundas y vacías.

No sentía nada y me sentía mal por eso.

Era feo saber que tenía que rechazarlo porque yo no lo quería lo suficiente como para devolverle el beso con la misma fiereza. Mi cuerpo estaba rígido y frío a su toque, que paro de besarme y en vez de actuar como una persona normal y soltarme porque a mí no me estaba gustando nada eso, deslizo sus manos a mi espalda y pantalón.

Me tocaba.

No tenía mi permiso, mi boca estaba paralizada, no podía gritar y exigirle que me dejará en paz.

Yo era un agujero negro, absorbía la vida de los demás y no vivía la mía. Obedecía sin rechistar a mis padres, no me sentía vivo. El dolor no se sentía lo mismo, ya no existía, me sumergía en agua que no era capaz de beber. No tenía una razón para vivir y ese preciso momento me di cuenta de que necesita tener una razón, pero no sabía cuál era.



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En el texto hay: amor, internet, escritores

Editado: 04.04.2018

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