El típico cliché

Capítulo 7

—¿Pero acaso no es el sueño de cualquier escritor ver su obra en físico publicada? —inquiero molesta. No me parece que tenga ojeras de tanto esperar por la aceptación de nosotros y ahora viene y se queja conmigo. Es un desagradecido.

—Obviamente, sin embargo, tienes que pedir permiso primero y luego inscribirme. No puedes hacer lo que quieras, solamente porque tú quieres—me rebate con el ceño fruncido. Este chico es demasiado amargado que no se parece en nada al chico alegre y chistoso de sus escritos. ¡Qué gran estafa!

—¡A, claro! ¡por que el niño famoso necesita que firme un contrato! ¿sabes qué? Metete todo eso por donde te quepa.

—¿Cómo puedes estar enojada? ¡aquí el enojado soy yo! No puedes manejar el mundo a tu antojo—grita perforando mis oídos. Que maleducado me ha salido el niño.

—¡Porque yo también me esfuerzo! ¡y no logro nada! Y tú solo por tener un papá escritor famoso y vivir una patética vida de mierda puedes hacer lo que quieras. —reclamo más enojada que nunca. Él me mira ferozmente, saca sus notas de su cuaderno y las va rompiendo delante de mis ojos. Como si con sus apuntes dejaría de ser un Dios en la escritura.

—Yo nunca quise serlo. Para mí, la vida era mucho mejor que tener a gente estúpida a mis pies. ¿Eso es lo qué quieres? ¿seguidores? ¿fama? ¿para qué te sirve eso? Para nada. Piensas que sería mejor ser conocido, ganar dinero, casarte con tu esposa o esposo ideal, tener yates y una piscina más grande que este país, no obstante, eso no es para siempre. La fama es efímera. Eso es lo que nadie entiende todavía. No es mi culpa, ni de los demás que tus historias sean insípidas y sin colores. En vez de quejarte ponte a trabajar.

Mi cara se congela por unos instantes. ¿y este estúpido que se cree? ¿Dios? Me harta que esta gente piense que me conoce solo por ver mis intentos fallidos de llegar a los demás con mis escritos. ¿Por qué siempre doy esa impresión? Lo que más deseo es dar lo que he recibido con los libros a los demás.

—No... es eso lo que quiero mostrar—susurro. Daniel me contempla asombrado—. Quiero ser alguien ¿me entiendes? Quiero ayudar a los demás, pero no sé cómo. Cada mañana me levanto con la convicción de hacer algo bien y cuando no lo logro me frustro y no hago más que llorar. Mi sueño es no ser famoso, tal vez quiera ser amado por los demás, ya que en el colegio no me va bien... en verdad que no sé qué carajos quiero.

Cuando estoy enfrente de esta persona, mi verdadero ser toca el cielo, y es algo odioso, porque siento que puedo hablar con él con tal naturalidad de que todas las capas que intento guardar para no ser lastimada, salen disparadas a la luz sin más. Y de seguro que esta persona no siente lo mismo por mí, y vamos ¿quién lo haría? Soy un intento fracasado de alguien que quiere cumplir sus sueños. Una muñeca rota que desea estar arreglada.

—Bueno... yo también me he pasado con lo que te dije—se sonroja y se pasa el pelo por detrás de su oreja—... Aunque no te perdono que hayas hecho eso ¿estás loca? —dice en puchero tierno.

Este chico es demasiado pasivo que me da unas ganas de protegerlo de la gente cruel. ¿cómo una persona puede ser tan buena que lastima tus ojos al verla? Sinceramente, voy a terminar vomitando arco iris si sigo con él.

—¡Ustedes dos! —nos miramos confusos. El profesor pone los ojos en blanco y nos señala—¡si ustedes los novios! —un silbido general colorea mis mejillas y ni hablar del pobre tartamudeo de Daniel, que con sus cachetes podría pasar por una frutilla.

—¡Él no es mi novio! Primero muerta que nada—tercio su exclamación, codeando al rubio/castaño para que diga algo. Pero lo hemos perdido, el pobre está desmayado en medio de la horda de personas.

—¡Me da lo mismo! —se coge el nacimiento de la nariz y resopla—. ¡Vayan a detención! En esta escuela no se permite la indisciplina y los coqueteos de personas.

—Profesor, con todo respeto, yo y coqueteo no se pueden mezclar en una misma frase. Yo sé más de amor que una viejita con Alzheimer sabe de sus hijos.

—Me vale un pepino, señorita Torres. Usted y el señor que se sonroja cada dos por tres, van a ir a la sala de detención por segunda vez.

Daniel alza su cabeza y asiente, para luego volver a cerrarlos.

—¿Lo arrastro? ¿o qué? —le digo al profesor, que mirándome fastidiado, chasquea los dedos y dos orangutanes se lo llevan a la salita.

...

—¿Cómo es posible estar los cinco de nuevo juntos? —inquiero bufando por enésima vez. Henry y Jake cruzan miradas retadoras y James sonríe angélicamente.

Y Daniel, el pobre de Daniel no se ha levantado, aunque le hemos lanzado varios baldes de agua fría.

—No sé. Pero ya sé cómo despertar al dormilón de Daniel. —interviene el asiático yéndose a la bodega.

Y antes de poder decirle que es una mala idea, cualquier cosa que quiera hacer, porque no creo que al chico le haría bien a su salud mental que le hable yo específicamente o que James hable de mí.



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En el texto hay: amor, internet, escritores

Editado: 04.04.2018

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