El titán de Varsovia

PARTE II: EL TITÁN DE VARSOVIA

     El titán no tenía un nombre, como todos los doppelgänger. Y como soy increíblemente generosa —más bien, solo soy demasiado entrometida—, yo decidí ponerle uno. Sin embargo, fue el único al que no le gustó la idea, y como el orgullo formó un lazo irrompible alrededor de su corazón desde su nacimiento, él desechó mi nombre para escoger uno por sí mismo. Lo eligió mientras recorría las calles empedradas de la ciudad de Varsovia. Ese día, el viento acariciaba su cara como ningún ser en este mundo lo haría. Y, mientras escuchaba el canto de las aves y la electricidad que solo él podía percibir, lo recorría entero, sonrió con tristeza genuina.

Un gesto que pensó que nadie vería nunca… Pero yo sí lo vi.

El amor y el odio son como el caramelo.

 Varsovia, 1720

Un brujo me dijo que la energía que emanaba de la ciudad era tan aplastante como un edificio, de hecho, me dijo que si cerraba los ojos podía imaginármelo. No hacía falta, ya me había pasado.

Caminé sin rumbo definido, guiada de vez en cuando por Barnabas. Al llegar a la calle de los Bernardino, me sentí tan pequeña que no pude evitar asustarme. El miedo no provenía de la imagen que gritaba ser plasmada en un lienzo eterno, sino de la sensación acuciante de la guerra, impresa en cada rincón.

La guerra siempre fue una realidad.

Mi intención no era hacerme eco de cada piedra y rincón repleto de memorias. Lo único que quería era que Barnabas me dijera en dónde podía encontrar el objetivo que me había ordenado perseguir. Mi objetivo no era una cosa, era un ser vivo.

Mientras caminaba, recordaba al titán.

Andrzej fue el nombre que escogió y desde entonces, las criaturas solo lo llamaban titán cuando el miedo los obligaba a hacerlo. Después de todo, era su esencia de doppelgänger. Andrzej siempre pensó que el apodo estaba mal enfocado. Yo lo llamé titán porque su potencial abarcaba un universo entero de posibilidades y porque su muerte era imposible. Pero él se percibía a sí mismo de forma distinta: el titán era un gigante que se negaba a ser derribado. Si no lo hubieran creado con un propósito, Cero se hubiera lamentado aún más por su existencia.

Existen dos particularidades alrededor de la figura de Andrzej: magia y alquimia.

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La constitución del titán era como la de cualquier personaje de leyenda. El primer castigo de Cero consistió en quitarle la posibilidad de hacer magia. Eso despertó la locura de Andrzej. Tiempo después, el titán encontró otra práctica emocionante que sí seguía las reglas naturales: la alquimia. El único problema era que no funcionaba en todo ni en todos.

Al titán le prohibieron usar magia, pero fue él quien les enseñó a las brujas cómo funcionaba. Y fue él quien descubrió cómo usar a su favor cada compuesto químico que la naturaleza ponía a disposición de todos. La famosa alquimia que se apagó entre los humanos, pero que creció y evolucionó entre las criaturas.

Muchas veces, Cero envió a Ira —el enorme perro que me persiguió a mí— detrás de Andrzej, pero la bestia cuadrúpeda siempre era derrotada.

Andrzej amaba Varsovia y se negaba a irse. Estaba obsesionado con esa ciudad.

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Habaek enviaba cazadoras al norte una vez al año, y en esa ocasión también decidió enviar criaturas a Europa. Se supone que, de esa forma, todos los cazadores podían aprender y crecer para el beneficio de la orden. A veces, eso los inspiraba para divertirse.

Las criaturas ocuparon un castillo para una fiesta y aunque la idea no me hizo feliz, me presenté usando un vestido de color rosa pálido y una máscara con diseño delicado. Barnabas se empeña en darme siempre una apariencia sencilla y baja estatura. Según él, el objetivo es pasar desapercibida, sin embargo, en un enjambre de criaturas donde todas las mujeres están listas y armadas para la seducción, no cumplo mi cometido. En vez de ser ignorada, llamo más la atención.

Cuando comenzaba a preguntarme por el paradero del titán, lo encontré junto a una de las ventanas. Andrzej luce un traje oscuro que no puede esconder sus dimensiones. No hay forma de que sus dos metros pasen desapercibidos, mucho menos esa melena rojiza de la que está tan orgulloso. En el pasado le pregunté por qué —a diferencia de las demás criaturas— le gustaba llevarlo largo. A lo que él respondió que le recordaba una época mejor. No lo parece, pero el titán es un sentimental.

Tiene hombros anchos y rectos, reafirmando esa postura imponente que obliga a los presentes a mirarlo. Es por eso que puedo verlo, pues a pesar de su tamaño mis ojos no lo habrían localizado entre tantas criaturas.

Algunos doppelgänger están mejor hechos que otros. Solo hay que verlos.

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La fiesta que las criaturas hicieron representaba un alto al fuego, pero los líderes se negaron a aparecer. Andrzej, lejos de sentirse decepcionado por eso, se mostraba dispuesto a divertirse. Y cuando las chispas eléctricas —provenientes de las brujas— se colaban bajo su piel, se sentía feliz.

Esa es una habilidad que desarrolló a través de años de persecución: la habilidad para sentir cuándo la magia lo rodea. Una característica persistente en Varsovia.



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En el texto hay: rey, brujas, dramas y magia

Editado: 27.11.2023

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