El último aullido
Diciembre 1927
Llovía intensamente y la oscuridad de la noche, junto con la espesura del bosque, dificultaban aún más su huida. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, ni hacia donde se dirigía. Tan sólo quería escapar de la bestia que la perseguía.
De vez en cuando, mientras corría, miraba hacia atrás para comprobar si la había perdido de vista, pero aún escuchaba los jadeos de aquél monstruo incansable.
Su precioso vestido blanco se le enganchó en una rama y tropezó cayendo por una ladera. Despertó sobresaltada, se había desmayado y no sabía durante cuánto tiempo había sido. Estaba empapada y sentía mucho frío. Su largo cabello negro, cuál noche, le pesaba, pues era muy largo, hasta su delgada cintura, y estaba muy mojado. Sus grandes ojos azules miraban en todas las direcciones, preocupada y desorientada en busca de su perseguidor. En lo alto de la ladera escuchó un gruñido. Se levantó a duras penas, su espíritu de supervivencia la hacía seguir. Un poco más abajo de aquella colina divisó un pueblo y de la emoción unas lágrimas brotaron de sus ojos. Corrió con las únicas fuerzas que la quedaban, corría hacia su única y posiblemente última posibilidad.
Entró por la calle principal llegando hasta la plaza de aquél pueblo. Era una enorme plaza circular, con un enorme árbol en el centro, parecía un gran roble. No había ni un alma en la calle. Era tarde, hacía frío, la gente dormía apaciblemente en el calor de sus camas y la lluvia continuaba implacable.
Buscó algún lugar donde esconderse a la vez que guarecerse. Estornudó, era lógico, tenía calados hasta los huesos. Apenas veía entre la intensa agua y el sudor que se le metían en los ojos. Pero en un costado de la plaza vio una luz. ¿Es una posada?, se preguntó para si misma. Por fin, quizás estaría a salvo.
Joe iba a despachar ya a su clientela. No solía dejar que pasarán más de la una de la mañana para cerrar la posada, pero por ser un día festivo en el pueblo, hizo una pequeña excepción. Mike Sullivan como siempre, un hombretón de 1,95 y 90 kilos de puro músculo, alardeaba de haber ganado, un año más, el campeonato de cortar troncos organizado en las fiestas. Era normal, no había ningún hombre a la altura de tal portento físico en la toda la región, aún a sus 39 años.
Por otro lado, estaba Jessy Valance, una mujer fatal como solían llamarla. Viuda en tres ocasiones por desgracias, todo sea dicho, aunque más de uno y una, decían que no fueron precisamente accidentes. A sus 53 años todavía guardaba cierto atractivo. Rubia, delgada, adinerada por los seguros de defunción de sus maridos, buscaba conquistar a algún desgraciado mientras ligaba en una mesa con algunos jóvenes solteros, temerosos por conocer los sucesos de sus antecesores, pero interesados en la fortuna de esta.
En el resto de mesas había varios chicos y chicas bebiendo y celebrando el día. Un ambiente muy alegre, sin duda.
El mesón era muy acogedor. De madera en su mayoría. Con grandes mesas rectangulares, una gran barra americana y tras ella múltiples baldas de licores y bebidas varias. Una chimenea de leña y mesas más pequeñas, con forma redonda, para el comedor.
Nuestro tabernero se secó el sudor con el trapo que llevaba en su cintura. Ya la edad le pesaba, también sus kilitos de más y si no fuese por la ayuda de su hija no podría haber sacado adelante el negocio él solo tras la muerte de su amada esposa.
Su hija, Meira, era joven, sí, pero muy despierta para su edad. A sus 23 años había dejado sin palabras a muchos hombres. Y es que vivir detrás de una barra suponía ser dura o ser comida por las obscenidades de borrachos y pervertidos.
Sus ojos color avellana se cerraban de vez en cuando mirando a los clientes desde la barra. Tenía sueño y bostezaba mientras observaba el reloj de pared. Uno de esos de madera con péndulo.
De pronto la doble puerta del bar se abrió con brusquedad dejando entrar una brisa heladora junto con la lluvia del exterior. Una muchacha joven con un vestido blanco lleno de barro y rasgado apareció jadeando, creando un silencio instantáneo y lleno de perplejidad.
-Ayuda, por favor. Él viene...-exclamó con la poca voz que quedaba en su ser.
La joven de pelo negro cayó al suelo desmayada. Parecía que hubiese usado todas sus fuerzas para decir aquellas palabras.
Joe corrió a socorrerla al mismo tiempo que el gran Mike se levantaba de su mesa para llegar hasta ella y la cogerla en sus fuertes brazos.
-Sígueme Mike. Subámosla a una habitación. -le dijo el posadero indicándole que lo siguiera sin dilación.
La multitud se quedó perpleja tras un silencio previo a cuchicheos varios e interrogantes sobre aquella extraña.
Meira, rauda cogió un cuenco, lo llenó de agua tibia, cogió unos trapos limpios y corrió detrás de su padre.
El grandullón subió sin problema a la segunda planta de la posada donde estaban las habitaciones. La joven no pesaba mucho para sus grandes y fuertes brazos. De hecho, seguramente hubiese cogido terneros en ellos más pesados que aquella muchacha.
Caminaron por un largo pasillo hasta que nuestro posadero abrió una de las puertas, su amigo no supo si lo hizo al azar entre todas ellas.
-Aquí Mike, por favor. -señaló el tabernero indicando la cama de la habitación.
Era una habitación individual. Con una cama de 1,80, con sábanas blancas y un edredón granate. Dos mesitas de noche a cada lado. A los pies de la cama, frente a esta, había un mueble bajo con dos cajones y según se entraba a la derecha, el baño y a la izquierda un armario de dos puertas, frente a la puerta, la ventana que daba a la plaza, desde donde podía verse aquél gran roble.
Mike dejó suavemente a la chica sobre la cama.
-Debemos quitarle esta ropa mojada -sugirió Meira mientras limpiaba el rostro de la joven con los trapos y un poco de agua.
-Tienes razón cariño. Iré a por ropa de tu madre. Seguro que aún guardamos algo de ella que podamos usar.
Ambos hombres salieron del cuarto. El posadero agradeció la ayuda de su fornido amigo y lo despidió con amabilidad dándole una palmada en su espalda. Este marchó diciéndole que no fue nada y bajó escaleras abajo. Joe corrió hasta la habitación del fondo del pasillo y buscó en un arcón de la misma algo que pudiera ponerse la nueva invitada y enseguida encontró un vestido de tono terroso. Lo cogió volviendo hacia la habitación.
Llamó a la puerta y su hija la entre abrió.
- ¿Traes algo papá? -preguntó asomando la cabeza por el hueco de la puerta.
-Sí, cariño, toma. -el buen hombre pasó su mano a través y ella cogió el vestido.
-Papá.
-Dime, cielo.
-Prepárale una sopa caliente.
-Muy bien. Echaré a la gente y enseguida la subo. –el hombre iba a girarse para marchar pero su hija volvió a llamarle.
-Otra cosa más, papá.
- ¿Qué sucede?
-Tiene una gran herida en la espalda. Parece un zarpazo de un animal. Trae algo para desinfectarla y algo de algodón... y vendas también.
- ¿Un zarpazo? – preguntó asombrado.
- ¡Papá!
-Está bien, está bien, ya voy.
El hombre corrió hacia el piso principal. Mike estaba calmando a los clientes y sus curiosidades cuando guardaron silencio al ver al nervioso tabernero.
-Damas y caballeros, sé que tendrán muchas preguntas, pero por favor, deben irse. -dijo al llegar al rellano de las escaleras.
Todos los presentes lanzaban preguntas al aire: "¿Esta bien? ¿Quién es? ¿Está herida?"...
Mike pidió silencio amablemente y la gente lo guardó. Todo el mundo respetaba al gran hombre, no tan sólo por ello sino porque también esperaban una explicación.
-Ya habéis oído a Joe. Lleva muchas horas trabajando. Respetémosle. Hoy no podemos saber nada sobre la joven, además de que sigue inconsciente y debemos dejarla descansar. Marchémonos y esperemos a mañana. -dijo mientras con sus brazos en cruz iba haciendo ademán de que la gente fuese saliendo por las puertas.
-Gracias. -dijo el amable tabernero, posando su mano sobre el hombro de su amigo en señal de agradecimiento.
La multitud seguía con sus chismes, pero fue saliendo del local poco a poco.
El gran leñador fue el último en salir y antes de hacerlo se giró para mirar a su amigo, quien estaba calentando al fondo del bar, en la cocina, lo que parecía ser una sopa y le dio las buenas noches.
Este con la mano le devolvió el adiós.
Con una cuchara de madera probó la sopa y comprobó que estaba en su punto y caliente. Sirvió un plato y lo subió a la habitación. Meira lo cogió y su padre fue al botiquín en busca de los vendajes y las demás cosas volviendo después al cuarto.
La joven había vuelto en sí. Estaba cambiada de ropa y la vieja yacía en el suelo junto con su ropa interior y se dio cuenta de que no reparó en haber cogido ese tipo de prendas y se sonrojó.
La joven estaba recostada en la cama con la almohada en su espalda y su hija le levantaba el vestido dejando al descubierto la misma.
- ¿Lo traes todo? -preguntó.
-Sí, sí...aquí está. -respondía trabándose por la situación, pues él siempre había sido muy tímido para estas cosas.
-Acércame el agua oxigenada papá.
-Vo...voy hija.
El buen hombre le entrego la botella. Su hija abrió con los dientes el precinto y echó un poco sobre un paño.
-Te va a escocer un poco. -dijo advirtiendo a la extraña quien soltó un leve gemido de dolor al notar el paño sobre su herida.
-Tranquila. Te pondrás bien. Tiene mala pinta, pero es superficial. Qué raro, parecía más serio de lo que es. No necesitarás puntos.
-Gracias. -dijo la joven desconocida sonriendo al tabernero que se mantenía inmóvil frente a la cama observándola.
-De...de...nada chiquilla. -contestó este agachando la cabeza, incapaz de sostener la mirada de la preciosa joven de ojos de gata que no tendría más de 25 años.
-Papá, estás rojo como un tomate. -exclamó su hija mientras reía junto con la nueva inquilina.
-¡¡Meira!! –le recriminó él. -Por favor...me ruborizas aún más diciéndome eso.
-Tranquilo, papi. Ya termino.
Esta puso unas gasas sobre la herida y la vendó pasando la venda por delante del pecho de la chica y por detrás.
-Bueno...ya está. -dijo satisfecha de su trabajo, frotándose las manos.
-Muchas gracias. De verdad. -dijo mirando el vendaje y a sus nuevos amigos.
-No hay de que pequeña. Duerme y descansa. Mañana será otro día. -dijo el bonachón mientras corría las cortinas y bajaba la persiana de la habitación.
- ¿No me interrogáis? ¿No queréis saber por qué estoy aquí? -preguntaba la chica extrañada mientras miraba a uno y a otro.
-Tranquila. Ya habrá tiempo para ello. Lo que más me preocupa ahora mismo es que alguno de los hoy presentes vaya a contárselo al alcalde. -contesto el hombre mientras ayudaba a su hija a recoger el cuarto-. Así que descansa tranquila. Mañana a la mañana te subiré algo de desayunar y abriré más tarde. -acabó diciendo guiñando un ojo a la joven y saliendo del cuarto cargado con los viejos ropajes de la chica.
-Duerme. Buenas noches. -se despidió también Meira saliendo del cuarto y apagando las luces.
La noche pasó muy rápido ya que de todos modos se acostaron tarde. Eran las once de la mañana y Joe se dio cuenta de que jamás había abierto más tarde de las nueve.
Le costó pegar ojo pensando en la chica, ¿y por qué negarlo?, en saber qué hacía allí. ¿De dónde vendría? ¿Por qué huía?, porque se notaba que huía de algo. ¿La herida de su espalda?
Agitó su redonda cabeza para intentar dejar de pensar en ello y centrarse en el desayuno para la extraña. Su hija bajaba por las escaleras y le dio los buenos días y este le devolvió el saludo. Ella se le acercó y le dio un beso en la mejilla como hacía cada día desde que era pequeña.
- ¿Has dormido bien cariño? -preguntó el campechano hombre y acto seguido bostezó.
-No, la verdad. Que intriga. -ella también bostezó.
-Sí, yo también estoy igual. -ambos miraron hacia las escaleras pensando en aquella desconocida y suspiraron a la vez.
-Bueno. Súbele el desayuno. Espero que le gusten los cereales, el zumo de naranja y las tostadas estilo Joe. -río mientras ponía todo sobre una bandeja de metal y se la pasaba a su hija.
La joven posadera subió poco a poco las escaleras con cuidado para no tirar nada. Llegó a la habitación, dejó la bandeja en el suelo y abrió la puerta con suavidad.
-Buenos días. -dijo encendiendo las luces con el codo.
La joven no estaba en la cama y mientras posaba la bandeja en una de las mesitas de noche pensó que estaría en el baño de la habitación, pero tampoco se encontraba allí. Corrió a subir la persiana y escuchó un gemido bajo la cama. Se agachó y vio a la chica allí, debajo de la misma. Estaba en posición fetal y esta la miró con sus preciosos ojos azules que se veían incluso en la oscuridad.
-Hola. Lo siento, tenía miedo y acabé aquí debajo. Me da vergüenza esta situación.
-Tranquila, no pasa nada.
Meira extendió su mano para ayudarla a salir de allí debajo y la chica accedió.
-Te he traído algo muy rico. - dijo con total naturalidad, para que ella se sintiese cómoda y olvidase el tema. - Mi padre saltaría de emoción literalmente si le dices que te gustan sus tostadas.
La joven se sentó en la cama y su nueva amiga le puso la bandeja sobre las piernas.
-Sois muy amables. Tuve mucha suerte al encontrar a gente como vosotros.
-De nada. Aunque no negaré que si tuviste suerte, porque en este pueblo hay muchas malas personas, cotillas y superficiales. -le contaba mientras se sentaba a su lado.
-Déjame que luego le eche un vistazo a tu herida. Veremos si está mejor. Voy a traerte algo de mi ropa. Somos casi de la misma estatura y físico...aunque admito que tienes más pecho que yo. -río-. También eres muy guapa, otro problema para los hombres que suelen venir por aquí.
La chica sonrió.
-Muchas gracias... ¿eh?…
-Oh, perdona, que modales. Me llamo Meira. -la joven extendió su mano.
-Yo.... -se llevó la mano a la cabeza. Sintió un leve dolor. -No recuerdo mi nombre ahora mismo.
-Tranquila. Puede que te golpeases la cabeza y tengas una leve amnesia. Desayuna. Te traigo la ropa y te esperamos abajo.
La joven posadera salió en busca de algo de ropa y enseguida regresó con un precioso vestido azul turquesa.
-Estarás muy guapa. Además, resaltará tu pelo y tus preciosos ojos. Son muy bonitos y tienen un brillo muy extraño. Aunque yo que tú llevaría un cuchillo para ahuyentar a los hombres.
Ambas rieron.
Su nueva amiga bajó y comenzó a limpiar la barra y prepararlo todo para abrir.
De mientras, la muchacha tomó un baño en la cómoda bañera de su habitación y se puso el vestido. Estaba preciosa. Lo malo era que aún tenía el calzado empapado y decidió; ya que el vestido era muy largo, en ir descalza.
Al bajar las escaleras Meira la observó y vio la falta de aquellos zapatos y antes de que la chica acabará de bajar, ella corrió hacia esta y la detuvo en su avance.
-Vaya, perdona, no reparé en los zapatos. Espera, ¿Qué número usas?
-Umm...no lo recuerdo. –dijo pensativa.
-No te preocupes. Déjame tu brazo. - cogió uno de sus zapatos y lo puso sobre el antebrazo de la chica y encajaba perfectamente desde la doblez del codo hasta la muñeca.
-Perfecto. Mi número.
- ¿Y eso? -preguntó extrañada la chica.
- ¿No lo sabías? Nuestro pie mide lo mismo que desde nuestro codo a la muñeca ,al igual que para saber si te vale un pantalón de cintura, cógelo de la parte de atrás y de la parte delantera, rodea tú cuello con él y si lo rodeas perfectamente te valdrá de cintura.
-Guau, no lo sabía. -respondió con un gesto de asombro.
-Mi difunta madre me enseñó. Era costurera.
-Lo lamento. –dijo con tristeza.
-Tranquila, no pasa nada. Espérame un segundo.
Meira corrió al piso superior y rauda regresó con unos bonitos zapatos de tacón blancos.
Después juntas bajaron hasta el comedor donde se unieron a Joe en una mesa.
- ¿Qué tal has dormido, muchacha? -preguntó y acto seguido bostezó poniendo su mano derecha para tapar su boca.
-Bien, señor. Muchas gracias por todo.
-Anda no le digas eso. Te he encontrado bajo la cama. –dijo su hija.
-¡¡Meira!! -exclamó la extraña avergonzada agachando su cabeza.
- ¿Bajo la cama chiquilla? ¿Estás bien? -preguntó levantándose de la mesa y posando su mano sobre el hombro de la chica.
-Sí, no se preocupe. Estaba asustada, eso es todo. -respondió mirándole con dulzura.
-Ya veo. Tranquila muchacha. Por cierto, yo soy Joe. -saludó él con un apretón de manos.
-Un placer, Joe. Yo…lo siento, pero no recuerdo mi nombre. -respondió ella tristemente.
-Tranquila, cielo. No te preocupes ahora por ello. Ya lo recordarás. ¿Qué te pasó? -preguntó él con calma mientras volvía a sentarse frente a ella.
-Papá, déjala hombre. –le reprimió su hija agarrando a la chica con sus manos sobre la mesa.
-Tranquila. Tú padre y tu tenéis derecho a preguntar. Además, habéis sido muy amables conmigo. -tomó una leve pausa y continuó. - Bueno, no sé cómo empezar.
- ¿Qué tal desde el principio pequeña? -preguntó el amable hombre guiñándole un ojo.
-Está bien. Pero os advierto que no me creeréis.
-Inténtalo, pequeña. -dijo él.
-Bien. Todo empezó hará tan sólo un par de días. Me iba a casar con quien había sido mi novio durante 8 años... -se detuvo unos instantes como si evocase un pasado que jamás volvería y prosiguió. -Nunca sospeché nada. Había oído muchos rumores, además de las noticias sobre el tema y supongo que vosotros también.
- ¿Rumores? ¿Tema? ¿Qué tema? -preguntó Joe.
-¡¡Papá!! –dijo Meira. -Déjala hablar, por favor.
La chica continuó mientras el hombre se quedaba avergonzado.
-Sí. Aquellos rumores que hablaban sobre gente que había sido asesinada por un animal salvaje que nunca encontraron en los montes de Arlen. Y de muchas personas desaparecidas también durante años. Sobre todo, turistas y vagabundos.
- ¿Huías del asesino?-preguntó el hombre.
-Papá, ¡por dios! –Meira recriminó de nuevo a su padre, pues empezaba a enfadarse por las interrupciones de este.
-Sí. - respondió la chica ante sus caras de asombro y perplejidad.
-Dios mío. -dijeron ambos al unísono.
-Pero aún hay más. -ambos la observaron con más atención si cabía. - Como os decía era mi boda. La noche antes, mi amado se levantó en medio de la noche y no volvió hasta la mañana siguiente.
El posadero tenía ganas de volver a preguntar, pero su hija lo miró frunciendo el ceño y este cerró la boca antes de soltar palabra alguna.
-Durante la boda estaba muy raro. No comió nada durante el banquete y estaba eufórico a la vez que irascible. Parecía un adolescente con las hormonas alteradas. Tenía mucha energía. El alcalde vino a la boda y estuvieron hablando en privado y no pude evitar espiarlos. Charlaban algo sobre la noche anterior y de que no podían seguir así. Que mi marido debía tener cuidado. Pareció una amenaza. Y al caer la noche...-se detuvo de nuevo, esta vez tragó saliva, hubo un leve silencio, miró al techo y continuó-. A la noche yo salí a la terraza como solía hacer muchas noches, y observaba la preciosa luna llena. Él, esas noches siempre se iba a su estudio a trabajar porque decía que la luna llena le inspiraba. Pero era nuestra noche de bodas y quería estar con él, así que fui al estudio a buscarle, pero no estaba allí. Al llegar, observé que detrás de la silla del estudio, tras la pared, parecía que había luz. Una falsa sala, tal vez. Tanteé entre la pared y las estanterías en busca de algún tipo de interruptor para pasar al otro lado y lo encontré entre unos libros. La pared se elevó y vi unas escaleras que bajaban a una especie de sótano lleno de antorchas. Bajé y di con lo que era una mazmorra y allí en una esquina estaba él encadenado a la pared con unas cadenas muy gruesas. -Paró su relato durante un instante. Joe y Meira no dijeron nada, sólo la miraron. La joven los miró y continuó.
-No entendía nada y corrí hacia él para liberarlo, pero él empezó a retorcerse en el suelo de dolor, como si algo dentro de él lo estuviera haciendo sufrir mucho. Yo no sabía que le pasaba. Me decía que me alejase de allí. Y entonces empezó a cambiar de forma. -volvió a detenerse. Esta vez sus dedos se clavaron en sus piernas por la ansiedad. Unas leves lágrimas aparecieron en sus preciosos ojos. Miró con la cabeza agachada sobre aquella mesa y prosiguió. -...era... era, un lobo...y me miraba con unos ojos rojos como la sangre y se revolvía para intentar soltarse. Salí de allí corriendo y mientras subía las escaleras pude oír cómo logró romper aquellas cadenas. Corrí por el campo y tropecé una vez y se abalanzó sobre mí arañándome en la espalda. Le golpeé con una rama suelta y seguí corriendo, pero llovía tanto…estaba tan oscuro que me caí por una ladera. Me golpeé la cabeza y después de volver en mi corrí hasta aquí como pude.
Paró su relato entre sollozos y Meira la abrazó. Joe no sabía que decir. Aquella historia parecía más una leyenda de fábula que algo real, pero el comienzo del relato parecía tan vivido que lo hizo dudar. Era cierto que había habido muchos asesinatos y desapariciones por la región y la manera en la que ella lo contó coincidía con aquellos hechos de una manera muy real. Todo lo ocurrido hasta su aparición en la posada, como narró su historia, el hecho de dormir bajo la cama. Lo innegable era el miedo de la joven a algo que desconocía y sobre todo la marca de su espalda que daba aún más realismo al asunto del lobo. No sabía que pensar. De no ser verdad todo aquello, aquella chica sería una gran actriz.
-Dios mío. No sé qué decir chiquilla. Estos tiempos de brujas y demás seres están a flor de piel. En 1853 cuando era joven, escuché una historia similar pero aquella vez se la asignaron a vampiros. Yo creo en todas estas cosas así que no me has sorprendido del todo. -reía Joe intentando quitar hierro al asunto.
-Pero temo que me encuentre. Os pongo en peligro -dijo la chica preocupada mirándolos.
-Bueno, no te preocupes ahora por eso. Entiendo que no tienes a donde ir ¿Verdad? -preguntó la hija mirando a su padre con cierta complicidad.
-Bueno...creo recordar que tengo una tía en Arlen. Podría pedir a algún mercader que amablemente me acercase hasta allí.
-¡¡Tonterías!! -exclamó él poniéndose en pie. -Al menos por un par de días no estarás en condiciones de viajar. Debes recobrar fuerzas y esa herida tuya necesita ciertas revisiones.
-Cierto padre. Déjame verla por favor. -dijo Meira acercándose a la espalda de la chica.
La joven se bajó los tirantes del precioso vestido turquesa enseñando su espalda. Meira quitó suavemente el vendaje hasta llegar a las gasas y levantó levemente una de ellas.
-Es increíble. No puede ser.
Dio un paso hacia atrás sorprendida.
- ¿Qué ocurre? -preguntó la muchacha intentado girar su cabeza para verse a sí misma.
Su amiga hizo un gesto con la mano llamando a su padre para que se acercase. Este raudo, y a la vez preocupado, corrió hasta ella quien le señaló la espalda de la joven y este soltó un: ¡Dios mío!
-Por el mismo, decidme ¿qué pasa? Me estáis asustando. -dijo la ella agarrando del brazo al hombre que mostraba en su rostro un gran asombro.
-Es, es...increíble. No tienes nada. Ni una cicatriz siquiera. –decía su hija mientras quitaba el resto de las gasas en busca de alguna marca.
- ¿Cómo que no tengo nada? No puede ser. –intentaba tocar con sus manos su espalda, buscando percibir alguna cicatriz o alguna marca, pero no notó nada.
-Ni siquiera hay sangre. Esta curada completamente. -dijo Joe tocando con delicadeza su suave espalda.
Este se sentó de nuevo y agachó la cabeza preocupado. Durante unos instantes hubo silencio muy incómodo.
-Dígame Joe, ¿Qué piensa? -preguntó la joven mientras se quitaba ella misma el resto del vendaje y lo observaba buscando alguna mancha.
Él miró a su hija y esta a él. Después a la joven y dijo:
-Querida, sólo puede pasarte una cosa. Si tu herida ha curado tan deprisa y tu historia de ese hombre lobo es real, esto es signo inequívoco de que…-guardó silencio como si no se atreviese a decir algo.
- ¿De qué? Dígamelo ¿de qué?, por lo que más quieras. -la chica fue hasta él y lo zarandeo de los hombros en busca del final de la frase.
-La maldición del hombre lobo está en ti. –respondió Meira a sus preguntas con la cabeza agachada y triste.
- ¡No!, no puede ser. -la chica asustada cayó hacia atrás quedando sentada de culo en el suelo.
No quería aceptarlo, pero debía rendirse a la evidencia. La terrible herida había sanado de un día para otro. Además, se sentía distinta. Sobre todo, percibía mejor los olores. De hecho, había podido olfatear las deliciosas tostadas de Joe desde su habitación y de no ser por que desconocía los ingredientes para elaborarlas de seguro los hubiese identificado uno a uno. Además de sentir que percibía los sonidos con una nitidez increíble. Por ejemplo, estaba escuchando a la gente pasear escuchando los pasos y los carruajes y charlas. Quizás no muy claramente estas últimas, pero quizás porque no les prestaba atención.
Joe la sacó de su ensoñamiento:
-No te preocupes niña. Voy a ir a la biblioteca ahora mismo a buscar información sobre las leyendas a ver si tiene cura. Quizás alguien haya escrito algo sobre la maldición.
-Papá, dudo que haya cura para algo que durante siglos se ha perseguido y matado.
-Hija, nunca se saben ciertas cosas que no interesan. Los que han perseguido esto eran siempre fanáticos religiosos que disfrutaban y preferían matar antes que ver si tenía remedio.
- ¿Tendré que matar sin evitarlo? ¿Perderé mi conciencia? -preguntó la joven levantándose del suelo y desconsolada.
-Tranquila chiquilla. Por eso aún no sabemos nada de esto y debemos saber más. Meira, cuida la posada y de momento no des habitaciones.
-Muy bien, papá.
Joe se acercó a la chica y le dio un cálido beso en la frente.
-Veremos qué podemos hacer. –dijo alejándose hacia la puerta de la posada-. Y si no tiene remedio te cuidaremos en secreto. -dijo alejándose a la puerta y cogiendo un gorro de lana y un viejo abrigo negro del perchero de pie. Le guiño el ojo y se marchó.
Meira invitó a la joven, para así distraerla, a que le ayudase a preparar las mesas para servir comidas ya que era la hora. Le dio un delantal blanco y está cubrió su pecho y cintura con él con temor a manchar el precioso vestido.
Enseguida distrajo a la joven de su preocupación haciéndola miles de preguntas.
- ¿Tienes hermanos? ¿De dónde eres? ¿Hijos?
-No tengo hermanos y soy de Arlen. Y tampoco tengo hijos, aunque me hubiese gustado. -hizo una breve pausa y agarró con suavidad la mano de Meira. -Gracias por lo que estáis haciendo tú padre y tu.
-De nada. Ojalá supiese tu nombre, se me hace rarísimo no saberlo.
-Ya lo siento. Oye ¿y tú? Cuéntame sobre ti.
-No hay mucho que contar. Soy hija única también y mi madre murió el año pasado por las fiebres que hubo.
-Lo siento. Yo perdí a la mía muy joven y de mi padre no sé nada. No recuerdo muy bien aquellos tiempos.
Se miraron fijamente mientras se sostenían las manos auto compadeciéndose y ambas sonrieron.
-Vaya dos. -soltaron al unísono.
Meira logró su fin y su nueva amiga parecía estar más tranquila.
De pronto la chica desconocida escuchó algo en el piso de arriba. Parecían pisadas. Pero los oyó con su nuevo y agudizado oído.
- ¿Qué es ese ruido? -preguntó mirando hacia las escaleras.
-No he oído, ni oigo nada. -respondió la joven posadera mirándola extrañada.
La chica subió con curiosidad hacia el piso superior.
No vio nada en el largo pasillo, pero escuchó de nuevo los pasos que venían de su habitación. Meira la alcanzó y la agarró del brazo con miedo.
- ¿Qué es? ¿Oyes algo?
-¡! Chisss!! –chistó para que guardara silencio- Oigo pasos en mi habitación.
-Deberíamos esperar a mi padre o avisar a la policía.
-No podemos sin saber que es antes.
-Vale, pero espera ahora vuelvo.
Meira bajó y enseguida volvió con un enorme cuchillo de cocina.
-Ala, vamos.
Ambas caminaron hasta la puerta de la habitación.
-Vale. Voy a abrir poco a poco. -dijo Meira.
Abrió suavemente la puerta sin apenas meter ruido hasta abrirla del todo. No había nadie en la habitación. Pero la chica entró como si de un animal se tratase, mirando en todas direcciones, acompañando con su cabeza los sonidos que con sus orejas captaba.
Se detuvo en la ventana. Inmóvil frunciendo el ceño, prestando atención al ruido. Corrió las cortinas con brusquedad, pero fuera no había nada. Sólo pudo ver el sobre techo de la posada y plaza de la calle. Se dio la vuelta para decir que no había nada y en ese preciso instante antes de que pudiese mediar palabra un enorme lobo de pelo gris como el humo entró rompiendo los cristales. La joven cayó sobre la cama y Meira corrió hacia ella, pero la bestia saltó por encima cortándole el pasó y esta cayó de espaldas asustada soltando el cuchillo sin querer.
La joven sin nombre, ahora podía ver el lomo del lobo que se giró lentamente hacia ella poniendo sus enormes fauces frente a su rostro.
La chica retrocedió levantándose de la cama y quedando atrapada contra la ventana rota. El enorme animal subió por la misma y está sé rompió por el peso del enorme lobo que avanzó majestuoso hacia ella.
Meira seguía inmóvil y aterrada, el miedo la paralizaba.
La criatura tenía contra la ventana a la muchacha. Acercó su hocico a su cara y la olisqueó. Retiró su morro y la miró con sus enormes ojos azules cuál cielo que llamaron la atención de la joven.
-Hola, Yara.
La bestia le habló sin articular palabra. Escuchó en su cabeza las palabras del monstruo y de la impresión cayó de rodillas ante el animal.
-Ven conmigo. Te será más fácil aceptar lo que eres.
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Editado: 26.03.2020