El Último Deseo de Cupido

Capítulo 4: El Banquero. (Cajero automático emocional)

Hay relaciones que te dejan enseñanzas profundas. Esta me dejó el número exacto de veces que me sentí usada: incontables

Porque el siguiente espécimen en mi historial amoroso, ese que subió al Arca con traje de ejecutivo y alma de oportunista, fue nada menos que “El Banquero”

Y no, no trabajaba en un banco. Pero bien podría haberlo hecho, porque en su lógica perversa todo era una transacción. A cambio de mi cariño, él entregaba... demandas. A cambio de mi apoyo, él exigía... más apoyo.

Y a cambio de mi cartera, él no devolvía ni un carajo.

Era atractivo. De esos hombres con trajes perfectamente planchados, sonrisa blanca de revista y una voz suave que sabía modular como quien da instrucciones para no asustar al cliente.

Lo conocí en una reunión de trabajo, y lo que empezó como un intercambio de correos terminó en cenas, flores y mensajes matutinos que me hacían creer que esta vez, quizá, “sí”.

Me deslumbró su seguridad. Su capacidad de hablar de negocios como si estuviera construyendo imperios, todo un Genghis Khan.

Me sentí protegida. Apreciada. Admirada.

Me invitaba a restaurantes caros, pedía vino sin mirar el precio, me decía que yo era “una mujer de alto valor en el mercado emocional” (Ese día sentí que mi ego subió cinco puntos en la bolsa y después se desplomó como el jueves negro de 1829. Pero bueno…)

Yo, ingenua romántica empedernida, lo tomé como un piropo.

—Tú no eres cualquier cosa, Giovanna —me decía mientras me acariciaba la mano como si firmara un contrato—. Hay que invertir en algo que prometa rendimiento.

Y yo, ridícula, creía que hablaba de amor.

Al principio, todo parecía perfecto. Me acompañaba a eventos, me compraba regalos, hablaba de “nosotros” como una sociedad floreciente.

Pero pronto, los detalles empezaron a oler raro.

Me di cuenta de que hablaba en términos de ganancia y pérdida, incluso cuando se refería a mis emociones. Y el balance de esta empresa comenzaba a presentar números en rojo.

—No te sientas así, eso no es rentable —me decía cada vez que yo mostraba alguna tristeza. Como si mis sentimientos fueran un CDT.

—Tus celos son un gasto innecesario —, decía cuando cuestionaba sus constantes salidas con “asociadas”.

Un día me pidió prestado dinero para una “movida financiera urgente”.

—Es algo momentáneo, mi amor. En una semana te lo devuelvo con intereses.

Y claro… nunca volvió. Ni el dinero, ni los intereses, ni el supuesto agradecimiento.

Pronto la relación dejó de ser una historia de amor y se convirtió en una transacción unilateral.

Yo invertía tiempo, cariño, paciencia.

Él retiraba todo sin dejar comprobante.

Un día, una de mis amigas me dijo, entre copas y verdades:

—Gio, ese tipo no te ve como mujer, te ve como un cajero emocional. Vas, le das, y él se va.

Y me cayó como un balde de agua helada.

Empecé a hacer cuentas, no de dinero, sino de dignidad.

Sumé todas las veces que había callado para evitar discutir.

Multipliqué las mentiras disfrazadas de tecnicismos.

Resté la confianza que yo solía tener en mí.

Y el resultado fue simple: “yo estaba en números rojos emocionales”.

Cuando le dije que quería terminar, me contestó con frialdad profesional:

—Qué lástima. Ibas bien.

Como si yo hubiera sido un proyecto fallido. La inversión que no se dio, las acciones que no lograron valorizarse en la bolsa…

Como si amar fuera una inversión de riesgo y yo hubiera sido una mala apuesta. En fin…

Después de él, entendí que no todo lo que brilla es oro…

Y que a veces, lo más tóxico no viene en forma de gritos ni insultos, sino en pequeñas desvalorizaciones disfrazadas de lógica.

Lo llamé “el banquero” porque supo administrar muy bien su imagen y mis sentimientos.

Hasta que le cerré la cuenta. Por malos manejos. Y aunque salí herida, también salí más fuerte.

Porque de cada ruptura, se aprende una lección.

Y esta vez, aprendí que el amor no es una transacción… Es un acto de fe. Y yo me merezco uno limpio, sin comisiones ocultas.

Pero gracias a él ahora tengo un nuevo mantra:

“No soy un banco, no doy préstamos, y mucho menos subsidios emocionales.”

Si alguien quiere estar conmigo, que traiga su propio capital. Y no hablo de plata: hablo de ganas, respeto, compromiso.

Y sí, también su billetera, por si acaso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.