—Alberto tiene razón.—lo mira de reojo y dice casi susurrando con su tierna expresión de complicidad.
—Recuerdas cuando, el profesor Miles nos decía que hablábamos mucho en clase, o cuando nos escapamos un viernes para ir a la torre Sears.—La mira y afirma con la mirada mientras come sus tostadas con jalea de maní.
Eh... Torre Sears, eso no está al otro lado de la ciudad. Miranda y Alberto han vivido en los suburbios de Chicago por décadas. ¿En serio se escaparon de la prepa para ir a Illinois? Hmm... Y luego nos dicen que la juventud está perdida. Justo antes de que empezaran a contarme una de sus historias románticas de amor juvenil, recogí mis platos ya vacíos y los puse en la cocina para tomar mi mochila y darle un beso a cada cual para despedirme.
—Ah pero tú si me puedes dar un beso en la frente cuando te de la gana eh.—reprime mi acción momentáneamente con sierta dulzura.
Al salir, voy a la cochera, y agarro las llaves de mi pequeña moto y me pongo el casco de Superman que mi abuelo me regaló en mi cumpleaños pasado. Curioso, tengo diecinueve años y no les impide obsequiarme cosas de niños. En fin, en el transcurso no veo más que las casas y árboles situados a la misma distancia uno del otro, y las casas de un perfil similar independientemente.
La universidad está a unos seis kilómetros de casa de mis abuelos. Es un viaje entretenido a las primeras cinco vueltas pero luego se hace un poco tedioso. Ya viendo la universidad desacelero, no quisiera una multa a tan solo luego de tres meses de haber sacado mi licencia. Por mera casualidad, el gobierno estatal había dictado una nueva ley, la cual prohibía la conducción de cualquier vehículo cuya velocidad supere los cuarenta kilómetros por hora sin licencia. Gracias a eso estuve en tiempo haciendo ejercicio en cada mañana y medio día que tenía que ir a la escuela.
La universidad es grande y al subir las escalinatas y entrar por la puerta principal me dirijo a la parte de economía, en al cual curso carrera. Apenas pude llegar a tomarla ya que requería de bastantes prestaciones. Llegué unos minutos tardes, que digo minutos, veo la hora en mi celular y ya son las ocho y trenta. Empiezo a correr por los pasillos hasta llegar a mi salón en el que ya estába dando clases el profesor Styles. Me asomo a la puerta tartamudeando por la falta de aire, pido permiso para entrar
—Buenos días señor Styles, desculpe la demora. Y paso por un costado entrando al salón como si no uniera nadie.