El último fumador

Capítulo 34

Cuando Juan llegó a donde estaba Josefina, vio que tenía las manos llenas de sangre, eso lo asustó mucho. La tomó de los brazos y la llevó como pudo al bar. Entró al cuarto que le había prestado el dueño del bar y dejó sobre la cama a Josefina. Fue a buscar al dueño del bar, quien estaba durmiendo.

- Ayúdeme, mi novia...

- ¿Qué le pasa, hombre?

- Mi novia está muy mal herida.

EL hombre se vistió rápido y fue a buscar a una vecina que era enfermera. Cuando llegaron los tres, vieron que Josefina estaba levantada tomando agua.

- Señor Juan, ¿Qué chiste es este? – le preguntó enojado el dueño del bar.

- No es ningún chiste, mire sus manos. Ve al camino de sangre que dejó.

El hombre le hizo caso y vio bastante sangre por donde había caminado Josefina.

- ¿Qué le paso, mija?

- Me hirieron, pero en la pierna. En el muslo. Me sale mucha sangre.

- Está bien, para eso le traje acá una amiga que es enfermera.

- Vio que no le mentía...

- Sí, señor Juan. Pero no es tan grave.

Entre los tres llevaron a Josefina al cuarto. Dejaron a la enfermera sola con ella. A la media hora salió la enfermera de la habitación.

- Listo. Ya le saqué la bala. Por suerte no toco ningún nervio ni ningún tendón. Ahora está sedada.

Juan respiró. Cuando vio la sangre en las manos de Josefina pensó lo peor. Le agradeció a la enfermera y al dueño del bar y se acostó junto a Josefina, estaba muerto de cansancio.

Al otro día Josefina se levantó primero, se bañó y después despertó a Juan.

- Juan...a levantarse...vamos a desayunar al bar y después tenéis que trabajar, no sea cosa de que te echen.

Juan se levantó rápidamente y también se bañó. Fueron al bar y Juan preparó el desayuno para ambos. El dueño del bar le dijo a Juan que no descuide a un cliente que estaba esperando hacía rato. El hombre estaba sentado a una mesa desde la cual se podía ver el jardín con una gran cantidad de naranjos. Juan se acercó. Saludó al hombre. Cuando el hombre giro para saludarlos, Juan lo reconoció automáticamente. Era Regules.

- Hola, Juan. Un desayuno completo, por favor – mientras lo apuntaba con un arma –

Juan levantó las manos y se sentó junto a Regules. Estaba sumamente nervioso. No podía creer estar nuevamente frente a ese hombre que ya era su pesadilla más recurrente.

- Juancito, pensabas que te ibas a librar de mi tan fácil. Qué mala reputación que tengo para vos...Ahora, llamala a Josefina, desde acá. Con vos tranquila.

Juan la llamó. Josefina acudió a él y cuando lo vio a Regules ya era tarde. No podía escapar ya que lo apuntaba a Juan y si ella hacia algo seguramente le dispararía.

- ¡Qué lindo los tres juntos de nuevo! ¡Que viva el amor!

Josefina y Juan estaban frente a Regules con las manos sobre la nuca mientras él los apuntaba. De repente un golpe duro y seco reventó sobre la cabeza de Regules. Era el dueño del bar que estaba en la cocina y al ver la situación se armó con una gran pala con la que le pegó a Regules. Este cayó debajo de la mesa. Juan tomó rápidamente el arma. El dueño del bar le tomó el pulso.

- Está vivo.

Regules comenzó a moverse y casi al unísono, Juan, le vació el cargador del revolver. Un tiro, dos tiros, tres tiros, cuatro tiros...y siguió disparando pero no había más. Los cuatro disparos le dieron en la cabeza. La sangre salpicó por el piso y manchó los coquetos manteles blancos de las mesas linderas. Juan quedo en trance. Tenía las manos agarrotadas, no soltaba el arma. El dueño del bar lo tranquilizó mientras acercaba sus manos a la mano derecha de Juan que era con la cual sostenía el arma. El dueño del bar lo tomo suavemente de la muñeca y le fue pidiendo que la suelte, suavemente, dulcemente. Hasta que Juan la soltó y el dueño del bar se quedó con ella. Inmediatamente Juan miró el cuerpo inerte de Regules, se tapó la cara y se largó a llorar. Era un llanto desesperado, parecía un niño por momentos y por otros un lobo. Era como un alma en pena. Josefina lo llevó a la habitación para tranquilizarlo.

- Soy un asesino, Jose. Viste lo que hice.

- Juan...fue emoción violenta. Creo que ni eras vos. Estabas endemoniado. Juan, no eras consciente. No te culpes.

- Pero lo maté...soy un asesino como ellos al final.

- No, Juan. Era su vida o la nuestra, jamás nos iba a dejar en paz.

El hombre del bar junto a su hijo Miguel hicieron el trabajo sucio. Pusieron a Regules en una bolsa de arpillera. Lo llevaron al jardín e hicieron un gran pozo al lado del naranjo de que daba justo a la ventana del bar. Lo enterraron bien. Y luego fueron a ver a Juan.

- ¿Cómo está Juan? – le pregunto el dueño del bar –

- Acá estoy...maté a un hombre...

- Era un asesino según me contaron, los había apuntado. Ahora todo se terminó. Descanse, buen hombre. Necesito su ayuda en el bar. No se olvide.



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En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

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