El viaje a Ubad

Visita Inesperada

 

Ese día Sofía decidió quedarse en casa aprovechando que estaba sola. Sus padres habían salido el día anterior a visitar a su tía Virginia, y no volverían hasta la medianoche. Prefería dibujar hasta que su mano se acalambrara a ir a la escuela, donde no había hecho ninguna una amistad que considerara importante. Era enemiga de las matemáticas, antisocial, y sobre todo perezosa, aunque no con las cosas por las que se sentía apasionada, como el dibujo, que era una de sus grandes aptitudes. Eso sí, nunca los mostraba, porque eran sobre fantasía y sueños extraños que no quería olvidar. Con trece años, ya estaba decidida a dedicar su vida al arte, y era feliz creyendo que algún día sería así.

Sofía se había mudado hace muy poco a una nueva ciudad por el trabajo de sus padres, y le era difícil hacer nuevos amigos, había entrado a mitad de año a la escuela. Trataba siempre llevar melena, porque según ella resaltaba su cara, sobretodo sus ojos grandes color miel, aunque la mayor parte la llevaba amarrada en una cola de caballo diminuta. Su contextura era normal, y tampoco era algo que le importara mucho. Eso sí, trataba siempre de vestir muchos colores. Pensaba que reflejaba un poco el arcoíris de pensamientos que fluían en su cabeza.

Cubierta con las sábanas hasta la nariz, se estaba acomodando para taparse por completo, cuando de reojo vio algo que parecía un cuenco de madera que no conocía, humeando desde su escritorio. Se estremeció, y su corazón se aceleró de inmediato. No había ninguna razón para que estuviera allí. Con desconfianza y movimientos lentos, se levantó y lo cogió con mucho cuidado. Estaba caliente, y con una mueca de dolor, olió el contenido. Era chocolate, tenía un aroma tan delicioso que se pasó la lengua por su labio superior. Pensó en beberlo, pero no se atrevió, y lo dejó rápidamente en el mismo lugar. En ese momento, vio unas manchas pequeñas de color café por todo el escritorio, parecían huellas de un zapato del porte de una almendra. Lo primero que pensó fue que quizás algún animal había entrado por la ventana, pero lo descartó de inmediato porque la ventana permanecía cerrada desde el día anterior, y además eso no explicaba el chocolate. Con temor, siguió el camino de las huellas con la vista, pero no seguían ningún orden y desaparecían en la nada, un poco más lejos del cuenco. Iba a tocar una de ellas, cuando la ventana se abrió de golpe, haciendo que se sobresaltara y gritara. Un viento frío entró con fuerza, como si afuera hubiese una tormenta, dejando entrar las hojas húmedas de los árboles y un fuerte olor a leña ardiendo. Corrió a cerrarla, y con la sensación, o más bien seguridad, de que algo extraño pasaba, recorrió con la vista toda la habitación. No vio nada más fuera de lo común, pero consideró que ir a la escuela era una excelente idea.

Abrió su armario y se vistió lo más rápido que pudo, con lo primero que encontró: unos jeans que le quedaban pequeños y un suéter rojo con cuello alto. Arrojó a toda prisa sobre una silla el pijama.

—Hola Isab…. —dijo una voz masculina.

Sofía se quedó quieta mirando aterrada hacía la silla. Escuchó el viento que golpeaba su ventana y su propia respiración agitada. Quiso salir corriendo, pero sus pies no reaccionaron. Algo bajo su pijama se comenzó a mover, como si un ratón estuviese atrapado sin poder encontrar la salida. No sabía si le habían hablado o había escuchado mal, y pensó que seguramente había sido el sonido del animal. El extraño ser se encaminó derecho hacia una de las esquinas del pijama, y Sofía no pudo retroceder más porque tras ella tenía el armario.

Primero, asomó un pie diminuto, y luego un brazo, y finalmente apareció un pequeño hombrecito. Estaba vestido de color rojo, con un sombrero azul, y se sacudió el traje. Sofía, presa del pánico, sólo pensó que para salir de la habitación tenía que pasar por el lado de esa criatura diminuta.

Cuando él estuvo satisfecho con la pulcritud de su traje, levantó la cabeza. El hombrecito tenía una sonrisa que se extendía por toda su cara.

—Buenos días —dijo haciendo una leve inclinación. Comenzó a caminar  sobre el pijama, acortando el espacio que había entre él y Sofía.

Sofía seguía quieta, paralizada por el miedo. Si hubiese querido emitir algún sonido, sabía que nada habría salido de su boca. Tomó aire, tratando de calmarse. El hombre diminuto caminaba y le sonreía como si fuese el mejor día de su vida.

Al llegar al borde de la silla, advirtió que llevaba un maletín pequeño. Él lo golpeó con un bastón que tenía en su otra mano y se abrió de golpe.  Por el miedo a lo que podría sacar de allí, un grito salió desde lo más profundo del estómago de Sofía, que de un salto se subió a la cama. El hombrecito la miró. La sonrisa se le había borrado. Retrocedió, y también comenzó a gritar. No supo cuánto tiempo estuvieron los dos aterrados, frente a frente, hasta que por intentar alejarse aún más, la sábana se enredó en sus pies, haciéndola caer al piso. La habitación se quedó en silencio. Desde el suelo, vio que él tiritaba de pies a cabeza. Se le había ido el color de la cara, y sin dejar de mirarla, se tropezó y desapareció de su vista.



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En el texto hay: fantasia, magia, amistad

Editado: 10.04.2019

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