El viento frío que azotó su rostro

Verdades que duelen

Capítulo 13: Verdades que duelen

Mientras caminaban de vuelta a la mansión, Freya notó ligeros cambios en el humor de su amigo. Azra se comportaba diferente, respondía seco a sus preguntas y en todo el viaje, no quitó su expresión seria. 

Hubo momentos en los que la chica intentó provocarlo, pero sus intentos fueron en vano. Él estaba molesto y ni siquiera se esforzaba en ocultarlo. Para ella, su enojo se debía a su discusión con el armero, quien por poco lo engañaba con las flechas.

Azra sabía que Freya estaba enamorada de alguien más, lo que más le dolía de la situación, era que le mintiera del modo en que lo hizo. Aun preguntándole directamente si compró lo que quería, ella se atrevió a negarlo. Porque de acuerdo, la chica no lo quería con fines románticos, ¿pero tampoco como amigo? ¿No le tenía la suficiente confianza?

El joven se preguntaba qué significaba para la persona que catalogaba como su amiga. En serio lo hacía.

Al llegar, los chicos se dividieron. Aun cuando Freya trató de hablar con él, Azra la evadió; quería estar solo y poner sus pensamientos en orden. 

Sin ningún tipo de trabajo pendiente, ella se marchó a su habitación con el objetivo de esconder el obsequio de Aron en un lugar seguro. Tampoco quería que sus compañeras se enteraran, el único que tenía que saber sobre los guantes, era el propio caballero cuando se los diera.

Si es que se los daría.

—Espero que le gusten— susurró guardándolos en una pequeña caja de madera. Ella la puso debajo de la cama, cubriéndola con uno de sus vestidos. Las demás chicas no buscarían allí, y de hacerlo, se toparían con la prenda que, sin nada de compañerismo, no moverían —Y bien, debería preparar la ropa que usaré mañana— sonrió dirigiéndose al armario.

Él no era tan grande, básicamente consistía en un baúl en posición vertical de color marrón. Freya compartía espacio con sus compañeras; las chicas eran bastante rigurosas, con hasta un centímetro más que otra ocupara. 

Del interior, la joven sacó un vestido verde manzana que nunca se había puesto. Ella lo compró hace mucho, pero nunca había tenido la oportunidad de usarlo porque lo dejó para un evento especial. Su primera cita con alguien, a pesar de que lo hacía por un favor, le supondría algo de ese estilo.

Las mangas del vestido eran caídas y transparentes, este llegaba al suelo, teniendo en la cintura un lazo compuesto de flores blancas. La falda de la prenda, no era tan pomposa como los vestidos que usaba Marelin y las demás mujeres de la nobleza, era más simple, con unos lindos vuelos asimétricos que simulaban la forma de un pequeño torbellino.

Acabando de organizar la ropa, Freya la devolvió con mucho cuidado al armario; la chica no conocía a ese tal cuervo, pero a pesar de su apodo tan feo, las palabras de Fayle fueron suficientes para convencerla. 

La muchacha no paraba de pensar en lo que le sucedía a Azra, no comprendía el por qué de su actitud tajante, era imposible que la tratara así por un armero; había algo más en su comportamiento. Con eso en mente, ella salió de la habitación y se dispuso a buscar a su amigo, no dejaría las cosas así.

Primero lo buscó por la zona de entrenamientos, después por los establos y por último en el bosque, donde él pasaba la mayor parte del tiempo. Ella no lo encontró en ninguno de esos tres lugares, detalle que la sorprendió. No era como si en Lym, hubiera mucho qué hacer. 

Al retornar a la mansión vio a Marelin en el balcón. Con miedo a que la mujer le ordenara miles de cosas, ella giró esperanzada porque no la viera. Lo mejor para Freya era evitar a alguien que la odiaba tanto, ella sabía que su desagrado no era normal, con el paso del tiempo se dio cuenta de que la señora Vritz la miraba diferente que a los demás.

—Oye, tú— falló. Desde que volteó, la mujer se percató de su presencia y bajó hasta el jardín. Marelin caminó hacia ella con el mismo desdén de siempre, agitando la falda de su vestido y denotando una postura superior. 

Cuando Aron estaba en casa, solía pasar mucho tiempo metido en su oficina. Nada más se le veía en las mañanas dando uno de sus acostumbrados paseos, a veces se quedaba un rato platicando con Azra, pero después, se encerraba a llenar docenas de informes que le enviaban semanalmente desde la capital.

Por esa misma razón era que no se daba cuenta de la actitud de su esposa con Freya, y de cómo explotaba a la chica, sin que esta pudiera hacer nada al respecto. Él la veía trabajando, como a los demás empleados… No se había detenido a observar el trasfondo del asunto.

—Señora— hizo una reverencia con total respeto, por más que en realidad le tuviera miedo.

—¿Qué haces yendo de un lugar a otro? ¿No tienes nada qué hacer?— sin importar la cantidad de pedidos que le hiciera, Freya no se marchaba. El juego que tenía con la «empleaducha» le estaba colmando la paciencia, tres años y todavía rondaba por la mansión.

—Estaba buscando a Dánica— murmuró cabizbaja. No le diría la verdad ni muerta—Quedamos en organizar algunas cosas de la mansión.

—Claro— para nada le creyó —¿No será que, como siempre, andas detrás de mi Azralett?— la chica se tensó al escuchar eso —Mira, él está muy estresado con todo lo concerniente a la admisión. Lo que menos necesita es que le andes silbando los oídos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.