Electricidad; entre nosotros.

3

Cuando llegó a la panadería de nuevo, estaba radiante, llena de vida. El calor del cuerpo se le había esfumado por completo y sentía una satisfacción que le llenaba el cuerpo totalmente y un hormigueo en su estómago no la dejaba respirar bien, no obstante, inhaló profundamente mirando la bolsa multicolor de Danny's, no sabía el porqué el chico apuesto le había comprado aquello, pero lo hizo.

Y no le molestaba en absoluto.

— Te veo muy contenta —saludó el moreno, observando con cautela la bolsa de la muchacha.

— No todos los días te regalan chocolate —alardeó Nina, canturreando palabritas.

— En fin —zanjó Efraín un poco molesto por el hecho—, yo pude hacerlo si tu me lo pedías.

— Ese es el punto, cariñito —soltó la castaña, con cierta ironía— que no tuve necesidad de pedirlo, me los ofrecieron.

Cuando Nina dejó de hablar, miro detenidamente a Efraín, su cara era un poema, estaba estupefacto, se carcajeó en su cara y se dirigió a la cocina, debía hacer milhojas, la crema pastelera ya estaba lista, lo único que le faltaba era terminar de preparar el hojaldre, el dulce de leche y la nevazúcar estaban en recipientes separados.

Colocó la bolsa de Danny's en su locker, cerrándolo con llave y se puso la red en la cabeza y el mandril, no le agradaba demasiado tener que trabajar sin luz, sobre todo porque en la cocina de por sí hacía calor y sin luz, ni ventilador, pues iba a terminar como pollito en brasa.

Pero responsabilidades, eran responsabilidades.

— Bueno —suspiró, no queriendo ensuciarse las manos cuando no había ni una gota de agua—, manos a la obra.

 

✨✨✨

 

Las casas del barrio estaban solas, algunas velas alumbraban las ventanas, las personas al enterarse de que el apagón era nacional, corrieron hacia las calles inundando las veredas y avenidas de juegos de mesa como el Uno, ajedrez, dominó y juegos de cartas, como caídas, nervioso y solitario.

El chico se burló, mientras observaba a las mujeres encima de sus maridos y a sus hijos haciendo jugarretas de aquí allá.

Estaba sentado en una mecedora de madera, con el brazo derecho tras su nuca, observaba todo el lugar con diversión, la frutería en la que trabajaba medio tiempo no había abierto ese día, así que estaba relajado, frente a la casa de su abuela y con un vaso de whisky en la mano.

Estaba pasando una temporada allí, para hacerle compañía a la madre de su padre —que por cierto, cocinaba deliciosamente—, bufó, sintiendo el sabor del licor en su garganta, refrescándole todos los sentidos.

Se tocó los bolsillos del jean y palpó los pequeños sobres de Trident de hierbabuena que tenía allí, sonrío, una de esas sonrisas que llegaba a los ojos, la lunática castaña que había conocido a oscuras ya le debía dos jodidos tridents, aunque no le molestó nada cómo le quitó el segundo chicle, se lamió los labios expectante.

Aunque al conocerla pensó que era una niñata de lo más insípida y aburrida, toda una huevo sin sal; descubrió que podía llegar a ser luz y destellar en muchos sentidos, siendo netamente digna de admirar, no obstante, solo eran pensamientos que se cruzaban sin permiso en la misteriosa mente de aquél chico, negó con la cabeza repetidas veces para despojarse de esos pensamientos en los cuales sucumbía de vez en cuando.

— James... ¡James! —exclamó una chica de cabello corto acercándose a él con precaución, sus ojos lo traspasaban. Frunció el ceño confundido, ya venía a fastidiarlo en su relajo.

— Dime, niñata —contestó de mal humor, esa niña tenía un crush en él y no, no era que no le gustaba conquistar, de hecho, no tenía que mover ni un dedo para eso, las chicas caían redonditas a sus pies; lo que le molestaba aún más.

— Quería saber... —dudó la chica, con un mechón de su cabello entre sus dedos, se encontraba apenada y ruborizada— si quieres ir a tomar un helado conmigo, a la esquina, donde el señor Javier.

Él la miró detenidamente, analizándola de cabo a rabo, sus iris azules eran completamente gélidos, llenos de palabras no expresadas; con un amago de su mano la alejó un poco, rechazando la oferta de la menor.

— No, gracias —bramó, sorprendiendo a la chiquilla— Estoy ocupado.

Y la verdad lo estaba, debía cazar a cierta castaña cuando saliera de la panadería en la que trabajaba, le empezaba a llamar la atención su locura; observó cómo la chica se fue desanimada del lugar, con los ojos aguados y se encogió de hombros.

¿Qué esperaban de él? ¿Flores, corazones, azúcar y amorío?

Él no era así, era más brusco y visceral; aunque muchas chicas no lo entendieran.

 

✨✨✨

 

Estaba total y completamente llena de harina, no le gustaba, su cabello castaño parecía canoso por la harina en él y la azúcar glass la tenía en el rostro como si fuera un mimo —ya saben, esas personas extrañas que lo único que hacían era hacer mímicas con el cuerpo y demás vainas locas—, se metió una milhoja a la boca degustándola, habían quedado buenísimas, el crujir de sus dientes era inusualmente tentador.




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