Electricidad; entre nosotros.

9

Nina parecía una niña ese Lunes, de lo emocionada que se encontraba.

Y por primera vez en la historia de ese jodido apagón se levantó de buen humor, sí, se levantó con el pie derecho.

No hubo quejas por el calorón que paso en la madrugada, ni por lo mal que durmió, ni por lo cerda que parecía cuando se despertó esa mañana temprano —porque había sudado la gota gorda, aun estando en ropa interior—; lo único que hizo ese día fue bostezar y estirarse, como si de un gato se tratase.

Se revolcó en la cama con aire holgazán y se abanicó la cara con la mano, para esparcir un poco de aire en su rostro, suspiró sacando el último mísero toblerone que le quedaba de los que le había regalado James, le quitó delicadamente el aluminio y se llevó un trozo a la boca, satisfecha.

Y así, con ese humor tan despampanante, fue a la ducha y se bañó con la temida perolita de agua, tarareando una canción extraña de Cardi B con el conejito malo —y alguien tenía que decirlo, la castaña tenía voz de todo, menos de cantante, casi casi que partió los vidrios de toda su casa y los tímpanos de sus progenitores—. Bufó mientras se secaba con cuidado el cabello y el cuerpo, saliendo totalmente desnuda a su habitación, se colocó la ropa interior con mesura —no era una ropa íntima sexy y provocadora, todo lo contrario, sus panties tenían figuritas de niña y su brasier era rosado con cerezas decorativas; en el diccionario de la castaña no existía el encaje y si hubiera existido, pues tampoco es que ella tuviera los recursos para comprarlos—.

Por la situación de la luz, no había caído agua en toda la jodida semana, lo que significaba que ella se estaba quedando sin nada de ropa —literalmente nada—, así que encogiéndose de hombros y mandando todo a donde el diablo dejo la bola, es decir, al hueco del culo del sol —nadie sabe dónde y a nadie le importa— se puso una camisilla fucsia y unos jeans más viejos que matusalén —que ya olían a guaralito, pero ajá—, se puso unos zapatos casuales y en su pequeño bolso metió un sweater.

Se bañó en perfume, porque se sentía jodidamente asquerosa, así que se las ingenió e hizo como los franceses en sus épocas pestilentes, ocultar su podredumbre con exceso de alguna olorosa exquisitez —en este caso, una imitación sumamente barata de una colonia de Victoria Secret que había comprado en los chinos de la esquina—.

Cuando llegó a la cocina su padre y su madre la estaban esperando, sentados en la mesa y ambos con miradas llenas de curiosidad, ella los miro directamente a las caras, extrañada. 

Ellos nunca se sentaban a la mesa y mucho menos a desayunar, los Lozada eran todo, menos familiares o emocionales a la hora de comer; se tragaban todo lo que veían y hasta más.

Carraspeó, incómoda por la mirada de sus padres y miro a todos lados, como esperando una señal del cielo o alguna otra cosa, se balanceó de un pie a otro haciendo muecas con sus labios, paso tantos minutos en ese trance que tuvo que morderse la cara interna de la mejilla para salir de él.

Y cuando se percató, aún sus padres la miraba de esa manera tan... Terrorífica.

— ¡Dios mío, hablen ya que me desesperan! —le echó una mirada al reloj de pared y maldijo internamente, porque aún era muy temprano para dirigirse a la panadería—, suelten la sopa. Debo ir a trabajar.

— ¿Quién es ese muchachito, Estefanía?

Okay, si su padre le decía Estefanía nada bueno sucedería y ella lo sabía más que nadie, respiró hondo, profundo, completo y se encaminó hacia la mesa para plantarse frente a ellos.

— Ya te dije quién era... —dudó en seguir hablando, pero algo más allá de ella la impulsó a hacerlo— él me salvó el día del apagón y pues, lo ha hecho más veces, como lo que sucedió ayer a plena luz del día...

— ¿Y...? —su padre la instó a hablar con el ceño fruncido y la voz bastante seria, su postura corporal solo decía algo: Negación.

— Y me gusta ¿Si? —soltó, así como así, sin ver la expresión del hombre que lo era todo para ella y sin observar la sorpresa en el rostro de la mujer que la trajo al mundo—. Me gusta, demasiado podría decir.

— ¡Llevas días conociéndolo, coño! —era la primera vez que Nina veía a su padre tan alterado y renuente, estaba tan iracundo que la cara la tenía roja— no te puedes enamorar de alguien en tan poco tiempo, mi princesa.

— ¿Quién dice que no? —contraatacó, sintiéndose atacada por su propio padre.




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