Electricidad; entre nosotros.

15

El domingo había pasado como un santiamén, y el aterrador lunes le aterrizó en la cara aquella mañana a Estefanía, sus ojos olivas observaron todo casi con ira y se levantó de la cama despotricando su existencia, el porqué sus padres la habían concebido aquella noche de Agosto y el porque no había caído agua en toda la semana, si había llegado la luz.

Sí, no estaba molesta, estaba arrecha.

Y eso estaba enlazado con la pésima noche que había tenido, no durmió bien, solo por el simple hecho de que una cucaracha —de esas de las que tenían el tamaño de una mano y volaban— empezó a perturbarla justo a media noche, así que, ni corta ni perezosa, salió de su cuarto, despavorida, llena de pánico y se resguardó en la sala de todo mal que le pudiera infringir ese insecto y alimaña demoníaca que si se descuidaba la comía viva.

No fue hasta que se percató que la bicha desgraciada la había perseguido hasta la sala que patitas pa qué las tengo salió pirá hasta su cuarto y cerró la puerta, las ventanas, el inodoro, el baño, todo.

Ya se imaginarán el escándalo que hizo, pero bueno, así eran las cosas con esa chica, sus padres se ponían orejeras solo para no escuchar sus griteríos y poder dormir la noche completa, placenteramente.

Resultado de todos esos acontecimientos: No pudo pegar un ojo en toda la noche y en vez de contar ovejas, perros, gatos, unicornios —o lo que fuera que la gente contara cuando no tenía sueño, pero debía dormir— se puso a leer las leyes, específicamente la Lopnna, la ley del trabajador y la constitución; solo para pasar el rato de manera demencial.

Se vistió con lo primero que encontró —le importaba un comino todo ese día—, tenía cinco evaluaciones ese lunes, que estaban atrasadas por el problema con la electricidad y mentía si decía que no estaba estresada; la carga que tenía en los hombros ese día parecía incalculable.

Al llegar a la Universidad, luego de un ajetreo horrible en las busetas, suspiró con cansancio. Rogaba porque los megas de Movistar le funcionaran, porque necesitaba descargar su horario para saber en qué salón le tocaba clases —llevaba dos semanas que no iba a la Universidad y ya se le había olvidado hasta su nombre—; cuando supo el salón se encaminó rápidamente hacia este, el profesor Gallardo la estaba esperando con cara de pocos amigos y la dejo pasar de broma.

— Bueno, ya sabemos los problemas que han habido con respecto a la luz —comentó en voz alta—, sin embargo, la universidad no va a extender el plazo de entrega de las evaluaciones y mucho menos va a extender una o dos semanas más las clases, así que si esas eran sus expectativas, olvidenlas.

Un abucheo se empezó desde la fila de atrás, y Nina se recostó en su mano aburrida, ella podía ser infantil, pero no se iba a humillar a hacer todo ese tipo de ruidos ridículos con el profesor al frente —además de que le parecía una falta de respeto—.

— Sin importar lo mucho que se quejen, hoy tendremos una evaluación —otro bullicio se desató y la castaña estuvo a punto de agarrar el cuchillo de plástico que había metido para el almuerzo y cortarle la lengua a todas aquellas personas que estaban gritando y quejándose, volteó los ojos, no estaba de humor y sus ojeras lo demostraban—; una redacción de mínimo 10 cuartillas, en primera persona, sobre la violencia de género en Venezuela, desde los años 1800 hasta la actualidad, incluyendo las leyes en las que se fundamenten con los artículos específicos —terminó de leer el papel que tenía en la mano y alzó la mirada, para enfrentarnos a todos nosotros con sus ojos casi negros— ¿Qué esperan? Tienen dos horas académicas para hacerlo, si no pierden una nota de 30%

Estefanía bufó, sacando cinco hojas de exámenes, gracias a Dios había estudiado algo sobre el tema, con todas las ganas y la emoción del mundo empezó a escribir —que se sienta la ironía—, llevaba dos hojas de examen llenas por completo, cuando al profesor le dio tremenda picazón de culo y pues, les dijo que debían hacerlo a bolígrafo; eso si tenía él, le encantaba joder a los alumnos sin importar el qué.

Cuando salió de esa clase sintió que se quitó un gran peso de encima, sin embargo, a penas eran las 9 de la mañana y le faltaban dos materias por ver, Psicología criminal y Penal II, la siguiente materia le gustaba bastante, pero penal era su muerte, a ella le gustaba más el derecho ambiental o el derecho administrativo.

La señora Camila entró al salón, con su camisa manga larga abotonada hasta el cuello —resaltando sus voluptuosos senos—, un sobre todo verde y una falda de semi cuero que le llegaba hasta el muslo, sus piernas cubiertas por medias negras y unos zapatos blancos de cuero impoluto. Ella era como la Mylf de toda la Universidad —todos los estudiantes querían con ella, aunque tuviera una edad bastante avanzada, es como el vino, mientras más viejo, más bueno se pone o eso decían las malas lenguas en aquella Universidad—.




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