El viaje al palacio duró una hora, la puerta de hierro se encontraba oxidada por lo que soltó un chirrido cuando varios hombres del ejército seele la abrieron. Un olor desagradable se coló por las fosas nasales de las hadas provocándoles arcadas, aquello olía como un cadáver en descomposición.
Durante mucho tiempo, las mazmorras habían estado selladas, el paso de los años, las habían convertido en un lugar húmedo y oscuro. Dos hombres entraron iluminados por una bola de fuego que Marissa creó, con ella podían ver por donde caminaban, las paredes eran hechas de huesos y habían unos esqueletos colgando del techo, pero ese era un modo que usaban los antiguos dueños del castillo para asustar y alejar a los forasteros.
Marissa bajó del torso de Tain, conocía a la perfección cada rincón del castillo por eso iría delante para guiar al ejército por el camino correcto.
—Necesito que vayas a la montaña
—¿Para qué? Mi lugar es aquí, a tu lado —contestó Tain, aunque él no podía entrar en los túneles podía desde el aire ofrecer apoyo a su reina.
—Tienes que estar a salvo, si algo sale mal, irán a por ti, no me perdonaría si te ocurriera algo por mi culpa
—No voy a dejarte sola, estaré a tu lado como siempre, somos un equipo recuerdas
—Tain, es una orden que te doy como tú reina, si algo sale mal busca a Raziel —Eso último lo dijo casi en un susurro, no quería que nadie supiera de quien hablaba
—Nada va salir mal, ajústate al plan y todo estará bien —Marissa se acercó y colocó su frente sobre la cabeza de Tain, de ese modo siempre se despedían y el futuro era incierto para ambos, la reina retrocedió lentamente, miró a su amigo, su fiel aliado, su familia, lo amaba con todo su ser, solo él conocía sus secretos y su verdadera historia, del mismo modo en que se ganó su confianza por la eternidad, ella confiaba ciegamente en él, le echó un último vistazo antes de perderse en la oscuridad de las mazmorras. Por algún motivo tenía esa extraña sensación de que algo iría mal y no volvería a encontrarse con Tain, podía escuchar a los espíritus alertarle del verdadero peligro y ellos pocas veces se equivocaban, a pesar de eso no tenía miedo, siempre se había preparado para el día en que fuera traicionada así lo decía la profecía que ella mantenía oculta, su miedo no era por perder su vida sino por sus hijos y la estabilidad del reino.
Caminó enfrente del ejército, hacía mucho que no recorría aquellos pasadizos pero a pesar de eso los recordaba con mucha precisión. Llegaron a un arco hecho por cráneos y supo que finalmente estaban a punto de entrar al castillo.
—Llegamos ¿Todos se encuentran listos capitán? —preguntó a Maikol, quien lideraba el ejército de los seeles
—Si su majestad, solo por curiosidad a dónde nos lleva esta entrada
—A mi habitación, necesito tomar algo que se encuentra oculto en ella
—¿Y si nos topamos con alguien? Quizás los traidores estén ocupándola
—Está hechizada, nadie excepto mi hijo puede entrar —. Maikol asintió, se volteó hacia sus tropas y levantó una mano en forma de puño todos respondieron del mismo modo, de esa forma confirmó lo que ya había dicho, su tropa estaba preparada para la batalla.
Marissa tocó varios cráneos y estos comenzaron a iluminarse, del piso salió una roca y con su daga se cortó la palma de su mano para que su sangre brotara obre esta, así la puerta secreta se abriría, primero tenía que probar que era de la realeza, con su magia se cerró la herida. La roca desapareció en cuanto las primera gotas d sangre la tocaron y en automático una puerta de madera apareció esta tenía los bordes dorados y en el centro el sello de la familia real.
La reina usó la manecilla para abrirla, lentamente entró a su habitación, la cual se encontraba desordenada, habían entrado y puesto todo de cabeza, su escritorio estaba destrozado, su cama hecha un desastre en una esquina y su ropa esparcida por el piso. No podía creer lo que sus ojos veían.
—Pensé que solo el príncipe puede entrar aquí —dijo el capitán en cuanto entró y divisó semejante desastre, el esperaba encontrar un lugar hermoso, ordenado y lleno de riquezas.
—Así es
—Solo se me ocurren dos opciones
—Ilumíname —dijo la reina mientras recorría la habitación observando aquello
—Al parecer su majestad estaba molesto por su partida o el príncipe buscaba algo
—Nadie en el palacio sabe que fui secuestrada
—Entonces solo nos queda la segunda opción —Finalmente toda la tropa entró y el capitán se encargó de cerrar la puerta. Si los aposentos de la reina fueran pequeños seguramente no habría lugar para tantas hadas, pero eran tan amplios que allí se podía construir una casa sin ningún problema.
Marissa fue a una pared donde había un lienzo hecho por artista del mundo vampiro, en él había un retrato de la familia real, esa pieza era lo único de la habitación que se mantenía en su lugar. Puso su mano sobre el maco de oro y usó su fuerza para despegarlo de la pared, este quedó hecho pedazos pero dejó al descubierto una pequeña ranura donde encajaba a la perfección solo dos cosas en todo el reino, una era la joya principal de la corona, una piedra que era la prueba de un juramento hecho por sus antepasados, la otra un colgante que llevaba la reina oculto con su magia, es por ello que Meriel no lo vio cuando la saco del castillo.