Una semana después caminaba de regreso a casa, sola; no eran más de las diez, había hecho unas compras que necesitaba y pasé a casa de Diana y Melissa, puesto que, ya eran varios días que no sabía nada de ellas. Pero no encontré a nadie en sus casas, lo que me resultó extraño. Decidí que intentaría encontrarlas de nuevo mañana.
Thaleb no estaba en la ciudad, salió con Edril hacia una reunión importante con los mayores, no me dio detalles, prometió hacerlo en cuanto volviera que no serían más de dos días. Se fue tranquilo al saber que cada vez se me facilitaba más el usar mis poderes y después de todo quería dejar de depender de él para librarme de los problemas que se me pudieran presentar. No siempre estaría ahí para salvarme y yo tenía que aprender a hacerlo por mí misma.
Debo mencionar que ambos asistimos a la cita que se me hizo a través del móvil. Pero nadie llegó y supuse que fue de ese modo porque quien haya enviado ese mensaje tenía como objetivo que fuese sola.
No volví a recibir ningún mensaje, además que Thaleb tiró mi móvil y me dio un iPhone aun en contra de lo que yo quería.
Apreté las bolsas de comida contra mi pecho, repasando mentalmente si no me faltaba nada de lista que mamá me dio; ambas regresamos a nuestra casa, y pese a lo que sucedió y vivimos dentro de ella, nos sentimos cómodas de tener nuevamente nuestro espacio.
Aunque la mayoría del tiempo y cuando me encontraba en el colegio ella se la vivía con Edril, entre ellos había una química extraña, quizá tan extraña como la que teníamos Thaleb y yo. Sin embargo, no lo comentaba conmigo y no me atrevía a preguntarle, todo lo contrario a ella que no dejaba de interrogarme sobre lo que tenía con Thaleb. Se podría decir que habíamos comenzado un noviazgo aunque él no me haya pedido ser su novia, sinceramente creía que estaba de mas el hacerlo.
—Ayúdame —oí un leve susurro.
Detuve mis pasos. Mi cuerpo entró en tensión, recordando brevemente que ya me había encontrado en una situación similar y que sin duda podría ser igual.
Me di cuenta que la voz provenía del callejón de siempre, me hallaba a unas cuantas cuadras de mi casa y odiaba con todo el corazón tener que pasar por él para poder llegar.
—Ayúdame —susurró de nuevo.
Avancé cauta. Sorpresivamente no había más sonidos en la calle, como tampoco autos y ni que decir de la gente, el toque de queda era a las nueve pero desde hace un rato la gente dejó las calles solas y si yo me atrevía a andar por ellas es porque era lo que era, diferente a los humanos y con magia para poder defenderme.
Despacio coloqué las bolsas en el suelo con la vista fija en el callejón sin alcanzar a ver algo pero ahí sí lo había, lo sentía, sentía esa energía maligna de la que hablaba Thaleb. Fue como si cayera encima de mí fuertemente y me aplastara.
Me precipité hacia el interior del callejón siendo muy cautelosa mientras el olor a descomposición se hacía presente como solía suceder a menudo que me hallaba en situaciones como ésta.
La luz era casi nula, la luna brillaba pero no era suficiente para ayudarme a ver nítidamente. Incluso así noté una figura de rodillas en el suelo. Era una mujer de cabellos blancos, sostenía su cara entre sus manos a la vez que leves sollozos escapaban de su boca, sollozos que me erizaron la piel, un terror me acarició la médula y me estremeció de pies a cabeza.
Su cuerpo se sacudía con pequeños espasmos; usaba una blusa blanca pegada al cuerpo y con sorpresa atisbé los huesos de su columna muy marcados como si en realidad ella sólo estuviese hecha de huesos.
—¿Estás bien? —Pregunté mientras la magia hacia su presencia poco a poco en mis manos.
Ella efectuó un movimiento negativo con la cabeza de forma rápida sin dejar de temblar. Di un paso más al frente.
—Él ya viene, viene por nosotros, viene por ti. Sacará nuestros corazones y los comerá frente a nuestros ojos. —Masculló entre dientes.
Enseguida de haber pronunciado aquello comenzó a reír, a reír como una loca; agarró su cabello de ambos lados de su cabeza y tiró de él arrancándolo súbitamente mientras la sangre brotaba de las heridas que dejaba en su cráneo. Heridas profundas de donde la sangre salía espesa.
—No, basta, detente —le pedí.
Por impulso me acerqué a ella y la cogí de ambas manos, busqué detenerla, pero no lo logré. Ella se precipitó hacia atrás y con desesperación pasó sus uñas por su cara arrancando pedazos de piel, ésta caía al suelo como si estuviese podrida, se desprendía con una gran facilidad a la vez que su blusa blanca se teñía de rojo.
Retrocedí asustada, aterrada ante lo que ella hacía.
Al terminar estaba cubierta de sangre de toda la cara, no tenía forma alguna su rostro, es como si fuese una cabeza negra con grandes ojos que me observaban desde la oscuridad mientras sus dientes blancos relucían al embozar ella una sonrisa siniestra.
Editado: 12.09.2018