Elegida ©

Capítulo 19

Necesitaba volver con urgencia a Avondale. Tenía la sensación de que las cosas no iban bien con Gian, me hallaba nervioso, ansioso. Impaciente caminaba de un lado a otro por el salón de la gran Lacum. El sitio donde Los Mayores se reunían en Nueva Orleans. Había una Lacum en diferentes sitios, cada uno en los puntos donde las fuerzas mágicas se concentraban con mayor densidad. Nueva Orleans definitivamente era uno de los más activos en magia, tan cerca de Avondale donde Gian nació.

Gian.

Alcé la vista al ventanal que me permitía atisbar el cielo nocturno; la luna brillaba en lo alto, me pregunté si Gian se encontraba mirándola. Ella solía hacerlo cada noche cuando las nubes se lo permitían.

Más de un año estuve observándola, más de un año siguiendo cada uno de sus pasos; era un detalle del cual ella se mantenía ignorante. Si tan sólo supiera que me atrajo desde la primera vez que la vi en aquel súper; sus ojos demandantes de atención con ese brillo de inocencia me atraparon y no me soltaron.

Fingir indiferencia fue un arduo trabajo, no tenía permitido ir más allá con ella. Estaba prohibido por Los Mayores que la viera de un modo romántico. Todos sabíamos el destino que se le tenía deparado: Morir.

Había otras opciones, como convertirse en el arma de Sangrieff o si contábamos con suerte, la destrucción de ese ser lleno de maldad.

Sin embargo, rompí las reglas. La besé y no quise dejar de besarla jamás. Mientras la sostenía entre mis brazos me repetí que no podía dejarla, que nunca tendría suficiente de sus labios, de ella; joder.

La amaba.

Me enamoré de Gian.

Más de doce meses viéndola sólo a ella, escuchándola, grabando en mi mente el sonido de su voz, el de su risa, cada detalle que efectuaba. Tal como lo era cuando sonreía, dos pequeños hoyuelos aparecían en sus mejillas, o cuando se enojaba, arrugaba la nariz como lo hacen los conejos, luciendo verdaderamente tierna.

¿Podría ser una ridiculez enamorarse de alguien a quien no haz besado, tocado, sentido?

Para mí no lo era. Gian Arel me atrapó con su magia y no me soltó más.

Solía quedarme a su lado cuando su padre la golpeaba o la humillaba. Ella lloraba profundamente hasta quedarse dormida y entonces hacía acto de presencia. Gian nunca lo supo pero no estuvo sola, estuve ahí incluso cuando no interferí, hubiese dado todo por hacerlo. Pero no podía, lo tenía prohibido.

Sin embargo, pude darle su merecido a ese imbécil y jamás volvería a ponerle una mano encima a Gian o a su madre, ni a cualquier otra mujer.

Me pasé las manos por la cara en señal de frustración; esto que sentía por ella era como el mismo fuego de la magia que poseía en mi interior. En mis más de trecientos años en el mundo jamás me enamoré, mi objetivo fue la magia, vivía para ayudar y aprender de Los Mayores, aislado en las Locum hasta que Edril volvió por mí y me sacó de ahí.
Sinceramente no llamaba mi atención el enamorarme o el besar a una chica, por supuesto que eso no lo tenía prohibido. Muchos Mayores tenían esposas, hijos, familias. Y mentiría al decir que no besé a alguna mujer pero no fue nada más que mera curiosidad. No había llegado nadie que despertara en mí este deseo, esta necesidad.

Y con Gian era diferente en todos los sentidos. Por Dios que podría besarla toda la vida y no tendría suficiente. Por primera vez tuve la necesidad de tocarla, de despojarla de su ropa e ir más allá. Unir su cuerpo al mío en un acto de entrega carnal.

Todo tendría que esperar. Estábamos en medio de una batalla; el dejarla no me agradó, pero Edril requirió mi compañía y no podía negarme. Además que Gian cada vez podía manejar mejor su magia; no obstante, Damon la rondaba, él era listo, tramposo, demasiado inteligente. Me preocupaba que se acercara a ella. Además de brujo era un demonio que no dudaría en poseerla y la idea me desagradaba, era ese sentimiento que apareció cuando vi a Gian besando a su primer novio.

Celos, así lo llaman los humanos.

—Thaleb.

Me volví en cuanto oí a Edril. Venía acompañado de un mayor; Judeus, era su nombre. Un hombre de la edad de Edril, su cabello era pelirrojo, su procedencia era irlandesa y lo tenía marcado en su físico. 

—¿Es hora de irnos? —Pregunté.

—Sí. Pero debo advertirte sobre Arel. —Habló Judeus. Negué.

—Lucharé. Si puedo salvarla lo haré. El que la ame les ayuda a ustedes, a todos, porque sería capaz de dar mi vida para que ella pueda salir ilesa. —Expliqué.

Judeus intercambió una mirada con Edril. Mi padre asintió con pesar. Supe enseguida que se me estaba ocultando algo.

—Al final Gian Arel morirá, Thaleb, es su destino. Sea de nuestro lado o del de ellos, su final está marcado.

—No. No tiene que morir. —Aseveré negándome a creerle.

—Escucha, Kraven —dijo llamándome por mi apellido—. Sangrieff no podrá recuperar la fuerza que habita en Arel, así que su segunda opción es poseerla. Dentro de ella habitan dos almas, el bien que tú has conocido y el mal que Sangrieff piensa hacer resurgir. La luna de sangre se acerca… y con ello el ritual.

—Soy consciente de todo. Y también soy fiel creyente de que el destino lo creamos nosotros mismos, que nada está escrito. —Refuté. Judeus movió su cabeza en forma negativa.

—No lograrás traerla de regreso, Kraven.

Hundí las cejas mientras procesaba y entendía sus palabras. Edril apartó la mirada cuando fijé en ella la mía. Lo entendí todo.

—Ellos la tienen, ¿no?. Me alejaste de Avondale para que Sangrieff la atrapara. —Lo acusé, sintiéndome traicionado.

—Necesitábamos saber dónde se esconde. Podemos encontrar a Gian, ella nos llevará a Sangrieff —intentó explicar Edril.

—¡La usaron como un cebo! —Levanté la voz; mis uñas ejercían presión contra mis palmas.

Damon la tenía. Sangrieff la tenía.

Mierda. Mierda. Mierda.

Por ello me sentía mal, por ello esta maldita sensación en mi pecho; Gian me necesitaba, no debí dejarla, ella aún no se encontraba del todo preparada para enfrentar a Sangrieff y Damon juntos. Y éste último como siempre debió usar sus trucos para llevársela. Fue ese jodido demonio.

Mandaría su pálido trasero demoniaco de vuelta al infierno.

—Thaleb, era necesario —intervino Edril. Endurecí el gesto.

—No, Edril. No de esta manera. —Repliqué.

Di media vuelta y salí de ahí mientras sentía sobre mí la mirada de algunos brujos; me conocían, también mi rebeldía y la irremediable atracción que sentía por romper las reglas.
Ni siquiera les dediqué una mirada; subí al auto que en el que llegué con Edril, encendí el motor y me puse en marcha. Él se las arreglaría para volver, tenía que hacerlo, Esther le importaba lo suficiente como para querer mantenerse cerca de ella. Me pregunto si de ser el caso la habría entregado como entregó a Gian.

Golpee el volante con furia. La rabia me estaba consumiendo, la angustia de no saber cómo se encontraba Gian, maldita sea, podía hacerme una ligera idea de lo que sucedía con ella en manos de esos seres sin escrúpulos.

—Voy a ir por ti. Voy a salvarte, no pienso perderte, Arel. Jamás.

 



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En el texto hay: brujos, amor puro, suspense

Editado: 12.09.2018

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