Andrew se despertó y miró al pequeño despertador de la mesita de noche. Eran las ocho y media de la mañana, pero el sol no había salido. Las nubes de la tormenta lo tapaban. Seguía lloviendo a mares. Sintió un poco de peso en el brazo izquierdo y dirigió la mirada hacia allí. Una cabecita morena estaba apoyada en su brazo, acurrucada al lado de su cuerpo. «Anabel», pensó con una sonrisa. Levantó la cabeza y vio a los dos animales tumbados a los pies de la cama, relajados. El hombre intentó quitar a la chica de su brazo con cuidado de no despertarla, pero fue inútil. La joven se removió inquieta y se despertó junto con Satán y Diablo.
—Buenos días —lo saludó la muchacha con un ronroneo mientras se estiraba.
—Hola. ¿Has dormido bien? —le preguntó al verle las marcas de las heridas en el cuello y en los costados.
Las tripas se le revolvieron al verlas. Sabía quién se las había hecho, pero en ese momento, no podía hacer nada más que cuidarla. En cuanto la tormenta pasara, Javier Vega podría darse por hombre muerto.
—De maravilla —contestó ella al incorporarse para acariciar la cabeza de los animales.
La puerta de la habitación contigua se abrió y Ramón salió mirando a su alrededor. Echó un vistazo en el dormitorio de la pareja y suspiró al verlos despiertos.
—Buenos días. Menos mal que sigo en tu cabaña —le dijo a su anfitrión. Había tenido una pesadilla con Javier y había parecido muy real.
—¿Te encuentras con energía para ayudarme? —le inquirió Andrew al levantarse de la cama y caminando hacia el salón.
—¿Ayudarte a qué?
—A traer más leña.
—Ah, claro, mientras no tenga que cortarla yo —lo siguió hasta la puerta de la cabaña y salió detrás de él con un chubasquero amarillo que había cogido del perchero.
Satán salió detrás de ellos con pasos elegantes. Ana se quedó mirando la puerta con una sonrisa, se levantó de la cama seguida por Diablo y se fue a la cocina. Echó un vistazo en la nevera y cogió la leche. Buscó por todos los armarios color crema hasta que encontró el cacao e hizo un poco de chocolate caliente.
El cánido la miró mientras hacía el chocolate y le ladró para captar su atención. La chica dirigió la mirada hacia él y se echó a reír cuando lo vio con el plato en el suelo, acercándolo con el hocico.
—¿Y dónde está tu comida? —le preguntó buscando en los armarios.
El perro le ladró y se acercó hasta un pequeño armario, al lado del fregadero. Ana lo abrió, sacó la bolsa y la volcó sobre el bol.
—Que te aproveche —le dijo dejando la bolsa en su sitio.
El animal metió el hocico en el bol meneando la cola con alegría. La chica quitó el chocolate del fuego y echó un poco en una taza blanca. La cogió entre sus manos sintiendo el calor que emanaba y se sentó en el sofá. Por primera vez pudo observar la habitación con detenimiento.
Era espaciosa, con las paredes de color marrón tierra. No había muchos muebles, solo los necesarios para sentirse cómodo y confortable. Un sofá de tres plazas beige muy cómodo, una chimenea de piedra enfrente, al lado de ella un armario de madera, un poco gastado por el tiempo, para la leña y una mesita auxiliar entre la chimenea y el sofá. Al fondo de la estancia, a un lado de la puerta del dormitorio principal, había una estantería de caoba con algunos libros. En la otra esquina estaba la cocina con los muebles de color crema y la encimera de granito. Una isleta la separaba del resto de la habitación. Una mesa redonda de pino con cuatro sillas descansaba en la otra esquina del espacio, cerca de la puerta de entrada. No estaba mal para vivir allí una temporada, pero no eternamente.
La chica estaba inmersa en sus pensamientos cuando la lluvia empezó a caer más fuerte. Andrew entró corriendo con algunos troncos de madera en las manos y seguido de Ramón con otros cuantos troncos más. Cerraron la puerta, dejaron la leña en el armario y se sacudieron el agua de los impermeables. Los colgaron en el perchero y Andrew sacó un tronco para echarlo a la chimenea.
—¿Os apetece una taza de chocolate caliente? —preguntó la joven desde la cocina.
—Sí, por favor —contestó Ramón al acercarse a ella. Cogió la taza que le ofreció la chica y se sentó en una de las sillas—. Me he empapado.
—No creo que tengamos que salir otra vez hasta dentro de unos días —le informó Andrew encendiendo el hogar.
—¿Dónde está Satán? —inquirió Anabel entregando una taza de chocolate al hombre.
—Desayunando. No creo que se haya ido muy lejos —se irguió en toda su altura, le dio un sorbo al líquido humeante y se sentó en el sofá mirando las llamas.
La muchacha se sentó a su lado, muy cerca de él, tanto que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
—¿Cuánto crees que durará la tormenta? —quiso saber Ramón al acercarse a ellos.
—No lo sé. Puede que dos o tres días —olfateó el aire arrugando la nariz—. No hay mucha humedad, probablemente mañana termine y podamos ver algo de sol.
—Bien, eso me gusta. No tendrás una radio o un móvil por aquí, ¿verdad?
—No. Y no creo que te sirviera de mucho si lo tuviera. No hay mucha cobertura por esta zona.
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Editado: 11.03.2024