Llamaron a la puerta de la cabaña y ésta se abrió dejando ver a Andrew. Jonathan se abalanzó sobre su hermano para abrazarlo y le dejó un beso en la mejilla con fuerza, aplastando su moflete.
—¿Qué tal estás, hermanito? —le preguntó Jonathan.
—Bien. Habéis venido todos. A ella no la conozco —dijo Andrew señalando a Celia que estaba agarrada a la cintura de Gabriel.
—¿Podemos pasar? Ahora os lo contamos todo. Os habéis perdido varias cosas —inquirió Aaron.
El anfitrión se echó a un lado y dejó que todos entraran. No sabía cómo iban a caber todos ahí dentro. La cabaña no era precisamente una mansión.
—Hola, hijo. Por fin os hemos encontrado. Menos mal que no os ha pasado nada —Maryah abrazó a su hijo y, después, a su sobrina.
—Bueno, familia, ¿qué ha ocurrido en nuestra ausencia? —quiso saber Héctor mirando a su padre casi sin pestañear.
«Papá, tenemos que hablar sobre Bernard McAllister», pensó para que le llegara a su progenitor.
Los ojos de Aaron se abrieron de par en par, pero disimuló.
¿Qué ha pasado con él?
«Tenemos que alejar a las chicas de aquí. En menos de dos días llegará Bernard para acabar con nosotros».
El rostro de su padre palideció. Ese hombre no pararía hasta matarlos a todos.
—Después de la Apolline y de iros vosotros, Alfonso regresó —les contó Miriam sentada en el regazo de Jonathan.
—¿Alfonso? Pero si estaba muerto —se sorprendieron Héctor y Anabel.
—No lo estaba. Bernard era el traficante al que vigilaba y descubrieron que eran padre e hijo.
—¡¿Cómo?!
—Como lo oís. Alfonso era el hijo de Bernard.
—Regresó para volver con Miriam, pero decidió que mejor me mataba a mí. Así mataba a dos pájaros de un tiro: la tendría a ella y a su supuesto asesino muerto —continuó Jonathan abrazando a su novia.
—¿Supuesto asesino? —inquirió Anabel sin entender nada.
—Creía que fui yo el que le disparó en la redada cuando aún estaba infiltrado con su padre, pero en realidad, fue Andrew. No sabía que somos gemelos, ¿verdad, Gabriel? —miró al aludido con una pequeña reprimenda en sus ojos.
—Oye, ya pedí disculpas. No volverá a pasar.
—¿Y quién es ella? —lo interrogó su hermano Héctor mirando a Celia, sentada en el regazo del comisario.
—Es mi alma gemela. Por cierto, Alfonso está muerto, ¿verdad, Jonathan? —utilizó el mismo tonito de retintín que el hombre había utilizado con él.
—Sí, y por eso nos quiere matar Bernard o, por lo menos, es uno de los motivos.
—Nos hemos perdido muchas cosas. ¿Sabéis o tenéis alguna noticia de dónde podría estar esa serpiente? —interrogó Anabel abrazando a Andrew.
—No, no sabemos nada. Sabe esconderse muy bien —contestó Oliver mirando a su padre y a su hermano Héctor con los ojos entrecerrados. Algo se traían entre manos esos dos y no conseguía escuchar sus pensamientos. Eso no le gustaba ni un pelo.
—¿Alguno de vosotros es médico o algo parecido? —quiso saber Andrew pasando la mirada de uno a otro.
—¿Para curarte la herida del brazo? —respondió Ángel observando el vendaje.
—No, no es para mí, sino para tu prima. Javier la lastimó durante el tiempo que la tuvo retenida.
—Hermana, ¿que te hizo? —le inquirió Dafne al acercarse a ella.
—Me pegó con un látigo, entre otras cosas. Aún me quedan algunas cicatrices en la espalda.
—Y también le hizo algo para que no pueda utilizar sus poderes —añadió su primo.
—Eso ya se me ha pasado. Hace unos minutos he estado enseñando a Andrew lo que podemos hacer y he podido hacerlo con él —le explicó la chica.
—Aun así, deberíamos hacerte un chequeo. Es posible que todavía quede algún rastro —Dafne le apartó un poco el cuello de la camisa y vio las cicatrices rosadas de la espalda.
—Tienes toda la razón, prima. Tal vez tú consigas descubrir lo que le ha pasado —la animó Héctor.
—Coged vuestras pertenencias y vámonos. Un avión nos espera en el aeropuerto —les dijo Aaron.
—Yo no puedo irme. Aún no he terminado mi trabajo —respondió Andrew.
—Si él no se va, yo tampoco —apuntó Anabel dejando que su hermana le echara un vistazo a las cicatrices.
—Ah, no. Eso sí que no. O nos vamos todos o no nos vamos ninguno —advirtió Olga dispuesta a quedarse cerca de su hija.
—Vamos a ver. Andrew tiene que terminar un trabajo, ¿no? Nosotros nos quedaremos con él para ayudarlo mientras vosotras regresáis a casa y curáis a Ana de sus cicatrices y, si conseguís saber lo que le inhibía los poderes, mejor —expuso Aaron intentando calmar a su hermana melliza.
—Ya he dicho que no me voy a ir sin él —repitió Anabel.
—Hija, tu tío tiene razón. Tenemos que curarte y, la verdad, prefiero hacerlo en casa —le pidió Olga con los ojos vidriosos.
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Editado: 11.03.2024