Mi hermana colocó las flores con sumo cuidado. Depositó, casi con reverencia, el postre que había preparado. Le dejó, con manos temblorosas, la carta que acababa de escribir. Limpió la foto con los puños de su fina camisa, la besó, y cuando no pudo soportarlo más se abrazó a la cruz que custodiaba la tumba y comenzó a llorar.
Después de muchos minutos, se incorporó. Se secó el rostro, me miró y preguntó:
- ¿Tú no vas a darle nada a mamá?
No iba a responder pero, ante su mirada inquisidora, terminé por decir:
- Yo ya le cociné su postre favorito, ya le escribí una carta, ya le regalé flores, ya la besé y ya la abracé...
- ¿¡Cuándo!?
- Cuando ella todavía estaba viva...