Conservo la mirada baja mientras mis manos descansan en mi regazo, me encuentro sentada encima de mi valija tratando que mí vestido negro no se ensuciara por la tierra.
Las lágrimas se escurren por mis mejillas, ya no siento dolor sino una profunda tristeza que abarca mi pecho. No estoy triste por las voces o por no tener un lugar en donde dormir, no estoy triste por no tener una solución a mi problema o por no haber encontrado a la voz que me puede ayudar.
Estoy triste porque quiero morir.
Mis oídos captan el sonido de unos pasos aproximándose hacia mí pero decido ignorarlo porque es tal tristeza que tiene mi cuerpo, que no tiene la fuerza ni el deseo de levantar la mirada.
Observo unas botas negras que se colocan frente a mí, me tenso un poco por tener a alguien a mi lado, no puedo mirarlo a los ojos, no me controlaría. Se agacha, lo sé porque puedo ver sus rodillas. Unos dedos callosos se posan en mi barbilla y me obligan a levantar la mirada pero trato de evitarlo.
—No quiero lastimarte—susurro.
—Voy a ayudarte.
¡Es la voz!
Levanto rápidamente la mirada topándome así con unos hermosos ojos ámbar, observo cada detalle del hombre que tengo delante de mí, su cabello rubio, sus labios finos y rosados pero lo que más me llama la atención, es una cicatriz que se encuentra en su mejilla derecha.
Esperen…
Puedo verlo a los ojos y no sentir la necesidad de absorber toda su sangre, la felicidad que estaba creciendo en mí, poco a poco se va apagando, mi ceño se frunce y abro mis labios tratando de formular la pregunta que en este momento está atacando mi cabeza.
—¿Qué eres…—Al encontrar mi voz entrecortada, aclaro mi garganta—. ¿Qué eres tú?
Él sonríe levemente aun observándome fijamente a los ojos.
—Soy tu ayuda.
— ¿Disculpa?—pregunto frunciendo el ceño.
—Me llamo Kilian, Helena.
—No me llames así—murmuro negando con la cabeza.
— ¿Por qué? Ese es tú nombre ¿No?
—Helena murió…
Me observa con atención para luego formar una sencilla sonrisa que no muestra sus dientes.
—Estás equivocada, Helena—Hace énfasis en el nombre—. Aún estás aquí, estás viva.
—Odio ese nombre—susurro.
—No deberías. Llevas el nombre de Helena de Troya, la mujer más bella de Grecia según la mitología. Además, tiene un hermoso significado ¿No lo crees?
—No sé lo que significa.
—Significa Luz que brilla en la oscuridad. Algo que te caracteriza justo en esta etapa de tu vida.
Entonces lo miro, con tristeza.
— ¿Puedes ayudarme?—pregunto, obligando a que mis lágrimas no salgan.
—Solo puedo ser tu guía, tú debes hacerlo sola—responde en un suspiro—. Vamos. Te llevaré a un lugar para que puedas descansar.