Elvis y Luna

XV

Ruth había cumplido quince años el 14 de Mayo y, como festejo, había hecho un pijama party en su casa al que no me habían dejado ir, escudándose en que los hermanos de mi amiga podían “abusar de mí mientras dormía”. No les dirigí la palabra a mis padres durante un mes completo.

A modo de disculpa por haberme negado el festejo de mi amiga, mamá convenció a papá de instalar banda ancha en la casa bajo la única condición que sólo podíamos navegar una hora al día (mi hermano tenía dos: Por ser hombre y por estar estudiando en la universidad). Ni aun así los perdoné y a modo de rebeldía me quedaba más del tiempo permitido chateando con Elvis en Messenger o mintiéndoles a mis padres que me iba a estudiar con Ruth o a un entrenamiento más intensivo de natación para verme con él.

Hablábamos casi todos los días por chat pero en el colegio ni nos dirigíamos la palabra. Nuestra relación era una cosa extrañísima pues en el colegio nos ignorábamos pero en MSN nos dolían los dedos de tanto conversar; aunque pasó un par de meses hasta que, por fin, mi amigo me tuvo más confianza y ya no se “abatataba[1]” tan seguido cuando conversábamos cara a cara. Supongo que si Antoine de Saint-Exupéry hubiese estado vivo se habría referido a nosotros como “el principito y el zorro” ya que “domesticarlo” no fue fácil (esto último pasó luego de años de amistad y muchas peleas en el medio).

Elvis, en un principio huraño y cerrado, apenas sí abría la boca para responder un par de preguntas pero esto sólo ocurría si estaba sobrio, porque bastaban un par de cervezas para que esté a las carcajadas limpias, haciéndome bromas y hablando como loro mojado. Los lugares donde normalmente nos citábamos eran el Shopping, el centro, ya sea en alguna cafetería o en el Parque San Martín, o el Monumento a Güemes (un bellísimo lugar al pie del cerro, de espacios amplios aunque irregulares, a causa del lugar dónde se encontraba, con nuestro Prócer salteño Martín Miguel de Güemes subido a su caballo y vigilando una parte de la ciudad y a sólo media cuadra de la casa Ruth; de esa manera podía mentirles a mis padres que me iba a su casa a tomar el té cuando en realidad cruzaba la calle y me veía con Elvis).

Poco a poco, el delicioso calorcito salteño fue cediendo paso al húmedo frío.

Los árboles, que en su gran mayoría seguían verdes a causa de las lluvias de verano, empezaron a teñirse de amarillo, rojo y anaranjado; y si antes salía en musculosa y short a hacer las compras ahora tenía que ponerme un jean o un pantalón deportivo, zapatillas y un bucito[2] porque los vientos que corrían parecían hechos de agujas; aunque el peor frío se lo sentía en invierno, pues pese a que las temperaturas no bajaban de los dos grados ni tampoco nevaba (de hecho, Salta sólo tuvo dos o tres nevadas en los últimos treinta años) la humedad te jugaba una mala pasada y el frío te calaba hasta los huesos.

Con la llegada del frío a la ciudad también tuve que ser más cuidadosa a la salida de natación, ya que me bastó un solo resfrío por salir con el pelo húmedo del entrenamiento para que mi abuela materna me untara Mentisán[3] en el pecho, junto con paños calientes y esté apestando a menta durante dos semanas para que empiece a llevar mi secador cada vez que iba a natación; gracias a mi exquisita fragancia a menta Ruth me dijo “Mentita” hasta que se me pasó el hedor.

Y fue justo en un día de mucho frío cuando supe que Elvis me había agarrado un poco de confianza al citarnos en el centro para tomar un chocolate con churros, y luego de cuarenta y cinco minutos me invitó a su casa.

-Quiero que conozcas a mi madre y a mi hermano. Les he hablado muy bien de ti y quieren conocerte-me dijo rojo como un tomate. Parpadeé sorprendida y aturdida ya que no me esperaba eso, sin embargo acepté de buena gana.

El colectivo que nos dejaba en su departamento era del mismo corredor que yo tomaba para volver a casa luego de educación física, el número cinco, con la única diferencia que yo tomaba la línea “B” y nosotros nos habíamos subido a la línea “A”. No obstante, cuando nos bajamos en la parada que nos correspondía me quedé bastante sorprendida de la zona en dónde mi amigo vivía: Estaba muy alejada de ser una zona segura. Nos encontrábamos cerca de la Universidad Nacional y de noche podía ser bastante fea; la droga y los enfrentamientos de pandillas eran moneda corriente y me sentí muy fuera de lugar cuando ingresamos al complejo de departamentos. Extrañaba con horrores la seguridad de Tres Cerritos.

Subimos por las escaleras hasta el segundo piso, al departamento nueve, Elvis sacó un manojo de llaves y abrió la puerta de su hogar.

-Pasa-me indicó. Entré con cautela y observé la decoración del lugar. El living y comedor estaban en la misma habitación, un sofá un poco viejo miraba derecho a la televisión, la mesa estaba cubierta por un mantel y había cuatro sillas a disposición. No había más decoración que un par de cortinas blancas tapando la ventana del comedor y unas plantas. Si bien afuera estaba haciendo demasiado frío para ser invierno, dentro de la casa la cosa no mejoraba, apenas había unos tres o cuatro grados más, y todavía seguía sintiendo frío.




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