Al anochecer, las luces de los edificios circundantes me recordaban a pequeñas luciérnagas flotando en los campos como cuando era niña e iba de vacaciones a la casa de mis abuelos. Por las noches salía a jugar entre los pastizales del campo e intentaba atrapar luciérnagas en frascos de vidrio para verlas encender su luz de cerca. Generalmente terminaba con el ceño fruncido sentada en el porche de la casa con el tarro de vidrio descansando junto a mí, entonces mi abuelo abría la puerta de mosquitero y se sentaba a mi lado a observar las estrellas.
-¿Qué pasa pequeña?
Su voz era grave y aún con sus años en sima, emanaba respeto y autoridad; en sus ojos la gente podía distinguir años de sabiduría y bondad para compartirla con aquel que buscara su consejo y ayuda. Sus manos estaban surcadas y resecas por los años de trabajar la tierra en cualquiera fuera la estación del año, mi abuelo siempre estaba trabajando.
-No logré atrapar ninguna. No me quieren.
Mi abuelo se reía y chasqueaba la lengua como cada vez que le decía esa frase.
-¿Pero quién no podría quererte? Es solo que no tienes paciencia.
Entonces tomaba el frasco de vidrio entre sus fuertes manos y extendía sus brazos dejando sus codos apoyados en sus rodillas. Al cabo de unos minutos lograba reunir media docena de insectos y entonces volteaba su rostro para sonreírme.
Aún podía sentir su presencia como si estuviera acompañándome en ese preciso momento y desee poder regresar el tiempo para aprender a valorar y disfrutar cada segundo junto a él; en ese entonces no lo sabían, pero ahora podía decir que esos veranos y esos momentos eran de los mejores recuerdos de mi infancia, ojalá hubiera sabido que se terminarían pronto y entonces los habría disfrutado más. Desearía que alguien me hubiera alertado en ese momento que dejara de desperdiciar mi tiempo en enfados inútiles y sin sentido y en su lugar, que aprendiera y valorara cada segundo de su vida que mis abuelos me brindaban; porque eso es lo que nos indica cuánto nos quiere una persona, cuando te regala segundos, minutos, horas, días y años de su atención incluso cuando le quedan pocos, porque el tiempo es algo que nunca para y jamás se recupera.
Decidí que ya había hurgado lo suficiente en el pasado por una noche. En ese momento mi estómago gruño reclamando comida y fue entonces que tome conciencia de que no había comido desde el desayuno, algo que no debía hacer y menos estando embarazada. Pero al estar recién instalándome en el apartamento, por supuesto no había pensado en comprar comida. Por suerte, había logrado divisar un pequeño supermercado en la esquina de la manzana por lo que iría rápidamente hasta allí a comprar algo de comer y quizá comprar algo de helado para postre.
Deje la veladora cercana a la puerta de entrada encendida para que cuando regresara no estuviera tan oscuro el sitio. Estaba de espalda colocando la cerradura de la puerta, cuando escuché el ruido del ascensor y unas voces asomar al pasillo.
-Pero vamos… ¿Qué te cuesta hacerme este favor?
La voz de la chica sonaba un tanto chillona y molesta, como cuando una colegiala le ruega al nerd de la clase para que esté haga la tarea por ella y pone todo su empeño en sonar realmente infantil; podría apostar a que su nombre era algo así como Steicy, Charlotte, Brittany o algún nombre más sofisticado. Entonces lo siguiente que supe es que chasqueo la lengua al no obtener un respuesta de su acompañante.
-¿Es en serio? ¿Ahora me vas a ignorar?
-Por supuesto que no Tania, no te estoy ignorando.
Mis manos se congelaron en el bolsillo donde estaba guardando las llaves del apartamento, una corriente recorrió mi espina dorsal y el pasillo pareció bajar unos cuantos grados a la vez mientras mi respiración se atascaba en mi pecho.
Yo conocía esa voz, sabía a quién pertenecía; era la misma que había hecho que mis nervios se crisparan, que mi estómago se sacudiera con cientos de mariposas y que mi piel se erizara. Con un rápido movimiento de cabeza mis ojos comprobaron lo que mi corazón me había anticipado.
Ese hombre era Ian; el mismo Ian con el que había pasado mis vacaciones en París.
Antes de que él me reconociera, abrí la puerta rápida y torpemente y me metí dentro del apartamento.
“Esto no podía estar pasando, él era el padre de mi hijo y… ¿Ahora mi vecino?”
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Editado: 21.03.2024