Las chicas habían insistido durante toda la semana para que saliéramos a celebrar mi despedida de soltera, pero me negué rotundamente, porque conozco de primera mano de sus excesos y desmadres. Tengo que reconocer que mis cómplices de aventuras, son unas desastrosas y unas locas de atar que, ningún hombre que se considere cuerdo, es capaz de aguantar. Soy la primera del grupo que se engancha en una relación seria y de larga duración. Después de dos años de un noviazgo maravilloso y romántico, mi primer novio y yo, decidimos dar el paso definitivo para consolidar nuestra relación.
A una semana de mi boda con Justin, quería verme fresca como una lechuga y sin ojeras debajo de la piel de mis ojos. Una salida con ellas garantizaba una jaqueca de inmensas magnitudes y varios días de recuperación en la sala de deshidratados. Y, por supuesto, que no voy a arruinar las fotos de mi boda por andar de farandulera.
Bajo las escaleras y me dirijo a la cocina para pedirle a Rosalía un poco de leche tibia y galletas de mantequilla para acompañar. Estoy tan emocionada con la cercanía de la fecha, que me cuesta conciliar el sueño.
―Buenas noches, niña ―me acerco a ella y la beso en la frente. Esta bondadosa mujer ha sido el ama de llaves de esta familia desde que comenzó trabajar para mi abuelo. Cuidó de mi padre y también de mí, y no ha dejado de hacerlo desde entonces―. ¿Sigues con insomnio?
Bufo resignada y asiento en respuesta.
―Espero que después de la noche de boda pueda conseguir el sueño ―le digo al tirar de una de las sillas del desayunador para sentarme―, juro que estoy a punto de volverme loca.
Apoyo los codos sobre la encimera y descanso el mentón sobre mis manos. Estoy agotada con esto de la boda, pero ansiosa y animada.
―No cuentes con ello, cariño ―me dice con una sonrisa de complicidad―, dudo mucho que puedas dormir durante las primeras dos semanas, sobre todo, estando en plena luna de miel.
Mis mejillas se calientan al comprender lo que está diciendo. No tengo complejos para hablar de temas sexuales, pero hacerlo con ella es completamente bochornoso. No soportaría que me viera como si fuera la personificada hecha carne de la lujuria.
―Papá y mamá estarán llegando mañana ―cambio el tema de manera drástica―, ya te puedes imaginar lo que significará esta semana con mamá metiendo sus manos en todo lo que tiene que ver con la boda ―ruedo los ojos―, nos volverá locos una vez que comience a impartir instrucciones como una tirana ―me sujeto la cabeza con las dos manos―. Mi vida se convertirá en una gran pesadilla. ¿Puedes imaginarlo, Rosalía?
Ella sonríe divertida, pero no opina nada al respecto. Es una mujer muy reservada y solo interviene cuando lo considera conveniente. En ese instante se escucha una voz detrás de nosotros.
―Yo si me lo puedo imaginar y auguro que será una semana complicada para todos.
Giro la cara sobre mi hombro y sonrío al ver llegar a mi querido abuelo. Me levanto de la mesa y salgo corriendo hacia sus brazos.
―Hola, abuelo.
Me alzo en la punta de los pies y lo beso en la mejilla.
―¿Llego tarde para nuestra cita nocturna?
Me da un toquecito con su dedo en la punta de la nariz.
―Llegas justo a tiempo.
Esboza una sonrisa cálida y cariñosa al mismo tiempo en que mete sus dedos bajo mi mentón y me obliga a mirarlo.
―¿Cómo sigue tu desvelo?
Respiro profundo y hago un mohín con la boca.
―Igual que en las últimas dos semanas ―bufo con resignación―. Imagino que no mejorará hasta que pase la boda.
Asiente en respuesta.
―Entonces hagamos algo al respecto ―tira de mi mano y me acerca a la silla en la que estaba sentada, luego toma lugar a mi lado―. No hay nada que no solucione un buen vaso de leche caliente con miel para potenciar la somnolencia.
Rosalía acerca un par de tazas con leche tibia, un plato de galletas y el tarro de miel. Deja todo en la mesa y va por su bebida.
―Esta noche podrás dormir como un lirón, cariño ―indica Rosalía, al sentarse frente a nosotros con su taza de té humeante―. Si no funciona te prepararé una infusión de tila para que te la bebas antes de dormir ―bebe un sorbo de su bebida―. Te ayudará a calmar tus nervios y a relajarte.
Sujeto la taza entre mis manos y disfruto del delicioso sabor dulzón de la leche. El abuelo toma una de las galletas y le da un mordisco, antes de salir con una de las suyas.
―Es posible que tus nervios se deban a que no estás segura de casarte con ese imbécil ―casi escupo el trago de leche que tengo en la boca. Justin nunca fue de su agrado y no pierde la ocasión de hacérnoslo saber―. Todavía estás a tiempo de cancelar la boda, borreguito, ese hombre no te conviene.
Dejo la taza en la mesa y lo miro a la cara.
―¿Nunca vas a aceptar a mi prometido, abuelo?
Niega con la cabeza y hace un gesto de enfado.
―Conozco a los de su tipo ―insiste, decidido―, tarde o temprano, se quitará el traje de corderito que lleva puesto y mostrará su verdadera personalidad.
Editado: 26.08.2023