Una semana después
Después de descubrir al infiel de mi exprometido follándose a una de las bailarinas que habían contratado para la secreta y bien guardada despedida de solteros, decidí mudarme al apartamento que mis padres nos habían comprado como regalo de bodas.
Fue el único obsequio con el que me quedé, el resto los hice devolver a todos los invitados junto al anuncio de la cancelación. Sigo siendo el chisme de las revistas del corazón y de los principales periódicos de la ciudad. La noticia se corrió como pólvora y, para la peor de mis desgracias, la razón de la ruptura, ya era conocida por todos.
Sigo encerrada entre las cuatro paredes de mi nuevo lugar de residencia. Decir que la he pasado mal durante todo este tiempo, sería mentirme a mí misma. Prácticamente, me he revolcado y arrastrado en mi patético charco de dolor, rabia y amargura. He berreado como una posesa, pataleado como una niña caprichosa y malcriada y, conjurado todos los maleficios que existen en el universo en contra de ese despreciable infiel. Sin embargo, siento que hay una mezcla de diversas emociones gestándose en mi interior y que espera a hacer explosión en el momento más inesperado.
Mi familia se opuso al hecho de que me mudara, pero después de explicarles que necesitaba tiempo para encontrarme conmigo misma, no les quedó otra que aceptar. Germán, mi hermano, no se la tomó tan fácil. Estimulado por mi querido abuelo, le hizo una visita a mi exprometido y volvió a partirle su nariz recién operada. Aquello me hizo sentir extasiada, pero no era suficiente para aplacar mis deseos de venganza contra el hombre que pisoteó mi corazón.
Mi vida se volvió un caos después de descubrir su traición. Gracias a ello, me juré nunca más volver a confiar en un rastrero de dos patas con cara de muñeco de torta y sonrisa de modelo de revista. Son más falsos que los cuadros de Velázquez y Goya, que se intentaron vender en España.
Tomo el control de la TV y comienzo a saltar de un canal a otro sin prestar atención a la programación. Las cosas han perdido importancia desde que ese infiel me arruinó la vida. Dejo el mando en la mesa y tomo el tarro de helado de mantecado con chispas de chocolate, mi gran aliado en esta fase de ambivalencia por la que atravieso. Hundo la cucharada en el envase y meto en mi boca una bola tras otra, hasta sentir que se congela mi cerebro. Había descubierto que esta es la mejor manera de conseguir que mis pensamientos se detuvieran.
El timbre comienza a sonar. Giro la cara sobre mi hombro y observo la puerta como si esperara a que esta pudiera abrirse sola. Bufo con fastidio. Dejo el tarro sobre la mesa, me levanto del sillón y arrastro, mi ya no tan esbelta figura, hacia ella. Observo por la mirilla y esta vez suelto un resoplido al ver a mis tres amigas esperando en el corredor. Cierro los ojos y pego la frente sobre la madera para tomarme un respiro, antes de hacer un nuevo contacto con la civilización. Como sé que no se van a ir e insistirán hasta que les abra, quito el cerrojo y les permito la entrada.
Todas ingresan a mi apartamento como manada en estampida, resonando sus tacones sobre el piso de parquet. Cruzo los brazos sobre mi pecho y me quedo parada en el mismo lugar mientras las observo dejar todos los paquetes que traen en sus brazos, donde primero se les antoje.
―Hora de la intervención ―anuncia Adaline, al darse la vuelta y repasarme de pies a cabeza―. Estás en un estado lamentable ―niega con la cabeza―. Pasaste de ser una princesa a doncella de la casa.
Encojo mis hombros para señalar que mi apariencia es lo que menos me importa.
―Al menos mi ex no me dejo endeudada con Hacienda, ni con la suegra viviendo al lado.
Todas se carcajean con el comentario, excepto yo. Hace tiempo que no sé cómo gesticular una sonrisa.
―Creo que has pasado demasiado tiempo en la internet ―indica Sabrina al levantar mi celular de la mesa y descubrir que he estado en plan acosadora, paseándome por todos los perfiles de mi ex, en las redes sociales―. Esto no es bueno para ti ―corro hacia ella al verla deslizar sus dedos por la pantalla. ¿Qué cree que está haciendo?―. No necesitas saturar tu cerebro de basura innecesaria.
Explayo los ojos cuando al detenerme a su lado, noto que se ha metido en sus perfiles y ha dejado de seguir al causante de mi sufrimiento. ¿Cómo voy a enterarme de lo que ese desgraciado está haciendo mientras me sigo revolcando en mi charco del dolor?
―Pero…
Intento exponer mi punto de vista al respecto, no obstante, es Stacy la que en esta ocasión interviene haciéndome callar.
―No hay discusión, Destiny, necesitas olvidarte del pasado y reiniciar tu vida desde cero ―sonríe satisfecha―. Y es precisamente para eso, que estamos aquí.
Abro la boca y la cierro, porque no hay manera de que les lleve la contraria. Todas vienen en plan de salvamento y no se detendrán hasta conseguirlo.
―Lo primero que vas a hacer es quitarte esa ropa asquerosa que parece no haber probado lavadora desde el siglo pasado y echarla al cesto de la basura ―dice Adaline, al taparse la nariz como si no pudiera soportar el olor que desprende de ella―. Seguido, te meterás a la ducha y te depilarás todas aquellas partes en las que haya pelos ―hace un gesto de asco―, sobre todo en aquella que, después de todo este tiempo, debe estar más poblada que la cara de Barba Azul.
Editado: 26.08.2023