Empezando de cero

Capítulo 1: El comienzo de todo.

-Mamá, estaré bien te lo prometo- la abracé por tercera vez, mientras ponía los ojos en blanco por su dramatismo.
-Es que te vas tan lejos y sola y me dejas a mi sola también- contestó con la voz entrecortada.
<Pasajeros del vuelo 3510 hacia Melbourne, Australia, por favor diríjanse a la puerta de embarque.>
Mi vuelo.
Le di otro fuerte abrazo y un beso y me despedí de ella.
- Me tengo que ir. Prometo llamarte todos los días. Te quiero.
- Y yo cariño. Ten cuidado y no vayas a muchas fiestas ni bebas mucho. Aliméntate bien. Te voy a echar mucho de menos. – casi no entendí nada de lo que dijo, porque estaba llorando. Le sonreí y asentí.
Cogí mi maleta y me dirigí a la zona de chequeo. Dejé mis cosas en la cinta de rayos X y pasé por el detector de metales. Esperando a que mis pertenencias llegaran, me di la a vuelta y vi a mamá secándose unas lágrimas. La saludé con la mano, gesto que ella me devolvió con una sonrisa triste.
La voy a echar de menos. En realidad voy a echar de menos Barcelona y mi vida allí. Ya han pasado dos años desde la muerte de Austin. Dos largos años.
Al principio lo llevé muy mal. No hablaba con nadie, me descentre de los estudios y me obsesione con la investigación del robo con homicidio. Ya habían pasado 7 meses y no encontraban al culpable.
La universidad había sido un infierno. Por los pasillos estaban colgados carteles con su cara y mensajes típicos de: te echaré de menos o que descanses en paz. Además estaban los idiotas hipócritas que se acercaban a mi diciendo lo mucho que lo querían y lo mucho que sentían mi perdida sin ni siquiera conocernos a ninguno de los dos. Todo aquello me daba ganas de vomitar.
Sus padres me ofrecieron decir unas palabras en su funeral. Escribí un pequeño discurso cargado de amor que hizo que terminara llorando, yo y todos los demás presentes.
Ya habían pasado 8 meses desde su muerte pero no la había superado. Pensé que descubrir quién lo había hecho y ver como lo metían en la cárcel me haría sentir mejor. Pero me equivocaba. Al menos antes tenía algo que me mantuviese ocupada.
Estaba sumida en una grave depresión, mi madre intentó llevarme al psicólogo pero yo no puse de mi parte. Estar triste es mucho más fácil que ser fuerte e intentar superarlo.
Hasta el día que lo cambió todo. Buscando en uno de mis apuntes vi una pequeña nota garabateada en una página de mi cuaderno de lengua:
<Siempre estaré contigo, nunca dejaré de quererte e intentaré hacerte sonreír en los buenos y malos momentos. Sabes que me gusta demasiado tu risa de foca retrasada. Te ves preciosa. Te amo -A♡>
Eso me hizo reír tanto que acabé con dolor de barriga. Austin siempre sabía animarme de una manera u otra. Y seguía manteniendo sus promesas, aunque ya no estuviese aquí, sí que seguía conmigo. Siempre lo estaría.

Esa nota cambio por completo mi actitud.
Todavía no estaba bien del todo pero sentí cómo algo se arreglaba en mí. A partir de ahí intenté salir a delante, sabía que nunca podría ser la Maya de antes pero intentaría ser una versión que se le aproximara.
Acepte la propuesta de mi madre de ir al psicólogo y contra todo pronóstico eso me ayudó mucho. Mí psicóloga Carmen me escuchó hablar de él durante meses. Al principio solo podía hablarle de la trágica tarde pero luego ella me convenció de contarle todos los recuerdos que tenía con Austin. Recordar los buenos momentos me ayudó a borrar la imagen de él desangrándose en el piso y sustituirla por fiestas, abrazos, besos y muchos otras buenas cosas.
Los primeros meses tuve mis recaídas. Había momentos en los que lo echaba muchísimo de menos. Pero cada vez eran más fáciles de superar.
Tenía un objetivo. Iba a volver a ser feliz. Por él y por mí. Es lo que Austin hubiera querido.

Terminé mi primer año de universidad con todo matrícula de honor y varias recomendaciones en mi expediente. Recibí muchas ofertas de becas. Pero una me interesó mucho más que las otras. La beca
Erasmus. Me acuerdo del día que recibí la carta diciendo lo encantados que estarían si los eligiera a
ellos. Me puse a gritar y a saltar por casa mi casa de emoción. Esa beca era un sueño que había abandonado hace tiempo.
Hace años quería con todo mí ser abandonar mi queridísima Barcelona, me encanta mi ciudad y mi país, pero siempre había querido viajar y estudiar en un país de habla inglesa, mi idioma favorito.
Eso era lo único que tenía en mente a mis 16 años de edad, hasta que me enamoré perdidamente de Austin. Eso cambió todos mis planes. Ya no me quería ir. Quería quedarme con él. Barcelona tiene muy buenas universidades. Por eso no me costó mucho
rechazarla la primera vez que la recibí al terminar el instituto.
Cuando se lo conté a Austin no se lo tomó como yo me lo esperaba, él sabía que yo me moría por ir y no quería ser el que me arruinase la vida. Al final lo convencí para que dejara de sentirse culpable. Que era una decisión que había tomado yo solita y que la iba a llevar a cabo le gustase o no.
Cuando murió ya nada me retenía en España, así que volver recibir esa carta era el último empujón del destino para marcharme. Aunque adoraba mi ciudad, había demasiados recuerdos y yo necesitaba pasar página y no lo lograría si no le daba un giro de 180 grados a mi vida. Sin pensármelo dos veces acepté encantada la beca.
¡Me iba a Australia! El país de los Koalas y canguros. A mi madre no le pareció una buena idea que me fuera a la otra punta del mundo sola. Pero ella sabía que yo lo necesitaba, así que al final cedió.
Decidí que me marcharía a mediados de verano. De este modo tendría tiempo para adaptarme al nuevo país y a la independencia. También daría algunas clases para mejorar mi inglés que ya de por sí es muy bueno.
Y aquí estoy, dos años después, caminando con paso decidido con mi maleta por el aeropuerto de camino a un avión que me llevará a miles de kilómetros de mi hogar. A empezar de cero. Estoy asustada, está podría ser la mejor o la peor decisión de mi vida,
pero aun así, después de mucho tiempo, estoy feliz.




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