Había salido corriendo de mi cuarto porque iba tarde. Era miércoles y me tocaba Química Avanzada a la primera hora.
Al llegar Yoo estaba sentado en nuestro sitio, mientras que el pupitre del profesor seguía vacío.
Bueno, si llegaba antes que el profesor no se consideraba llegar tarde.
—Llegas tarde —reprochó Yoo corriendose de silla, dándome la que daba al pasillo. Me senté y puse mi mochila junto a mis pies.
Suspiré y tomé mi cabello entre mis dedos.
Era un tic que tenía, se me había hecho costumbre después de que mi padre, Fred Hale, muriera.
—Si, lo sé. No escuche la alarma y para cuando desperté, Lola no estaba.
No debía preocuparme, tal vez se había ido a clase más temprano que yo.
—Bueno, yo estoy aquí desde que amaneció. Son las nueve treinta y el profesor aún no llega —dijo.
Era raro, siempre que llegábamos el profesor ya estaba ahí. No quería creer que algo malo le había pasado. Traté de alejar los pensamientos negativos, eso solo empeoraría las cosas.
Estaba hablando con Yoo, hasta que vi algo peculiar afuera. Hace un momento el cielo estaba despejado y sin rastro de lluvia, ahora el cielo se había oscurecido y resonaban truenos por todos lados. Sonó la campana, pero nadie quiso salir. Afuera parecía ser una película de terror, luego vinieron los gritos.
Temí lo peor, luego sentí una sensación extraña. De miedo y amargura, como la primera vez que Belcebú estuvo cerca. Había demonios en el campus.
Mi primer reflejo fue decirles a todos que no salieran hasta que yo volviera.
—Pero ¿y si no regresas? —preguntó Yoo.
Los demás parecían aterrados.
—Sino regreso, pues morí, pero igualmente no salgan.
Dicho esto, abrí la puerta y saqué mi cabeza para ver qué sucedía. Todo el mundo corría hacia la salida, nadie parecía ir en la otra dirección. Eso fue lo que hice, fui contra la marea. Corrí al peligro.
Entre empujones y codazos, logre llegar hasta afuera. En el patio que daba hacia la capilla, algo lejos, estaba un ser monstruoso. Tenía pies y manos de dragón, en su cabeza había una corona. Tenía la piel negra, y unas alas con un par de plumas que a la vez no tenía. Lo peor de todo era que estaba desnudo.
Que asco.
—¡Yo soy Astaroth, estoy buscando a la mocosa nefilim a la que debo matar!
A ver, esperen un segundo. ¿Quién rayos se puede llamar Astaroth? ¿acaso los demonios no tenían el don poniendo nombres?
Me eché a reír, haciendo que el demonio me mirara furioso.
Oh, rayos.
—¡Tú, se supone que deberías estar muerta después de lo que Leviatán te hizo! —Escuché que alguien maldecía detrás de mí, y al girarme pude ver que era Cam y Azafeth.
—Eh, hola, ¿señor? No, muy formal. Demonio con nombre feo, me gustaría que te fueras y nos dejarás en paz. Ya sabes, no destruir el mundo y blah blah blah.
Cam rio, mientras que Azafeth le lanzó una mirada de molestia al tal Astaroth.
—Chiquilla, el mundo es un desastre. Todo gracias a tu raza, los humanos destruyen todo lo que tocan. —Luego señaló a los chicos que estaban detrás de mí—. Ellos fueron unos idiotas a negarse ante las órdenes de Amon. Se opusieron a ser lo que son, unos monstruos. Ellos querían hacer el bien, y por eso nuestro amo no está contento con eso. Desde ahora todo el infierno los busca también a ustedes, par de traidores.
El demonio con nombre raro hablaba brutalmente, demasiado molesto. Temía que en cualquier momento me atravesara sus garras en mi pecho.
—Diana, no podremos con el solo. Es un demonio mayor, a veces son difíciles de vencer —murmuró Cam, ahora más cerca de mí.
Miré la capilla y volví a centrar la mirada en el demonio. Giré mi torso hacia los chicos otra vez.
—Ganen algo de tiempo, debo llamar a alguien. —Ellos se miraron entre si, dudosos, pero asintieron. Luego, cargaron contra el demonio.
El rubio se movía en combate como si de un baile se tratara. Azafeth, en cambio, luchaba como una máquina asesina.
Se movía tan sincronizado con Cam, que parecían ser hermanos de armas, los cuales lucharon juntos por años. Si uno moría, el otro también moría.
Astaroth sabía pelear, pero eso no quitaba el hecho de que Cam y Azafeth lo estaban haciendo puré.
Me arrodillé en el suelo y puse la mano sobre mi piedra. Comencé a murmurar rápidamente.
—Eso muchacha, pide ayuda a tu Dios y sus ángeles. ¡Ellos son pan comido! —gritó Astaroth.
Luego ocurrió algo grandioso.
En un brillo, frente a mí, apareció Remiel y Uriel. Los dos llevaban unas espadas tan largas como un jugador de básquetbol, sus armaduras eran de oro puro y brillaban. Sus alas, dos de cada lado, eran tan grandes como una puerta y brillantes ante la luz. Sus ojos, en particular, ardían un fuego celestial cargado de ira.
—Amigo, debes dejar de ir asustando a todo el mundo. Eso no está bien —murmuró Remiel, haciendo que el demonio sonriera.
—Pequeño ángel, asustar no es todo lo que hago. ¿No se supone que Raguel es el ángel de la "justicia y armonía"? ¿Por qué no está aquí? —hizo las comillas en el aire, y Uriel frunció el ceño.
—Aunque no seamos los ángeles de la "justicia y armonía"... —Imitó las comillas del demonio, Remiel río—. Seguimos siendo guerreros, seguimos órdenes.
No le dio tiempo de responder cuando ya estaban sobre él.
El filo de las espadas de los ángeles daba repelús. Con solo escuchar como sonaba, te dabas cuenta de que eran muy filosas y letales. El demonio rugía y gritaba, las espadas lo quemaban al contacto mínimo.
La batalla duró al menos unos minutos siquiera, luego Uriel y Remiel atacaron a la vez haciendo que el demonio empezará a disolverse.
—¡Esto no acaba aquí, Diana! Veremos qué haces para salvar a tus amigos —dicho esto explotó.
Literalmente lo hizo, en una enorme nube de humo negro y dejando un terrible olor a azufre detrás.
Miré a Azafeth y a Cam. Ambos sudaban y estaban sucios por el humo del demonio.
Editado: 22.11.2021