Leo se despertó con el sonido ensordecedor de su despertador. Miró el reloj y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Se levantó de un salto, se tropezó con la esquina de la cama y soltó un gemido de dolor mientras intentaba encontrar sus zapatos.
Leo: "Genial, perfecto comienzo", murmuró mientras se vestía apresuradamente.
Después de un rápido desayuno compuesto de café instantáneo y una tostada quemada, salió corriendo hacia su "nueva" empresa. Al llegar, miró el edificio de cinco pisos con una mezcla de determinación y desánimo. Tomó una profunda respiración y se dispuso a entrar.
Dentro, el vestíbulo estaba igual de polvoriento y desolado que el día anterior. Leo se armó con una escoba y comenzó a limpiar, decidido a transformar el lugar. Sin embargo, no había avanzado mucho cuando algo pequeño y oscuro corrió rápidamente frente a él.
Leo: "¡¿Qué demonios?!", exclamó saltando hacia atrás.
Era una cucaracha, la primera de muchas que encontró en su exploración del edificio. Armado con una zapatilla y un spray de insecticida, inició una batalla épica contra los indeseados inquilinos.
Leo: "¡Fuera de aquí, intrusos! ¡Este es mi territorio ahora!", gritaba mientras perseguía a las cucarachas por la sala.
En medio de su frenética cacería, Leo tropezó con un balde y cayó de espaldas, derramando agua sucia por todo el suelo. Se quedó allí, mirando el techo y pensando en lo absurda que se había vuelto su vida en tan poco tiempo.
Leo: "Esto no puede empeorar", murmuró mientras intentaba levantarse.
Sin embargo, el universo tenía otros planes. Mientras limpiaba un estante lleno de polvo, una vieja caja cayó de repente, derramando su contenido sobre él. Papeles, clips y una nube de polvo cayeron sobre su cabeza.
Leo: "¡Perfecto! Esto es justo lo que necesitaba", dijo tosiendo y sacudiendo el polvo de su ropa.
En su esfuerzo por reorganizar la oficina principal, Leo descubrió un viejo armario. Cuando intentó abrirlo, la puerta se atascó. Tiró con fuerza y finalmente logró abrirla, solo para ser recibido por un aluvión de bolas de papel y telarañas.
Leo: "¡Por el amor de...! ¿Quién almacena cosas así?", se quejó mientras se sacudía las telarañas del cabello.
A pesar de los contratiempos, Leo continuó limpiando con determinación. En medio de su labor, encontró un viejo póster de una celebridad de los años 90 con un mensaje autografiado.
Leo: "Bueno, al menos alguien famoso estuvo aquí alguna vez", dijo riendo ante la ironía de su situación.
Pasaron las horas y, aunque el edificio seguía lejos de estar presentable, Leo no se dejó vencer por el desánimo. Después de una larga jornada de limpieza y de enfrentarse a más cucarachas de las que jamás había visto, se dejó caer en una silla en el pequeño despacho que había encontrado el día anterior.
Leo: "Ha sido un día terrible", murmuró mientras observaba sus manos sucias y se preguntaba cómo haría para salvar la agencia.
A pesar de todo, una pequeña chispa de optimismo brillaba en su interior. Recordó su promesa de transformar la empresa y decidió que, pase lo que pase, no se rendiría tan fácilmente.
Leo: "Mañana será un día mejor. Tiene que serlo", se dijo en voz alta, intentando convencerse a sí mismo.
Con esa resolución, se levantó, cerró la puerta del edificio y se dirigió a casa, cansado pero determinado a enfrentar los desafíos que el destino le tenía preparados.
Al día siguiente, Leo se despertó con una determinación renovada. Después de un desayuno un poco más decente que el anterior, se dirigió de nuevo a su "nueva" empresa. Hoy sería el día en que finalmente la dejaría presentable.
Con la escoba en mano, reanudó su batalla contra la suciedad y el desorden. Pasaron las horas y, poco a poco, el lugar empezó a parecerse menos a una escena de película de terror y más a una oficina... aunque todavía quedaba mucho por hacer.
Cuando estaba limpiando un rincón particularmente polvoriento, escuchó un ruido sutil pero persistente. Se giró y vio un pequeño ratón mirándolo con curiosidad desde una esquina.
Leo: "Oh, no... otro inquilino indeseado", murmuró, armándose con una escoba.
El ratón, aparentemente consciente de la amenaza, corrió por la habitación, iniciando una persecución épica. Leo intentó atraparlo sin éxito, tropezando con cajas y sillas en el proceso.
Leo: "¡Ven aquí, ratón maldito!", gritó mientras el ratón zigzagueaba ágilmente por la oficina.
Después de varios minutos de caos, ambos se detuvieron, exhaustos. Leo se dejó caer en una silla, respirando pesadamente, mientras el ratón se quedaba quieto a unos pocos metros, mirándolo con sus pequeños ojos brillantes.
Leo: "¿Sabes qué?", dijo entre jadeos. "Creo que no eres tan malo después de todo."
El ratón, como si entendiera, se acercó lentamente. Leo extendió la mano con cautela, y el pequeño animalito la olfateó antes de subirse con confianza. Leo sonrió.
Leo: "Supongo que puedes quedarte, pero nada de mordisquear cables, ¿de acuerdo?"
Decidió llamar al ratón "Chispa" y lo adoptó como su nuevo compañero de oficina. Con Chispa observando desde un rincón seguro, Leo continuó su trabajo. Finalmente, al caer la tarde, la oficina empezaba a parecer un lugar de trabajo decente.