Me desperté gracias a Baloo que estaba olfateando mi cara, el cual estaba encima de mí, me sorprende no haberlo aplastado. Sin duda hubiera sido una tragedia muy grande. Baloo, mi pequeño conejo, al final decidí llamarlo así. Me costó un montón encontrarle un nombre que no me olvidara. No se encontraba en su casita que le había hecho porque los hermanos pequeños de Lucas la habían cogido de juguete, cuando les había dicho que no lo era. No hicieron caso.
Abrí mis ojos y restregué mi rostro con mis palmas para quitar el sudor y también me quitaba el sueño que aun sentía. Ángela me dijo que podía tener encendido mi aire acondicionado todo el tiempo, que no me preocupara por el costo, pero no me sentía bien haciendo eso, así que el aire acondicionado se mantenía apagado, aunque estuviera muriéndome del calor.
Acaba de despertarme, pero mi cuerpo aún se sentía débil, me pedía a gritos volver a cerrar los ojos y dormir, pero no podía, observé a Baloo que se encontraba observándome atentamente con sus ojos rojos que desde un momento me cautivaron, me erguí a regañadientes en una posición sentada. Estiré la mano hacia mi teléfono que se encontraba en mi mesita, deslicé mi dedo por la pantalla para desbloquearlo, reviso mis redes sociales por si acaso alguna novedad, no hay nada, ninguna notificación.
Que triste.
La puerta de mi cuarto se abrió para dejar paso a la cara del pato Lucas, resoplo. Tan temprano viene a molestarme.
—Yo sé que me amas, Roderick, cambia esa cara.
Le dirijo una mirada de desagrado, su presencia no me molesta, lo que me molesta es que este temprano invadiendo mi cuarto.
—Cállate, no me hables —siseo.
—Uy, nos levantamos con el pie izquierdo.
Sin preguntar si podía pasar, entra a mi habitación, se sienta a un lado mío. Su mirada se dirige a Baloo, el cual lo está mirando fijamente con temor.
—No sé por qué tu conejo me tiene miedo.
—Será porque tienes cara de un limón podrido.
Lucas solo se ríe y se acuesta en mi cama con los brazos estirados. Malhumorado lo empujo haciendo que se caiga de mi cama.
—Sabes vine para decirte algo, pero ya se me olvido que era lo que te iba a decir, pero, en fin, me voy.
Levantándose, se dirigió a la puerta para después dejarla abierta, ni siquiera la deja cerrada. Malhumorado camine hacia la puerta para cerrarla despacio. A pesar de estar enojado no veía la necesidad de cerrarla fuertemente.
Suspiro, otro día más en que no haré nada.
—En un rato bajaremos Baloo —indico, bajándolo de mi cama y el no duda en dar pequeños saltos por mi habitación.
Me doy una ducha larga, el vapor del agua empeñaba los espejos y vidrios.
Una vez bañado y con ánimo para el día de hoy, salí para escoger la ropa que me pondría hoy. Estos últimos días han estado calurosos opte por ponerme algo cómodo, jeans, tenis puma y una polera gris. Una vez que me asegure de que la puerta de mi habitación este bien cerrada camine con Baloo en mis brazos hacia la cocina, ahí se encontraban los pequeños demonios y Ángela, que estaba muy entretenida observando su teléfono que me ignoro cuando la salude.
—¿Dónde está el pato? —pregunto intentando llamar su atención y lo consigo porque me mira al instante.
—¿Pato? ¿Tenemos un pato?
Dejo escapar una carcajada de mis labios y me apoyo en el respaldar de la silla.
—Lucas —respondo, dejo a Baloo en el suelo.
—¿Nuestro hermano es un pato? —Exclama Sarah, la hermana menor de Lucas.
Me río de nuevo y Ángela me fulmina con la mirada.
—No cariño, Roderick lo dice de broma, pero eso no significa que ustedes le dirán así a su hermano.
Los pequeños asienten. No me sorprenderían si ellos llamarían así a Lucas, la mínima cosa que ellos se enteran que a su hermano no le agrada, la cogen para molestarlo.
—Por cierto, tengo que ir a comprar comida, la refrigeradora está casi vacía.
—Bueno, entonces te esperamos aquí —digo.
—Ah no, no los dejare aquí solos, ustedes vendrán conmigo.
—No, ni loco —me giro y me choco con Lucas que viene llegando.
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
—Que vamos a ir de compras —dice Ángela con una sonrisa.
—¿Cómo vamos a ir? Ni siquiera tienes auto —la miro y observo como me muestra unas llaves —¿Te robaste un auto? —Pregunto con una mueca.
—No, no. Me lo compre, ayer mismo vinieron a traérmelo.
—Bueno, eso podemos hablarlo en el auto, vamos, que quiero conocer un poco el pueblo —murmura Lucas.
Ángela asiente estando de acuerdo con él. Veo como coge su teléfono y su bolso para después coger las manos de los pequeños y dirigirse a la puerta.
Maldigo.
Genial, y yo pensaba que no haría nada en este día. No me queda más opción que seguirlos.