CAPÍTULO 2: PROFUNDA DECEPCIÓN.
A los diez años de edad, conocí a un chico mayor que yo por unos tres años, de estatura un poco superior a la mía, cabellera castaña risada y ojos tremendamente cautivadores cafés oscuros, cuando lo vi, creí que me gustaba y por lo consecuencia yo a él, por lo tanto, no dude ni un solo segundo en espiarlo y como la niña torpe que era, tomarle alguna que otra fotografía, para mostrárselas a quienes creía que eran mis amigas en el colegio, y ellas siempre me aconsejaron hablarle y tratar de establecer una plática con él. Para conocerlo mejor.
¿El problema?
Al ser suficientemente cobarde decidí –siendo influenciada por una “amiga”- mandarle una carta declarándole mis sentimientos hacia él.
Si me preguntas que sí aún recuerdo el contenido que llevaba impreso esa hoja de papel, la respuesta es negativa.
¿El resultado?
Es que con el pasar de los años desde aquel pequeño incidente, cómo me gusta llamarlo, es ver a ese chico, y no cruzar ningún tipo de palabra con él. Aunque les suene imposible de creer, y si lo hacemos es para decir un hola, buenas tardes y adiós.
Sí, lo sé, es completamente patética la situación. Sin embargo, con el pasar de los años las emociones que tenía hacia él se extinguieron y me dejaron ver con claridad el tipo de persona que era.
Así que mi vida como te habrás dado cuenta se resume en una sola palabra: Fracasos, decepciones, regaños, problemas.
Esperen, eso esas son cuatro palabras.
Así es, la gran chica aplicada Ashley Anderson suele meterse más de dos veces al día en problemas, aunque para mis padres eso consiste en regaños, por no haber recogido mi alcoba, o no ayudar en los deberes del hogar. O… decepciones y destrucciones de expectativas familiares, como el día en el que les dije que mi sueño era estudiar Letras.
—Mamá, papá, ¿podemos hablar? —comenté después de dar gracias por los alimentos, pues era una costumbre que cuidábamos de mantener en la familia; para recordar ser agradecidos por todo lo que tenemos.
Ambos interrumpieron su plática, sobre quién pagaría el alquiler del hogar, para voltearse y verme directamente a los ojos, como acto reflejo todo mi cuerpo se puso tenso y nerviosamente comencé a mover los chicharos que el arroz contenía con él tenedor que sostenía en mi mano derecha. Tratando de mantener al margen los pensamientos negativos que se arremolinaban dentro de mí.
—Sé que en unos meses tengo que empezar con el papeleo de la universidad, y que tengo que tomar una decisión sobre la carrera que quiero estudiar… —Empecé a explicarles, pero la dura voz de mi padre me interrumpió.
—Perfecto, ¿ya sabes a que te dedicarás el resto de tu vida? —habló voz potente, aquella que usaba cuando quería recibir la respuesta que él esperaba, provocando que me intimidará y me encogiera en mi propio asiento siendo presa del miedo una vez más.
Me repetí a mí misma que debía ser valiente, por lo que trague saliva y procure tomar una gran cantidad de aire. Posteriormente asentí.
—¿Eso es un sí o no Ashley?
—Es un si papito, sé que quisieran que estudiara la carrera de médico cirujano, pero…
—¿Pero qué jovencita? —de repente el sonido alterado de su voz me hizo callar y bajar la cabeza, tal cual sumisa—. Sabes que, si no lo estudias, terminarás con una vida mediocre, como tu madre, mírala —con una de sus manos hizo un gesto despectivo hacia mi progenitora y por unos breves segundos dirigió su mirada hacia ella para después regresarla a mí—, ni siquiera termino sus estudios, estarás así o peor de pobretona niña estúpida.
Sin tener ninguna otra que decir, las lágrimas empezaron a descender lentamente de mis ojos. Y un dolor se instaló en mi pecho que me hizo sentirme como una vil cucaracha ante su presencia.