Estela
Los pulmones están a punto de explotarme por inhalar aire helado en medio de la noche sombría. Los árboles frondosos y altos me hacen ver tan diminuta, casi inexistente mientras los esquivo a toda prisa. El camino me resulta eterno, no sé cuento he corrido, pero los muslos se me tensan, en cualquier instante me fallaran—. ¡Huye, huye! —grita una mujer con bastante temor en su voz desde hace un rato, y esa es la razón por la que no me detengo; algo en mi interior me dice que, de hacerlo, moriré.
Pero, ¿de quién huyo? —pregunta constantemente mi cabeza mientras mis piernas no dejan de moverse. Me queman; sin embargo, el miedo que me ataca es mucho más fuerte que mi valentía para voltear y descubrir sea lo que sea que está persiguiéndome. Solo escuchó sus pisadas, tan feroces, resonantes y decididas a alcanzarme, haciendo crujir las hojas y ramas secas del bosque.
No entiendo cómo he llegado, ni mi miedo inexplicable a esta situación, pero eso no me detiene. Continuo y continuo. Y cuando por fin visualizo una luz, creo que todo ha terminado. Gran error mío haber sonreído antes de tiempo, pues una raíz me hace una mala jugada, ocasionando que tropiece. Mis pies descalzos junto a las rodillas arden ante los enormes rasguños causados por las piedras. Gimo de dolor, pues siento el lodo envolver las heridas con cada movimiento que hago.
—¡Te atrapara! —advirtió e intento levantarme, pero al verme los brazos el corazón se me congela. Están repletos de enormes hematomas.
¿Qué pasa?, ¿qué es esto? —quise responderme, a su vez que froto la mano en mis brazos con la esperanza de que esto sea algún tipo de pintura, pero no. Son reales.
—¡Cuidado! —Por instinto voltee, encontrando la silueta de un hombre a penas visible a causa de la neblina, aunque algo si era claro; un destello azul, no..., dos destellos azules en su rostro..., sus ojos, son de un azul cielo, que no producen tranquilidad sino inquietud, porque lo veo, existe una necesidad perversa en ellos. Luego mi atención se desvía a un brillo plateado proveniente de su mano. Enfoco lo más que puedo la visión y el estómago me da un vuelco cuando descubro el objeto..., un cuchillo, el cual parecía derramar una sustancia líquida color rojo brillante, ¿sangre? Y en la otra mano sacudió una…, jeringa, que por alguna extraña razón me dio más pánico que su arma filosa.
—¡Corre, corre! —suplicaba constantemente la mujer, pero no podía hacerlo, la siniestra presencia me había dejado inmóvil a excepción de la subida y bajada de mi pecho al respirar.
De pronto dio un paso hacia delante y con su cuchillo me señalo —. Tú—pronuncio en seco—. No debiste nacer—mencionó las palabras en un tono áspero, lleno de rabia—. Lo mejor —preparo su arma—, es que mueras. —Se abalanzó…
—¡AH! —Desperté y senté abruptamente, buscándome alguna herida en el cuerpo, y cuando me di cuenta que todo había sido un sueño me recosté en la almohada bañada en sudor. Esa pesadilla no para de atormentarme en estas últimas semanas. No la comprendo ni encuentro significado, aun así, la sensación que me deja me aterra como si la hubiera vivido.
Vivir…
En sí, ¿cuándo lo he hecho?
Vivir es estar vivo. Biológicamente lo estoy, pero mentalmente no.
Se supone que, al tener una vida, uno debería aprovecharla al máximo, ¿no? Pues, si alguno quiere la mía que la tenga. Ya no quiero seguir en este mundo de mierda. Frases como “todo estará bien”, “solo necesitas tiempo”, “en un punto serás feliz” ya no me llenan, ya no me sirven. Mi caso va más allá de una simple y constante desgracia. Si tuviera que explicarla con una sola palabra, creo que sería, miserable.
¿Por qué? Bueno…
Eso es muy visible nada más para mí y para mi cuerpo. Otros ni siquiera lo notan.
De pronto la puerta de la habitación resuena con tres ligeros golpes. Trago saliva, alerta.
—Cariño—dijo de manera dulce—, ¿todo bien? Escuche un gritó. —Movió la perilla, sin éxito de abrir.
Ya era costumbre ponerle seguro, de ese modo me mantenía a salvo de sus manos.
—¿Eli? —habló nuevamente—, ¿te volviste a dormir? O, ¿fue otra pesadilla? —susurró.
Me cubrí la boca para evitar hacer el más mínimo ruido.
—Yo sé que si—rio.
Temblé.
—Déjame verte, cariño. —Empecé a llorar—. Permíteme consolarte. Sabes que estoy para ti, siempre, hasta el final de nuestros días.
Perdí la paciencia—. ¡Lárgate! ¡Quiero estar sola!
—Abre—repitió al mismo tiempo que forcejeo la puerta—. ¡Abre! —Aumentó el ritmo— ¡Te abrazare! —carcajeó.
—¡Vete, por favor! —rogué y me cubrí con las sábanas de la cama en busca de refugio, de calor, de alguien que me salvara—. Basta, ya basta—murmuraba entre el llanto.
Luego de unas horas se fue, dejándome sin poder dormir en lo que resto de la noche. Fue hasta que la alarma de mi celular sonó, exactamente y como todos los días a las seis de la mañana, anunciando el principio de todas las desgracias.
Me levante. Dirigí al baño y lavé el rostro cansado, ojeroso y sombrío. Suspiré con esfuerzo, cada día se hace más difícil incluso respirar. Conscientemente ya no quería hacerlo.
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Editado: 12.12.2024