Cristian
—Buenos días—le dije a Daniel, el cual se encontraba sentado en el sofá, comiendo su cereal mientras veía una novela en la televisión. Parece una señora.
—¡Bu-e-nos dí-as, mo-co-so! —tarareo y levantó su mano, agitando la cuchara qué sostenía de un lado al otro en forma de saludo.
Reí. Ese apodo lo odio y aprecio al mismo tiempo.
—Cristian—escuche su voz gruesa desde la cocina. Cruce el corto pasillo blanco hacia allá, encontrándome con el mandón de la casa—. Ya preparé tu desayuno—mencionó Armando sin despegar la vista de su periódico.
Sobre la mesa hay un vaso de leche, un plato con pan tostado en forma de montañas, un huevo estrellado simulando el sol y tocino haciendo referencia a un camino o algo así, no estoy seguro.
—Ya no soy un niño—queje.
—Cállate y come—me miró de reojo, obligándome a sentarme con esa expresión autoritaria. Luego se me escapo una risa al verlo sentado en frente, con las piernas cruzadas, bebiendo su café de manera elegante, casi perfecta. Levanto la vista y arqueo una ceja—. ¿Prefieres cereal? —preguntó. Negue—. Entonces come antes de que se enfríe. —Siempre es así, parece una persona insensible, pero no es como mi padre. Al menos Armando se toma la molestia de acompañarme a desayunar, o checar si me encuentro en casa. Cosas tan simples que él no haría nunca.
—¿Qué tal dormiste? —pregunté.
Despegó la mirada de su periódico para verme—. El colchón nuevo me ha quedado excelente, y, ¿tú?
Incluso el prestarme atención es un privilegio que en tantos años no me fue otorgado.
Encogí los hombros—. No recordaba que mi habitación fuera tan pequeña.
Asintió—. Hace mucho que no veníamos.
Tiene razón. La última vez que estuvimos aquí fue cuando yo tenía unos quince años, creo (no sé exactamente por qué escape aquella vez), pero tengo muy claro que todo inicio a mis once años; siendo un niño solitario, desprotegido, exhausto. En ese tiempo, ni siquiera era casa, solo un montón de madera podrida que, por mi bienestar, se terminó por convertir en lo que es hoy en día; un verdadero hogar…y, a su vez, una escapatoria de la triste realidad.
Arrugué la nariz ante esos recuerdos de mi niñez, agriándome la leche, al punto de que pensé que estaba caducada. Para asegurarme cheque el cartón.
—Tú progenitor llamó—reveló. Deje de buscar la fecha de caducidad. Armando se inclinó—. Quiere que regreses a tu casa.
—Estoy en casa—dije con la intención de dejar el tema, pues ambos sabemos que es verdad.
—Entonces—se quedó pensativo—, quiere que regreses a su casa.
Fruncí el entrecejo—. Cuando cambie de opinión acerca del contrato, lo haré. —En mi interior sabía que eso era imposible y también él.
Suspiró—. Haré lo que pueda—dobló su periódico, levantó y me revolvió el cabello antes de subir las escaleras.
En ocasiones siento que les complicó la vida a mis amigos, pero en verdad no quiero volver y menos desde que leí ese contrato...
—¡Carajo! —un gritó me sobresalto.
—¿Qué paso? —Armando bajo apresurado, por mi parte solo me acerqué a la escena.
—Antonieta se quiere quedar con Rodrigo y no con Alan—se quejó Daniel—. ¡A la mierda la vida! —rebuzno, levantando sus brazos, ocasionando qué la cuchara saliera volando y chocará contra uno de los focos.
—¡Daniel! —exclamó Armando—. Ya no deberías ver telenovelas si te vas a poner así de agresivo—regaño.
—Tranquilo—hizo un gesto con su mano, restándole importancia—. Yo lo arregló—fue al ático por unas herramientas. Se subió a una silla para alcanzar el techo y empezó a tratar de reparar el daño. Todo en un estado excesivo de calma.
¿Tanta herramienta para un foco? —pensé sin despegar mi vista dudosa en Daniel.
—¿Estás seguro de que sabes lo que haces? —le preguntó Armando cruzando los brazos e igual sosteniéndole la mirada.
—¡Claro que sí! —habló en un tono de ofensa—. Yo tomé un curso de electricidad.
—¿Sí? —seguía sin poder creerle, pues nunca lo había comentado—. Y, ¿cuánto duro ese curso?
Agarro unas pinzas y movió un poco los cables antes de hablar—. Solo asistí un día—respondió.
—¡Un día! —Armando y yo nos sorprendimos y justo en ese momento se fue la luz en toda la casa.
—Ya presentía yo, qué algo malo iba a pasar—Armando frotó su mano en su frente. Se notaba irritado—. Llamaré a un especialista. —Subió nuevamente las escaleras.
Daniel se bajó de la silla—. Lo siento—rio, apenado—. No habrá luz por un buen rato.
Claramente, porque la casa está alejada del centro de la ciudad. Si tenemos suerte se restaurará en la noche o hasta mañana.
Será un día aburrido—Resoplé.
Daniel sacudió sus manos como si se hubiese empolvado mucho por arruinar la corriente eléctrica—. ¿Cómo vas con la chica de la que me hablaste? —preguntó arqueando una ceja y pegándome con su codo en forma de burla—. ¿Ya están juntos?
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Editado: 12.12.2024