En el refugio de sus alas

Capítulo dos

Bosque de Epping, Inglaterra

 

LILLY-NAIEL

—Veriel, ¿me oyes?, ¿puedes escucharme? —Era la pregunta que le repetía a su amiga con la mirada empañada de lágrimas.

Entendía por qué Veriel no respondía, aunque le costaba mucho aceptarlo, había muerto, la había perdido.

Lilly-Naiel sabía que la muerte para un ángel era una posibilidad real. Aunque podían vivir eternamente, si su cuerpo angelical era herido gravemente por uno de los suyos, ellos podían morir igual que cualquier otro ser creado en el universo. Solo un igual podía causarles el daño suficiente para poner su vida en riesgo, no un mortal ni una bestia, ni las flaquezas como el hambre y la enfermedad. Y en cuanto a esto ella tenía claridad, pues había visto en qué se convertían los ángeles, ya fueran querubines, serafines o hasta arcángeles... se convertían en luz viva que flotaba por toda la eternidad alrededor del creador.

Su amiga desde siempre ya no habitaba ese frío y ceniciento cuerpo que se desintegraba en su regazo, sino que ella había partido de él para convertirse precisamente en eso, en luz. Ya no habría charlas ni juegos, ni secretos, ya no vida verdadera, solo una perenne existencia etérea.

Vencida por el dolor, Lilly-Naiel se dejó caer de bruces a la tierra. Su llanto acongojado y silencioso guardaba una triste similitud con el ambiente que la rodeaba. Estaba en el bosque; buscando a una adolescente perdida por esa zona hace días, cuando ellos descendieron. Su agudo olfato le había permitido percibir su presencia solo minutos antes de que los cielos se abrieran dándole paso a los rebeldes, y a estos les había llevado minutos sembrar el terror en el planeta humano, destruyendo tanto aquella ciudad, como las pobres vidas de sus ciudadanos; terrible acto que escuchó y vio a la distancia.

Ella había tenido suerte al hallar refugio rápidamente, pero Veriel no la tuvo, la vio caer con violencia al suelo desde una gran altura (lugar desde donde vigilaba la ciudad) golpeada por una de esas ráfagas encendidas, que a juzgar por su muerte, claramente venían de manos tan angelicales como las suyas.

Lilly-Naiel se puso de pie, respiró hondo, debía actuar, y debía hacerlo rápido. Cerró los ojos y concentrándose profundamente, inició su comunicación con los cielos, pero esta no se produjo. Solo recibió como respuesta el silencio.

«¿Cómo es posible?, ¿qué está ocurriendo?»

Volvió a intentarlo un par de veces más con el mismo resultado.

Algo había roto la comunicación... estaban aislados.

Ella, como ángel querubín, no era quizás la más indicada para hacerle frente a las fuerzas satánicas, pero algo debía hacer, no podía solo quedarse allí llorando su pérdida y esperando a que algún otro ángel de mayor rango la rescatara, debía hacerlo por su propia cuenta.

Era verdad que como querubín, comisionada a la tierra para tareas de protección y cuidado de los hombres, no tenía muchos atributos bélicos ni grandes habilidades, para empezar, no tenía alas, pero sí sentidos altamente sensibles y afilados, además de fuerza, resistencia, y fe, esta última, según su parecer, era su más preciada capacidad, la capacidad de creer y de confiar ciegamente en él, en su Padre.

Se tomó unos minutos para pensar en cuál sería el más acertadoproceder.

«¿A quién debo dirigirme?, ¿qué tengo que hacer?»

La revelación vino a ella en un instante, como si hubiera sido susurrada por los cielos.

Los serafines.

Esa clase de ángeles no se dedicaban a resguardar a los hombres, los serafines custodiaban los mares, las montañas, las selvas; toda vida y hábitat silvestre era protegida y sostenida por sus amorosas manos; también eran reconocidos por ser sabios y eruditos.

Debía ir con ellos, pedir su dirección y ayuda, o sumarse a la defensiva.

Sus ojos café brillaron resueltos mientras su ensortijado cabello negro era abanicado por el viento norte. Iría en busca de respuestas, era su deber como hija y su responsabilidad como ángel.

 

Candew Town, Londres

ANA

Analis, o simplemente Ana, como casi todos le decían, llevaba en brazos a una niña pequeña. La había encontrado sola y llorando en una esquina mientras intentaba cruzar lo que hasta hace minutos antes era la concurrida calle The Stables Market, ahora era solo ruinas, polvo, despojos y muerte. Corría con ella asida a su cuello, intentando esquivar cables eléctricos, mampostería caída y pequeños incendios. Mientras recorría lo que parecía una zona de guerra, con el corazón desgarrado ante tanto sufrimiento, le susurraba palabras de ánimo a su frágil protegida, palabras que a ella misma le costaba creer que serían ciertas, pero que eran las necesarias para calmar su llanto.

—Todo estará bien —le repetía—. Todo va a solucionarse.

Rogaba que fuera así. Entretanto su mente intentaba con desesperación hilvanar algún argumento racional para tanto desastre.

«¿Serán extraterrestres?»




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