En la boca del lobo.

Capítulo 8: Nada es lo que parece.

Camila se asomó por el pórtico de la puerta. La vista era demasiado borrosa; solo alcanzaba a mirar una silueta azul. ¿Quién podría interrumpir su único día descanso? Román había sido bondadoso con ella y decidió darle el día libre, puesto que la había notado rara la noche anterior; supuso que se sentía mal. 

—¿Quién es? —dijo bastante temerosa.

—Buenos días, señorita. Lamento interrumpir su mañana; soy el Oficial Cristián, ¿me recuerda?

Camila lo reconoció e inmediatamente se sintió más tranquila. Era aquel Oficial de cabello canoso y de baja estatura. 

—Claro que lo recuerdo. Gracias a usted llegué sana y salva a mi casa aquella noche de terror —decía mientras abría la puerta del departamento—. ¿A qué se debe su visita?

—No sé cuánto tiempo tenga disponible, pero quisiera platicar acerca de unos asuntos pendientes. 

—Claro, pase. Perdone el tiradero que tengo en mi departamento, apenas acabo de despertar. ¿Gusta un café?

—No se preocupe, así estoy bien. En verdad me interesa platicar con usted. 

—Dígame, ¿qué necesita saber?

El Oficial se puso totalmente serio. 

—Seré directo y espero que sea sincera. ¿Realmente qué sucedió aquella noche? Sí, aquella noche en la cual estaba totalmente asustada por todo lo qué había presenciado.

Camila entró en shock. No sabía que decir. 

—Ya he dicho todo lo que sucedió —respondió tajantemente. 

—Me parece que no ha confesado toda la verdad. Tengo la impresión de qué quizá usted presenció algo más aquella noche; no lo sé, quizá el doble homicidio que ocurrió en el callejón.

—Yo no soy culpable. Yo no los maté.

—No he dicho que usted haya cometido algún delito. Mire, esta visita es extraoficial y me he tomado la libertad de venir hasta su domicilio. El caso de Nicolas Bane lleva meses sin resolverse, ¿sabía que aquel pobre hombre tenía una familia? Piense esto, su esposa espera que algún día se haga justicia y ni que decir de su hija, una niña de cinco años que no volverá a ver su padre —el oficial se había inclinado hacia adelante—. Quiero que sea sincera, solo le pido eso. 

Camila se vio reflejada en aquella niña de cinco años, sabía perfectamente lo que se sentía perder a un padre. No pudo contener las lágrimas y se puso a llorar; para evitar que el Oficial viera su rostro, se levantó rápidamente de la silla y empezó a dar vueltas por toda la habitación. Tras varios minutos de reflexión, decidió hablar.

—Supongamos que sé algo, ¿habrá consecuencias por no haber declarado antes?

—Ninguna, como le he dicho antes. Es una visita extraoficial.

—Está bien. Yo... fui testigo del cruel asesinato de Nicolás Bane —dijo Camila mientras la voz se le quebraba. 

El Oficial Cristián se llevó las manos hacia la cabeza. 

—Continúa. 

Camila procedió a relatar todo lo sucedido con lujo de detalle. Explicó cómo fue la muerte de Nicolás, recalcó el peculiar tatuaje que llevaba uno de los asesinos y, además, mencionó que ese mismo hombre asesinó a Omar. Esta ocasión no se guardó ni un solo detalle. 

—Lo correcto es que hagas la declaración con el inspector de la comisaría. Esto nos puede ayudar para atar algunos cabos sueltos. 

—Tengo miedo, desde esa noche no he podido estar tranquila —respondió Camila bastante temerosa; las manos le temblaban. 

—No tienes por qué tener miedo, te aseguro que todo estará bien. Ahora mismo puedo acompañarte para que hagas la declaración y te sientas segura. 

—Lo haré.

—Estás haciendo lo correcto, pero una última pregunta, ¿ha declarado todo lo que sabe?

Camila volteó hacia su pequeño comedor y observó fijamente el reloj de bolsillo que se encontraba sobre la mesa. En su declaración nunca mencionó dicho objeto; su intuición le decía que no era tiempo de confesar ese detalle y que debía mantenerlo oculto.

—Así es, Oficial. He declarado todo lo que sé. 

—Bien, mi automóvil está estacionado afuera. Vamos, ya veré cómo me las arreglo para que no la cuestionen sobre por qué no había declarado antes. 

Camila aprovechó que el Oficial se encontraba distraído para tomar el reloj y esconderlo en su bolsillo. Posteriormente, ambos se apresuraron en abandonar el edificio para dirigirse hacia la comisaría. Después de unos cuantos minutos, llegó una camioneta negra con los vidrios totalmente polarizados y de ella bajaron tres hombres. Estas personas misteriosas inspeccionaron toda la zona e inmediatamente entraron al edificio. 

Mientras tanto, Camila se encontraba con el Oficial Cristián. Ambos comenzaban a forjar una buena amistad. 

—Oficial.

—Puedes comenzar a llamarme solo Cristián, suena mejor.

—Está bien, lo tomaré en cuenta. Quiero pedirte algo: ¿existe la posibilidad de que pueda visitar a la esposa de Nicolás Bane?

—¿A qué se debe esa petición?

—No lo sé, siento un poco de culpa por no haber confesado antes —decía Camila bastante apenada. 

—Puedo notificarle de tu visita. Esperemos y acceda. 

—Gracias, Cristián. 

Una vez en la comisaría, el proceso fue demasiado largo: varias horas de espera, interrogatorios infinitos y bastantes declaraciones. Camila se sentía bastante agobiada, pero en el fondo sentía tranquilidad, ya que estaba contribuyendo a la resolución de un caso. 

—Tengo excelentes noticias. La señora Bane ha accedido y puedes pasarla a visitar más tarde. En un momento te paso su dirección.

—Gracias, Cristián. De verdad significa mucho para mí.

—¿Quieres que te lleve a su domicilio?

—No, muchas gracias. Agradezco tu amabilidad, pero pasaré por algo de comer y posteriormente iré a visitarla. Ya has hecho mucho por mí desde aquella noche. Después ambos se despidieron y continuaron con su día. 

Camila pasó rápidamente por una rebanada de pizza y tomó un taxi para dirigirse hacia la casa de la señora Bane. Durante el transcurso, sentía un poco de nerviosismo.  Tras un largo viaje, por fin había llegado a su destino. Se encontraba afuera de una linda casa de dos pisos, pintada de color durazno con un hermoso tejado francés. Sin más preámbulo, tocó el timbre de la casa.



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En el texto hay: asesinato, secreto, policiaco

Editado: 14.09.2024

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