Pasan cinco largos días, Dominic y yo casi no nos dirigimos la palabra después de nuestra última gran discusión, tan solo nos decimos lo básico para poder convivir, lo cual me hace sentir como si estuviera sola en el mundo. Cada que tengo oportunidad, huyo a refugiarme a casa de mis padres y solo regreso con mi marido al caer la noche cuando es inevitable. Mi familia política no cesa en sus intentos de hacerme salir huyendo, pero al menos Dominic sigue apoyándome para protegerme de sus maldades, lo cual me ha ahorrado muchos momentos amargos.
Mañana en la noche asistiremos a un baile en casa de Violeta Muller, una dama muy distinguida y una de las mejores amigas de la reina Annabelle. La fiesta es en honor al primer cumpleaños de la hija de los Muller, Vanessa, lo cual me parece un poco excesivo pues una bebé de esa edad no va a tener ningún recuerdo de un cumpleaños tan suntuoso, pero los Muller así son y yo solo agradezco la oportunidad de poder estar lejos de mi nueva casa por un rato.
Debido a la vieja enemistad de la reina con las mujeres Godard, mi suegra y mi cuñada no han sido requeridas en el cumpleaños, solo Dominic, su padre y yo recibimos invitación; del mismo modo que mi familia. Sospecho que es porque el rey Esteldor quiere comprobar con sus propios ojos que nos estamos llevando bien en este matrimonio y que la querella entre nuestras familias ha quedado atrás. Juntarnos en un evento social es una forma de comprobar que aprendimos la lección.
Mi madre desciende del carruaje antes que yo. Levanta sus faldas para evitar que se ensucien en el charco que se formó a un costado de la calle y yo imito su movimiento. Tres niños pasan corriendo a toda prisa a nuestro lado, pisando el charco y salpicando nuestros vestidos. Mi madre bufa de coraje, pero no dice ni una palabra pues sería impropio para una dama de su estatus gritar en plena calle, aun si es para reclamar.
—Odio venir aquí —refunfuña en voz baja para que solo yo la escuche.
No reacciono ante su queja. Sé perfectamente cuánto odia visitar la avenida principal, desde que soy pequeña la recuerdo renegando de los ruidos, de la gente y del movimiento. Mi madre siempre ha sido una persona hogareña que atesora su paz, es solo que a veces la vanidad le gana y se ve en la necesidad de salir a convivir con el resto del reino, justo como ahora que mandó a hacerse un vestido para la fiesta de mañana en la noche y debe recogerlo.
Mi madre sacude su mano para indicarme que me dé prisa, apurando el paso hacia el establecimiento que vamos a visitar. A unos metros veo el elegante letrero de madera: Diseños Isidora Dosien. La señora Dosien siempre ha sido una costurera talentosa con una buena reputación, pero su fama se fue a las nubes después de que diseñara el vestido de novia que la reina Annabelle usó en su boda. Desde ese momento, llevar un vestido hecho por Isidora Dosien se volvió un símbolo de estatus, todas las mujeres de Encenard nos obsesionamos por llenar nuestros armarios con sus creaciones, haciendo a Isidora una mujer acaudalada en el proceso. La fama y el dinero le permitieron a los Dosien subir en su posición social en Encenard, tanto así que una de sus hijas contrajo matrimonio con el hijo de Teodoro Schubert, cosa que hacía unos años hubiera sido impensable.
La campanita suena en cuanto abrimos la puerta, anunciándole a la dueña del establecimiento que alguien ha entrado. Isidora sale de la trastienda con una amplia sonrisa.
—Señora Blake, qué gusto verla —saluda con la amabilidad que la caracteriza—. Su vestido está listo. Pase, por favor.
Isidora señala detrás de la cortina, en donde hay dos vestidores y varios espejos para que las clientas se prueben los vestidos que mandaron a hacer. Mi madre se gira sobre su hombro para mirarme, preguntándome sin palabras si la voy a acompañar.
—Ve tú, te espero aquí —le digo antes de encaminarme hacia el libro de diseños que Isidora tiene en exposición para que las clientas se den una idea de lo que puede hacer.
Ojeo el libro sin mucho ánimo mientras aguardo a que mi madre se pruebe su nuevo vestido. La escucho charlar con Isidora mientras se cambia.
—Felicidades por su casamiento —escucho que dice una voz femenina—. He oído que el señor Dominic es un joven bastante apuesto.
Alzo la mirada y me encuentro con Halia, una de las hijas de Isidora, quien está guardando algunos listones de colores pastel dentro de una caja.
—Gracias… lo es —digo con una sonrisa incómoda.
—¿Usted no se mandó a hacer un vestido para esta noche? —me pregunta mientras trabaja.
—Aún no termino de estrenar los vestidos que le encargué a su madre la última vez, parecía un desperdicio mandar a hacer uno nuevo —le comparto pues es la verdad, mandé a hacerme varios vestidos cuando creí que mi temporada de ser cortejada había llegado, jamás imaginé que no tendría la oportunidad de tener pretendientes, que iba a casarme de forma apresurada con un Godard. Aun cuando esa es mi realidad, al pensarlo me sigue pareciendo inaudito, siento deseos de pinchar mi brazo solo para comprobar si esto no es más que un sueño de mal gusto. Yo, esposa de Dominic Godard, suena risible.
La campanita de la puerta vuelve a sonar. Alguien más entro. No me giro para ver de quién se trata, vuelvo a centrar mi atención en el libro, dejando que Halia se encargue de atender a las recién llegadas.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlas? —pregunta ella con amabilidad.
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Editado: 05.01.2025