Encuentro a mi esposo entre los invitados, charlando despreocupadamente con su padre y algunos amigos de este. Sin el menor decoro o pudor, tomo a Dominic del brazo y lo aparto del círculo de hombres para llevarlo hacia la salida. La sorpresa de mi arrebato hace que Dominic se deje llevar unos cuantos pasos, pero en cuanto se repone, se planta sobre sus sólidas piernas obligándome a detenerme también.
—¿Se puede saber qué te sucede? —pregunta irritado por lo indecoroso de mi comportamiento.
—Me duele la cabeza, quiero irme a casa —miento, haciendo acopio de toda mi fuerza para no dejar que mi ira se asome en mi expresión.
—¿No puedes aguantarte un rato? Siento que sería conveniente quedarnos un poco más, ni siquiera hemos bailado ni una pieza —me dice al tiempo que se inclina sobre mí.
—Quiero irme ahora, Dominic —insisto en tono de niña malcriada.
No puedo quedarme aquí ni un minuto más sabiendo que la fiesta entera cree que soy una especie de monstruo cubierto de escamas. Tengo que ir a aclarar este asunto de inmediato.
—¿Ahora qué te sucede? Quiero la verdad. Nadie se pone así por un simple dolor de cabeza —observa él cruzándose de brazos.
—Pues yo sí y quiero irme a casa en este instante —digo en un tono como si lo estuviera desafiando.
Mi esposo pone los ojos en blanco y asiente resignado.
—Bien, vamos. Enviaré el carruaje de vuelta por mi padre en cuanto nos deje en casa —accede de mal modo.
Hago todo el recorrido de vuelta a la mansión de los Godard en completo silencio y con los brazos cruzados sobre el pecho. Voy echando humo del coraje que traigo. Lo único en lo que puedo pensar es en estar frente a Celeste y darle unas buenas cachetadas para exigirle que se retraiga de todas las tonterías que dijo y me pida una disculpa, pero conforme nos acercamos a nuestro destino, me doy cuenta de que no puedo hacer lo que me propongo. Si entro a la mansión Godard y ataco a mi cuñada, lo único que lograré es reafirmar esa idea que ellos tienen de que los Blake no somos más que un montón de gente irracional que se deja llevar por sus arrebatos. No voy a darles más material para que se burlen de mi familia. Solo hay una cosa que puedo hacer, lo único que me quitará a esas brujas de encima de una buena vez, que hará que mi suegra deje de estar inspeccionando nuestras sábanas y acallará los rumores que han esparcido. Una vez que el matrimonio esté consumado, ya no habrá forma de anularlo y las mujeres Godard no tendrán más opción más que resignarse y dejarme de fastidiar.
En cuanto llegamos, me voy directo a mi habitación, no quiero arriesgar a perder los estribos si me encuentro con las mujeres de esta casa, es mejor guardarme en la recámara hasta haber logrado mi cometido y sentirme más tranquila. Al parecer, Dominic tampoco tiene deseos de convivir con sus familiares, pues en lugar de pasar a la biblioteca a saludarlas, se sigue de largo a nuestra habitación.
Una vez dentro, mi esposo se sienta sobre la cama para quitarse las botas mientras suelta un quejido de cansancio.
—¿Cómo va el dolor de cabeza? —pregunta distraído al tiempo que se despoja de su calzado.
—Ha llegado el momento —declaro desde mi lugar con la barbilla en alto y el corazón queriéndose escapar de mi pecho.
Dominic enarca una ceja y me mira desde su sitio.
—¿Y qué momento es ese? —inquiere con curiosidad.
—El momento de que seamos marido y mujer… en toda la extensión de la palabra —le informo con las mejillas inflamadas de rubor, pero intentando sonar determinada.
Un brillo travieso cruza el rostro de Dominic.
—Oh, vaya… ¿Y esta determinación tiene algo que ver con cierto rumor sobre unas escamas? —me pregunta casi divertido.
Abro los ojos como platos.
—¡¿Sabías de eso?! —pregunto indignada antes de dar un paso hacia atrás, furiosa de creer que él formó parte de esta infamia en mi contra.
Dominic se levanta y llega frente a mí, bajando su rostro a la altura del mío.
—Alix Leroy mencionó algo al respecto en la fiesta —me aclara—. No tenía idea de la estupidez que había cometido mi hermana y te aseguro que fui muy preciso en aclarar el asunto para que supiera de forma inequívoca que se trataba de un malentendido.
Dejo salir el aire de mis pulmones y, con él, la fugaz indignación en contra de Dominic.
—Ya veo… —suspiro.
—La respuesta es no —suelta él de la nada.
Clavo mis ojos en los suyos, confundida.
—¿No?
—No seré tu marido… en toda la extensión de la palabra. Al menos no esta noche —me aclara.
Sus palabras son como un balde de agua fría.
—¿Por qué? —pregunto mortificada.
—Solo estás haciendo esto por despecho, para probar que ese rumor en tu contra es falso y yo así no te quiero tener. Si vas a ser mía es porque así lo deseas, no por buscar desmentir a ese par de hienas que tengo por parientes.
Me quedo petrificada en mi lugar, sin poder creer que está haciendo esto.
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Editado: 05.01.2025