En los brazos del enemigo

Capítulo 19

Alistamos nuestra partida sin perder tiempo. El pequeño poblado en donde viven mi tía y Marcel se encuentra a varios kilómetros de distancia, se llama Sandor en honor al antiguo rey y padre de nuestro actual monarca. Es un lugar del que jamás había escuchado hablar, pero eso no me sorprende, pues la mayoría de los asentamientos fuera de la ciudad de Encenard son de poca relevancia. La ciudad es el corazón del reino y los que habitamos ahí damos nula importancia a lo que está fuera. A diferencia mía, Dominic sí que conoce el poblado, pues se encuentra cerca de la residencia en donde pasaba sus días para estar lejos de sus familiares.

—No puedo creer que tuve tan cerca a mi medio hermano todos estos años —comenta con amargura mientras mira el paisaje por la ventanilla del carruaje.

Tomo su brazo y lo aprieto con cariño.

—Nada de esto ha sido tu culpa, lo importante es que estás haciendo algo por remediarlo —le digo para infundirle ánimos.

El camino es largo, pero las interminables sesiones de besos con mi esposo ayudan a hacer el trayecto bastante más ameno. De modo que, a mi parecer, llegamos en un abrir y cerrar de ojos.

—Pasaremos la noche aquí y mañana temprano iremos a Sandor para buscar a tu tía —me informa Dominic.

Me doy cuenta de que me trajo a su propiedad, el lugar en el que accedí vivir para alejarnos del resto de los Godard. Desciendo del carruaje y miro a mi alrededor. Ya es muy noche para apreciar el lugar en su totalidad, pero es evidente que la casa es considerablemente más modesta que la propiedad que los Godard tienen en la ciudad. Aun así, en cuanto pongo un pie adentro debo admitir que me agrada mucho más, tal vez es la ausencia de mi familia política o el hecho de que el ambiente es mucho más acogedor, pero de inmediato me siento en casa.

En el lugar trabajan tres sirvientes, los cuales reciben a Dominic con mucha alegría y se sorprenden al enterarse de que ahora es un hombre casado. Con mucha eficiencia, preparan algo para que cenemos y alistan la habitación de Dominic. Comemos al calor del fuego de la chimenea en una actitud mucho más informal que la de costumbre, sentados sobre el piso tomando nuestros alimentos con las manos, pues aquí solo estamos nosotros y podemos hacer lo que se nos venga en gana. Bebemos vino y reímos sin importarnos el paso de las horas. Ahora entiendo el encanto del lugar y por qué Dominic ama tanto vivir aquí. Me doy cuenta de que nuestras vidas habrían sido mucho más sencillas si me hubiera mudado aquí con él como me propuso desde un inicio. Mientras charlamos, en mi corazón se asienta la idea de que viviendo en este lugar podremos ser felices, me va a doler alejarme de mi familia, pero obtendré la paz de poner distancia con mi cuñada y mi suegra. Además, Dominic es ahora mi familia. Él y yo somos un nuevo comienzo.

Al día siguiente nos trasladamos a Sandor. El poblado es diminuto comparado con la capital, solo unas cuantas calles que no toma más de quince minutos transitar a pie. Hay poco movimiento, carece del ruido y del ajetreo al que estoy habituada a ver. Aun así, me parece bastante pintoresco. Dominic me toma de la mano, él tiene más idea de a dónde vamos pues ha estado aquí antes. Pasamos por un austero mercado y una fuente que sirve para marcar el centro del pueblo.

—¿Vienes muy seguido? —le pregunto mientras andamos.

—No, la verdad es que solo he estado aquí un par de veces. Yo soy un ermitaño, ¿recuerdas? —dice en tono de broma—. Aunque sé que el ama de llaves compra en este mercado nuestros alimentos.

—Sabes, lo estuve pensando y tienes unos modales muy refinados para alguien que pasó tanto tiempo lejos de la sociedad —observo.

Dominic arruga la frente.

—Solo porque aprecio mi soledad no significa que sea maleducado —se defiende—. Aunque si te soy sincero, recientemente me di cuenta que me gusta más estar acompañado. Es algo nuevo de mí que no sabía.

Al decir esto, se detiene a media calle y planta un beso en el dorso de mi mano mientras sus intensos ojos me miran fijamente. Me estremezco ante su gesto. Es difícil tener la completa atención de un hombre como él y que no te afecte de pies a cabeza.

Reanudamos la marcha, pero solo unos cuantos pasos antes de que Dominic se vuelva a detener frente a una casita de ladrillos.

—Es aquí —anuncia.

Llamamos a la puerta. Una mujer alta de cabello rubio nos abre poco después. Ni siquiera tengo que preguntar su nombre, a pesar de que no la he visto desde niña, la reconozco de inmediato, es mi tía Griselda. Creo que a ella le pasa lo mismo pues, aunque se ve sorprendida, una sonrisa curva sus labios.

—¿Pequeña Ava? –pregunta con incredulidad.

—Sí, soy yo —le confirmo luciendo mi gesto más amable—. Hola, tía.

—No puedo creerlo. ¡Cómo has crecido!

En ese momento, los ojos de mi tía se desvían hacia el hombre de pie junto a mí. Su sonrisa se desvanece. Presentar a Dominic es innecesario, a pesar de que mi esposo es un hombre mucho más atractivo de lo que jamás lo fue su padre, el parentesco es innegable. Griselda sabe que ante ella tiene a un Godard.

—Tu padre mencionó en su última carta que contrajiste matrimonio, pero no mencionó que vendrían —dice sin quitar su atención de Dominic—. Pasen, por favor.

Griselda se hace a un lado para dejarnos entrar. El lugar es modesto, pero parece contar con todas las comodidades. Mi tía nos lleva hasta la reducida sala que se encuentra a un costado del comedor para cuatro personas. Tomamos asiento, Dominic y yo en un sillón, Griselda justo al frente de nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.