Esperaba que en esa ocasión mi experiencia en el gobierno de Santiago no fuera como la de aquella vez cuando aún era niña y enfermé gravemente tras exponerme a la nieve por prolongado tiempo. El vuelo a la zona constaría poco más de seis horas, aunque antes de arribar al gobierno sureño, mis padres espetaron tener que hacer una escala previa a la ciudad principal de Teya, Isidro. Sitio en donde la casa gobernadora reside con una de las cinco familias antiguas de Victoria, los Farfán.
El gobernante actual, Rene Farfán nos recibió al pie de las escaleras tras el arribo en jet a su más que basta propiedad junto con su hija Mikaela. Ella era meses mayor que mi hermano y como buena teyana, poseía piel trigueña como su padre debido a la eterna primavera en el que se sumergen esas tierras incluso si esa fuera la temporada más helada del ciclo.
Su glacial porte no pasó desapercibida, así como su cálida sonrisa, aunque vagos resplandores de rebeldía se mostraron debajo de esa educada formación, pues su castaño rojizo cabello se instalaba hasta sus hombros enmarcando lo lacio que aquel era.
Dentro de los estándares en Victoria, portar el cabello largo es sinónimo de elegancia y distinción entre las damas más refinadas, causando que mi título de princesa me obligara a portarlo hasta la cintura, aunque a ella eso no parecía importarle, pues como futura primera gobernadora en toda la historia de esta nación, impondría cierto estilo que le diferenciaría comenzando con su forma de verse.
Mi mente recordó que al igual que yo, fue marginada algún tiempo debido a que uno de sus ojos rojos posee motas verdes, reflejando la ligera anomalía que sufrió al nacer y le otorgó inmunidad al dolor, sin embargo, al paso de los ciclos demostró ser una formidable fuerte digna de ser aceptada, y pertenecer a las doce contendientes a reina, puesto que en poco más de seis meses mi hermano debía elegir una esposa.
Mikaela era hija única, por lo que si ella se convertía en reina, el gobierno heredado de Teya pasaría a la línea de sucesión perteneciente a sus primos, aunque ninguno de ellos se encontraba en el sitio, siendo que su estancia actual radicaba en Santiago y no en Teya.
—Los hermanos Marven son...
—...buenos compañeros. Sí, ya los has mencionado varias veces —terminé la frase de Ben con una sonrisa, ya que muy en el fondo, me daba celos que aquel par de hermanos compartieran aventuras, pláticas y confidencias con los míos.
—Deja que conozcas a su padre a ver si tu sonrisita se sigue manteniendo, hermanita.
—Tal vez tenga la oportunidad de conocerlo cuando el evento de contendientes llegue.
Eso hizo callar por completo a Ben, arrepintiéndome de mencionarlo, ya que él no solía hablar conmigo (o alguien) de aquel tema. Tenía en mente que mi hermano conocía los nombres de aquellas doce jóvenes y que pensaba visitarlas personalmente en sus residencias muy pronto por consejo de mis padres, pero no más.
Tras llegar el atardecer debíamos partir, todos menos padre, quién tenía algún asunto (no supe de qué tipo) que lidiar por allá, sin embargo, cuando me encontraba a punto de subir a El Celeste, nuestro trasporte privado y particular que nos llevaría hasta nuestro destino original, mi padre habló.
—Hija, tú te quedas —la orden me tomó tan de sorpresa que terminé por mirar a mi madre.
—Pero creí... creí que iría con ellos —señalé a Benjamín, los guardias y mi madre.
—No. Carina, mi bella reina irá con tus hermanos escoltados por Paolo, nuestro general —dirigió una mirada solo para su esposa cuál si fueran todavía dos enamorados primerizos—. Tú iras conmigo a la cena. Un rey no debe ir a ningún sitio sin compañía.
—Pero yo... —antes de terminar la frase me di cuenta de lo que estaba haciendo. Cuestionar al rey de mi nación, por lo que de inmediato recompuse—. Será un placer, padre.
—Pórtate bien, Ofeli —exclamó mi madre, mientras besaba mi mejilla y acomodaba uno de mis necios risos detrás de mí oreja—. Luces hermosa.
—Por supuesto que lo es. Lo ha heredado de la espectacular reina de Victoria —continuó Ben colocando el brazo sobre el hombro de mi madre para después, darme un fraternal abrazo—. Entonces... hasta pronto. Juro protegerles con mi vida —me hizo un guiño, mientras entraba al jet con las turbinas encendidas.
—¡Falta Dante! —dijo madre.
—Iré por él —me postulé no sin antes ofrecer media vuelta para despedirme de ellos—. ¡Corre o se irán sin ti! —bromee con Dan tras verlo acelerar el paso, al tiempo que él tomó mi mano y la besó.
—Eres la joya más preciosa y extraña de este mundo —me exclamó como cada vez que nos separábamos.
—¡Sube ya Dante! La joya preciosa y extraña estará bien —vociferó Ben burlándose de ambos en el momento que se encontraba al borde del jet con el motor rugiendo y la escotilla trasera a punto de cerrarse.
No muy lejos, recorriendo los pasillos de la explanada de la casa gobernadora de los Farfán, visualicé a Paolo, el general de nuestra nación y segundo hombre más importante después de mi padre. Recuerdo compartir una mirada tras emparejar su paso ante mi presencia con él. Me hizo una reverencia que correspondí, pero no más, puesto que en cuanto parpadeé de nuevo y redoblé hacía la pista, la aeronave estaba con la compuerta cerrada.
—Ofelia, hija vamos. Ve a colocarte el vestido que está en la habitación —la voz de mi padre me tomo por sorpresa, considerando que no recordaba el instante que llegó frente a mí, ni mucho menos cuando el general se desvaneció frente a mis ojos.
—¿Cuál habitación? —pregunté confundida parpadeando e intentando enfocarme.
—A la que la detinaré yo, princesa — habló Mikaela con una cálida sonrisa—. ¿Le sucede algo? —siguió su voz tras notarme tocar mi sien.
—Nada, solo una repentina jaqueca.
—¿Puedo ayudarla con ello? —negué.
—Descuide, no es nada señorita Mikaela.