Mis perezosos ojos comenzaron a desunirse, dirigiéndose directamente a ver que numero marcaban las agujas del reloj. No habían pasado ni 45 minutos desde que me dormí, me había costado bastante conciliar el sueño y me daba rabia pensar que, seguramente, esta no iba a ser la primera noche en la que no podría dormir. Sentía como mis pómulos estaban desgarrados, producto de una noche de lagrimas que no había hecho nada más que empezar.
-¿Estas bien hija?- La ronca voz de mi madre se oía desde la otra línea telefónica. Se escuchaba la ruidosa música de fondo junto una fusión de conversaciones de personas ajenas. Ya no era sorprendente que mi madre fuese inmune a ruidos molestos después de ver el lugar donde trabajaba.
-Si, si bueno, ¿Vas a tardar mucho en volver?- Mis esfuerzos por controlar las lágrimas que querían escapar de mis ojos fueron en vano. Mi voz rota delataba la realidad, nada iba bien.
-Ehh, creo que volveré ya. Le pediré a una compañera que me cubra.- Odiaba preocupar a mi madre de aquella manera y por más que quisiera decirle que no, no conseguía articular palabra alguna, estaba intentando controlar la pesadumbre que llevaba encima.
Dejé el móvil a un lado, contaba con mas de 500 mensajes, la mitad de ellos no sabía de quienes eran. Varios compañeros del instituto habían conseguido mi número y ahora no dejaban de preguntarme sobre lo que había sucedido. Algunos de ellos por chismosos, y en cuanto los demás, quería pensar que preguntaban porque realmente estaban preocupados. No volví a saber nada de Adrik por esa noche, pensé mas de una vez en llamarle, pero al final decidí hacerlo por la mañana.
El timbre del portal irrumpió con el silencio de la casa, mi madre había llegado y por la rapidez en la que volvió, estaba segura de que se había pedido un taxi.
-Acabo de hablar con el taxista y me ha contado lo que ha pasado…- Decía agitada. No dudó en dejar todo lo que cargaba a la entrada y nada más abrir la puerta, se había lanzado a mis brazos. Me sentía segura ahí, atrapada entre uno de sus cálidos abrazos, posando mi cabeza en su pecho y escuchando como el aire salía y entraba de sus pulmones. Sus delgadas manos se entrelazaron en mi pelo después de posar sus labios en mi frente.
-¿Quieres contarme tu versión? La gente no sabe bien lo que ha pasado, y no me fio de la prensa.
-No se porque lo ha hecho. Tenía un arma gigante en sus manos, y sigo sin creer que era él el que la sostenía. Silvia esta herida, y creo que el otro hombre ha muerto…- Un nudo de lágrimas comenzó deslizarse por mi garganta. Mi madre decidió no presionarme más, cerró la puerta detrás suya y rodeo sus brazos alrededor de mi cintura, empujándome a andar hasta la cocina, donde se dispuso a prepararme una de sus infusiones.
Aquella noche, mi madre no dejo que permaneciese sola, insistió en que durmiese con ella, y eso fue lo que hice. Al fin y al cabo, no disponía de energías suficientes para negarme.
Llegó la hora de afrontar la realidad. Mi madre me había cedido el permiso para quedarme aquella mañana en casa, y aunque por un momento pensé que sería lo mejor, también tenía impulsos de acabar cuanto antes con el acoso de mis compañeros para que les contase mi versión. Sabía que ninguno de ellos, excepcionando mis amigos ( O eso pensaba ) iba a tener algo de empatía. Todos corrían ante el salseo, ignorando los sentimientos de aquella persona. No se paraban a pensar en que tal vez, aquel incidente había supuesto un trauma para mi o que simplemente, no quería hablar de ello.
Nada más subir al autobús, sentí las penetrantes miradas de los pasajeros. Ignoré a cada uno de ellos y me dirigí al que solía ser mi asiento. Me coloqué los auriculares pero antes de poder poner la música sentí el tacto de una mano encima de mi hombro. Puse los ojos en blanco y volteé la cabeza para ver de quien se trataba.
-A…Adrik.- Dije tartamuda. El castaño se sentó a mi lado fingiendo una pequeña sonrisa en su rostro. No sabía bien que hacer o que decir, no le había llamado ni a el ni a su madre para preguntar cómo estaban. Me sentía la tía más egoísta del mundo.
-Te iba a llamar nada más salir del instituto, ¿Qué haces tu aquí? ¿Cómo está tu madre?.- Pregunté intentando justificarme.
-No te preocupes. Le sacaron la bala y le dijeron que no podrá articular el hombro por bastante tiempo. Esta más preocupada por el negocio que por ella misma.- Notaba su tristeza en las palabras que dejaba salir de sus labios, no se había atrevido a mirarme todavía pero pude notar como sus ojos estaban mas hinchados de lo habitual.
-Eso ahora es lo de menos, te ayudaré yo, intentaré aprender a hacer panes tan buenos como los de tu madre, y estoy segura que tú también podrás sacar la cafetería adelante .
-Ya, pero la cuestión es que después de lo ocurrido, ya no tengo ganas de continuar trabajando ahí. Además…-Hizo una breve pausa antes de continuar. Su mirada se perdió en busca de su mochila, donde de ahí saco un sobre color celeste. Destacaba la bandera francesa junto a unas letras en grande que ponían “French Culinary Institute.”