Mi amiga era de esas mujeres linda, simpática, siempre a la moda. No había detalles que dejara al azar, su color de esmalte debía combinar con el vestido del día, su maquillaje con sus zapatos, y un vestido nuevo cada semana. Siempre me hablaba de mis errores en mi forma de vestir, yo me excusaba que con mis hijos casi no tenía tiempo.
Se había casado con un joven y exitoso cirujano. En bromas me decía que era el hombre ideal, pues si algo se le caía, él se lo subiría (haciendo referencia a su cuerpo). Lo último que supe de ella, es que se fue a Europa, a viajar por el mundo junto a su marido, querían disfrutar de una larga Luna de miel.
Aun cuando manteníamos frecuentes correspondencias, me enviaba postales de los lugares que visitaba, nuestra relación de amistad se empezó a enfriar por la distancia. Tal vez fue por eso que me sorprendí tanto, cuando recibí su llamada de teléfono. Me habló alegremente avisandome que volvía, y que tenía muchas ganas de verme, que me extrañaba. Me dio la dirección de la que sería su casa definitiva.
Luego de hablar con mí marido, y quedar de acuerdo de que él cuidaría a los niños aquel día, tomé el vehículo y partí rumbo a la citada reunión. Estaba nerviosa, no podía evitarlo, habían pasado unos dos años desde la última vez que nos vimos.
Conduje un par de horas hasta llegar al lugar, un barrio lujoso y campestre, de clase alta. Digo Lujoso y campestre, porque eran de esas nuevas construcciones de casas grandes, con extensos campos, de arboles enorme. O sea como llevar al campo la comodidad de la ciudad, y los lujos de la gente de clase alta. Me sentí un poco cohibida, había escuchado de estos barrios, pero era la primera y tal vez única vez que estaría en un lugar así. Detuve mi auto frente a una casa de tono pastel y que parecía estar encima de una pequeña colina, como si hubieran olvidado emparejar el suelo antes de construir. O bien había sido hecho con el propósito de darle a aquella casa una particularidad especial.
Revise el número varias veces, asegurándome que era el correcto, antes de llamar a la puerta. Un hombre joven, guapo, de cabellos oscuros, abrió la puerta. Me sonrió aun cuando lo miré nerviosa, luego de un momento me di cuenta que era el marido de mi amiga. Lo saludé con torpeza.
—Con que eres la pequeña Marcela —agregó mientras me invitaba a pasar—. Paula me ha hablado mucho de ti, hubiera sido bueno que hubieras ido a nuestra boda.
—Sí, es cierto... —pero yo si había ido a la boda, solo que él no lo recordaba.
—Paula salió un momento, olvido comprar unos ingredientes de la comida.
Hubo un silencio incomodo, ¿De que podría hablar con una persona que apenas conocía?
—Es cierto, tienes unos ojos muy lindo —dijo repentinamente mirándome con fijeza.
—Gracias... — musité sonriendo aun cuando no me sentía halagada, sino que todo lo contrario.
Tal vez fijándose en esto, se rio suavemente, y cruzando los brazos agregó:
—Es que Paula siempre me dice eso "Marce tiene unos ojos muy lindos, me da envidia"
Lo miré extrañada, recordaba que mi amiga me había dicho un par de veces que le gustaban mis ojos, pero de ahí a sentir envidia era algo que no me lo imaginaba. Una mujer tan linda como ella no sentiría envidia de mi solo por tener un lindo color de ojos. Siempre pensé que me lo decía como un halagado.
—¿De qué color son exactamente? —me observó con curiosidad e interés—. Es que yo colecciono ojos y me gustaría agregar los tuyos...
No sé qué rostro habré puesto que luego de mirarme se echo a reír. Dándome a entender que solo era una broma. Sin embargo su risa me recordó a las viejas películas de psicópatas. En eso su teléfono comenzó a sonar, se levantó del asiento indicándome que saldría un rato a hablar, me dejo sola en la sala. Me puse a mirar la innumerable cantidad de retratos en las paredes, parecía que la casa ya había sido habitada desde mucho antes. En las fotos salía una pareja joven junto a un par de mellizos que sonreían a la cámara. Me quede fija en la expresión de ambos mellizos, sonrisas distorsionadas, tal vez por mi propia imaginación, pero eran extrañas. En eso sentí algo y volteé de inmediato, encontrándome con el joven doctor que se encontraba a mis espaldas. Retrocedí como con una especia de reflejo, quedando atrapada entre el doctor y la pared. Puso sus manos a los lados apoyándose en el muro, pero sin mirarme a mí, sino que fijo en las fotos.
—Son mis padres, y ahí abajo esta mi hermana y yo —murmuró, luego sonrió—. Eres bastante nerviosa.
—¿Tienes una hermana melliza? —le pregunté haciendo el ademan de querer salir de la situación en que me encontraba, pero no movió sus brazos, dejándome aun atrapada.
—La tenía... — murmuró—. La encontraron muerta
Se alejó. Su mirada parecía perdida, como si recién se diera cuenta de lo que acababa de decir.
—La encontraron desfigurada, en el campo, cerca de aquí —se sentó en el sofá—. Mi hermana era una mujer muy bella, casi perfecta.
¿Casi? Quise preguntarle a que se refería exactamente, pero no me pareció correcto hacerlo, tal vez su hermana sufría de alguna enfermedad que él consideraba que atacaba su perfección.
—¿Paula se demorara mucho? —dije mirando mi reloj, aunque mi idea era cambiar el tema.
—No, me llamo recién, dijo que ya faltaba poco para llegar a casa —volvió a sonreír.
—Debe estar muy linda —agregue sonriendo.
—Si, mi mujer es muy linda, es casi perfecta.
Y de nuevo repetía lo que acababa de decir de su hermana. Me quedó mirando fijamente, su mirada era extraña. Esa misma rara sonrisa, que salía en los retratos, se dibujaba en su rostro. Me levanté del asiento nerviosa, viendo en donde estaba la puerta por donde había entrado.
—¿Por qué dices "Casi perfectas"? —la curiosidad me llevó finalmente a preguntar.
No respondía. Con la mirada fija en el techo parecía estar buscando las respuestas adecuadas.
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Editado: 24.06.2024