Lizzie
—¿Liz? ¿Liz?—Greta tiene la cámara tan cerca que puedo ver con claridad sus pecas.
—Greta, ¿Podrías alejar un poco la cámara?
—Cierto, que tonta soy—coloca el móvil encima de una mesa ratona y se sienta en el sillón de su sala—. ¡Hola!
—¡Hola!—respondo con el mismo entusiasmo.
—Te extraño tanto, el taller no es lo mismo sin ti.
Hace un puchero. Le sonrío.
Greta es una de las costureras con las que comparto área, además de que es una gran amiga. Fue extraño, en un primer momento, tener una amiga mujer cuando la mayor parte de mi vida estuve del lado de dos hombres. Lo cierto es que no cambia mucho.
—Te ves bien, tengo esperanza de que James se de cuenta de la mujer que eres y deje a esa tal Celina—dice segura. La sangre corre a mis mejillas—. Hablando de eso, ¿Cómo va el plan?
La traducción de esa última pregunta es: ¿Ya te rompió el corazón o todavía pretendes estar bien?
—Bien, bueno, más o menos—hago una seña con la mano—. Realmente aún no hemos empezado del todo.
—¿Cómo está James?
—Vive en un profundo sentimiento de venganza contra su hermano.
Asiente.
—Genial, ¿Y cómo la estás pasando?
—Extrañamente relajada—Es decir, hoy me siento así en contraste con otros días que tengo que estar revisando todo lo que sale de la boca de Celina para transformarlo en planes—. ¿Y tú?
—Como te dije, te extraño muchísimo pero ya me he encariñado con tus plantas y les cuento mis problemas a ellas.
Me pareció adecuado darle las llaves de mi departamento los días que me ausentara porque alguien tiene que controlar que mi monoambiente no arda en llamas mientras no esté. Y ella vive justo en el departamento de arriba.
—Puedes llamarme cuando quieras—le digo.
—Sí…—suspira—. Creo que lo haré.
No parece estar cómoda, de hecho, se ve bastante rara. Presiento que hay algo que está escondiendo.
—¿Qué pasa?—frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres? —Ríe nerviosa.
—Me estás escondiendo algo—la acuso.
Exhala como si se rindiera.
—Estuvo pasando el cartero esta semana.
Uy.
—¿Dejó algo para mí?—Retuerzo las manos sobre mi regazo.
—Sí…—levanta la mano donde lleva una carta—. Este lindo sobre rojo que dice "aviso de desalojo".
Carraspeo.
—Debió equivocarse.
—Pensé lo mismo, pero luego abrí tu mesita de luz y adivina que encontré—. Alza la otra mano para dejar ver cinco cartas más. Maldición—, Espera, ¿Por qué me siento culpable? ¡Tú eres la mentirosa aquí!
Cubro mi cara con las manos.
—Explica ahora que sucede, porque no creo que las colecciones—pone sus brazos en jarra.
—Creí que si las guardaba, se desvanecerían.
—Así no funciona, cariño—comenta con ese tono dulce y de pena que normalmente usa cuando quiere ser delicada.
—Debo unos meses de renta, ¿Sí? Solo algunos.
—¿Ya hablaste con el casero?
—Claro que sí, pero solo me presiona para que le dé su paga—Suspiro—. Estuve tomando horas extras pero parece que nunca se acaban las deudas.
—Yo podría darte dinero…—ofrece.
—Greta, olvídalo, si me das dinero te quedas sin comer un mes y no puedo meterte en ese lío por mis irresponsabilidades.
—Lo único que me pregunto es, ¿Cómo sucedió?
—Estuve comprando telas para, tu sabes, hacer vestidos por mi cuenta—le informo, no puedo quitar el nudo en mi garganta—. Mis propios diseños.
—Ay, Liz…—Menea la cabeza.
Me siento acongojada y completamente pérdida. Nunca pensé que llegaría un momento en mi vida en el que tuviera que elegir entre mis responsabilidades y mi sueño. Nadie me preparó para renunciar a ellos. Pero cada vez es más difícil tratar de cumplirlos, porque inevitablemente llevan dinero que no poseo.
—¡Tengo una idea!—exclama, feliz.
—¿Vender fotos mías en ropa interior?—pregunto.
—¡Sí! Bueno, no—Menea la cabeza—. ¿Cómo se te ocurrió eso? Deja, olvídalo—Vuelve a centrarse—, habla con tus padres.
—No puedo hacer eso, ya estoy grande para traerles problemas y además, yo quise mudarme aquí.
—Bueno, ¿Y si le pides dinero a tus amigos?
Meneo la cabeza al instante.
—Ni loca.
—¿Por qué no? Son como tus hermanos, ¿No?
—Ya se me ocurrirá algo.
Continuamos hablando de otras cosas. Greta me dice que conoció un chico que trabaja en la cafetería que queda a dos calles del edificio y que ayer tuvieron su primera cita. La llevó a comer algodón de azúcar al parque.
De pronto me pregunto si James estaría dispuesto a tener una cita así de simple. A todas las mujeres que conoció, que por cierto no fueron muchas, no porque no le sobraran pretendientes sino porque él era bastante especial a la hora de sentar cabeza, las llevaba a restaurantes lujosos y sitios extravagantes.
Tuvo una sola novia oficial, que le gustaba ir al circo. Y no de los que hay payasos graciosos, sino de esos sofisticados donde hacen acrobacias con ula ulas. Luego, nos invitaba a su casa para mostrar las grabaciones de los espectáculos. Era bueno para conciliar el sueño, siempre llegaba a cerrar los ojos. Raven siempre se dormía. James lo regañaba.
Meneo la cabeza, volviendo a centrar mi atención en Greta. Dice que lo volverá a ver en dos días y que está emocionada por saber que va a suceder. Yo también.
Cuando termino la llamada, me tiro sobre la cama, exhausta.
Que termine todo pronto, por favor.
(...)
—¿Lizzie?—me pregunta una voz por allá a lo lejos.
Una mano se sacude frente a mis ojos y me trae del trance.
—¿Ah, sí?—contesto, parpadeando.
—¿Entendiste el plan?—pregunta James, apoyado sobre una de las columnas de la entrada.
Asiento.
—¿Cómo es?—ataca Raven.
Lo miro mal.
—Está por llegar el vestido de Celina, interceptamos al repartidor, le decimos que nos dé el paquete y luego, lo escondemos—repito todo como la buena alumna que soy.
Esbozo una sonrisa de satisfacción que se desvanece por la corrección de James: