—Ay, Lizzie—me dice—. Te lo prometo, yo era un caballero antes de verte en ese vestido.
Me gustaría saber la razón por la que siento esas mariposas en el estómago. Las piernas me tiemblan. Siento como si un rayo subiera por mis talones, piernas, abdomen y al final se alojara en mi pecho.
Creo que es algo que llame hace muchos años el “efecto Foster”. Es muy sencillo de explicar, la mayor parte del día me imagino a James, la otra me preparo para verlo. Ahora, cuando no tengo tiempo para mentalizarme y él aparece, las emociones impactan en mi cuerpo de la nada. Todas al mismo tiempo.
—En serio, no sabes lo salvaje que se está volviendo aquí—Sonríe y da dos toques a su cabeza. ¿Él acaba de decir lo que acaba de decir? No, seguramente está bromeando—. Gracias por invitarme a pasar, muy amable.
Cuando pasa por mi lado, el olor a alcohol se aloja en mis fosas nasales de tal forma que no me permite respirar. De acuerdo, está borracho, eso explica todo. Por suerte, la ola de alcohol se coloca en el centro de la habitación.
Empujo la puerta y me cruzo de brazos.
—Estoy segura que no te invite—le digo.
Comienza a dar vuelta sobre sí, mirando a detalle todo el lugar. Lleva una expresión de impacto en el rostro.
—No me digas, es igual a la mía—Me ignora por completo,
No veía a James borracho desde hace siete años, cuando apostó con Raven que podía tomar veinte shots de tequila de una sentada. Evidentemente, no lo logró. Ser un insensato no es algo que lo caracterice pero Raven puede resultar persuasivo en demasía, y así como nos convenció de las mayores estupideces, esa no fue la excepción.
Y probablemente esta sea otra de esas ocasiones. Acaso, ¿Raven no me había dicho que lo invitaría al bar? Es obvio que esto lleva su firma.
—Espera…—reflexiona—. ¡Pero sí es mi habitación!
Sonrío, debo admitir que cuando se emborracha es un poco más gracioso de lo habitual.
—Mmmmh no, es la mía—le informo, acercándome a él.
Entorna los ojos en mi dirección, igual que lo haría un niño cuando está enojado por algo.
—¿Dónde está?—me interroga.
—¿Quién?
—El presentadorsucho—contesta. Y sin previo aviso, comienza a silbar y a caminar encorbado—. ¡Alán, ven aquí!
¿Lo está llamando como a un perro? No doy crédito a lo que ven mis ojos. Sacudo la cabeza y me acerco a él, obligándolo a retomar la compostura.
—James, mírame—le pido—. Él se fue.
Toma mi rostro entre sus manos y aprieta mis cachetes. A una parte de mí, le agrada sentir el calor de sus palmas en mi rostro. A la otra, la cercanía la asfixia.
—Lo sabía, le dije a Raven que tú nunca meterías a un hombre a tu habitación—mueve mi cabeza hacia un lado y luego al otro—. Es que eres tan inocente. Igual subí a comprobarlo, no voy a mentirte pero confiaba en un noventa por ciento en ti.
Me deshago de su agarre.
—¿Tú subiste a comprobar que…?—Antes de que pueda terminar la frase, oigo tintinear a mi celular.
Abro el bolso, el cual nunca solté, y lo saco.
Llamada de Rav.
Atiendo al instante.
—Liz, lo perdí—me dice, puedo notar la desesperación en su voz—. Estoy hablando de James.
—Qué raro—comento sarcástica.
—No puedo creerlo, estás siendo sarcastica. Tú nunca eres así—expresa, impactado—. ¡No sé que hacer, estoy preocupado! Es decir, ¿Tú lo viste? Es guapo y millonario, podrían hacerle cualquier cosa.
Debería quitarle la preocupación de encima o puedo llevarlo aún más lejos. Esto último no es mi estilo pero qué más da, me siento extrañamente feliz.
—Puedo saber, ¿Cómo se perdió?
—Pues mira, no voy a ahondar en detalles debido a que ¡Me va a dar un puto paro!—Comienza la frase con tranquilidad y la termina con un pico de estrés—. Pero en líneas generales, fui al baño dos segundos y se esfumó.
—Bueno, pregunta a la gente de por allí, si lo vió—le sugiero.
—¡Buena idea!—exclama. Está claro que Raven no se encuentra en estado de sobriedad. Supongo que no sé da cuenta que continúa en llamada porque habla:—. Señor, ¿Ha visto a un hombre como así de alto que viste traje negro y a veces anda de malhumor, no todo el tiempo, pero sí la mayoría? Le gusta la música clásica, es un nerd encubierto que toma café y se cree el dueño del uni…
Cuelgo.
Me echo a reír, sola. James me sonríe, aunque por su expresión, no tiene idea de porqué.
—¿Quién era?—pregunta.
—Raven—le contesto.
Está bien, la broma tiene que llegar a su fin. Tampoco busco hacerle tal daño psicológico.
Busco su nombre en contactos, dispuesta a llamarlo pero una mano encierra mis dedos antes de que pueda presionar el botón de llamada.
—No le digas que estoy aquí—me suplica, James.
—¿Por qué?
—Solo no lo hagas—contesta.
—Bien, pero si se muere de preocupsción, será tu culpa.
—Podré vivir con remordimiento—Se encoge de hombros y se coloca a un lado de mi cama.
Me cuesta unos dos segundos caer en cuenta que se deshace primero de su camisa y luego de sus pantalones. De pronto, tengo una vista perfecta de su abdomen y pectorales. Alto, ¿Qué está pasando? Tengo que aclarar mi mente.
Es que mira ese cuerpo.
Atenta, Liz.
—¿Qué haces?—le pregunto.
Sin invitación alguna, se mete en mi cama y bosteza.
—Tengo muchísimo sueño.
Retuerzo mis manos, con nerviosismo. Tengo que darme aliento a mi misma para poder hablar, es que esta situación y él está así. ¡Él está en mi cama! Tomo aire.
—Pero, tu habitación queda a dos puertas—remarco.
—Esta es mi habitación—refunfuña.
Por favor Dios, que salga un monstruo del armario y lo obligue a levantarse.
—Esta no es tu…—comienzo pero me quedo muda.
Pienso. ¿Qué caso tiene seguir discutiendo con él? No importa, dormiré en el sofá. Puedo manejar esta situación y por supuesto, cuando duerma le enviaré un mensaje a Raven.
—De acuerdo—Le doy la razón—. Que descanses.