Enamorado de una rara.

Capítulo 4

Michael.

Estamos en la última clase mañanera, matemática, que termina en una hora. Luego iré a almorzar con mí mamá y volveré a la escuela para las clases de la tarde, que duran hasta las cuatro. Y después de eso, iré con Camille a mí casa para buscar lo necesario para ir al hospital a ver a la señora que fue atropellada.

La verdad, es que me cayó muy bien. Es tímida, pero simpática. Y además es buena, porque cuando se dió cuenta que hablar de la razón de la mudanza era un tema tabú para mí, no preguntó nada, sino que me miró con algo de cariño y comprensión. Es una chica hermosa. Tiene el cabello castaño oscuro hasta los hombros y los ojos del mismo color. La piel blanca y mejillas sonrosadas que resaltan su belleza. Es de mediana estatura y muy flaquita. Parece una muñeca.

No puedo creer que esa chica, que dijeron que se llama Elda, la humilló de tal manera. Además de lo que dijo de su padre, dijo que era pobre y la iba a hundir. Yo sé que ser pobre no significa ser débil o malo, y no es tan malo serlo. Es mejor una persona pobre y buena que una rica y mala. En una persona no importa la clase económica a la que pertenece. Lo único que importa realmente es la personalidad de uno.

Si tuviese que elegir entre Camille o Elda, para ser amigos, hacer un trabajo, etcétera, escogería a Camille.

Es todo lo que un chico quisiera. Linda, buena, simpática y tímida. Pero pareciera que nadie la mira de esa forma. Sino que la miran con asco y desprecio, pensando sólo en el dinero.

Miro hacia su dirección y veo que está concentrada viendo el cuaderno y completando las actividades con tanta fluidez que me doy cuenta lo inteligente que es.

Buena, linda, tímida, simpática e inteligente.

Vuelvo mí vista a mí cuaderno y termino los puntos. Alzo la mirada y me percato de que muchas de las chicas del salón me están viendo con cara de: eres un Dios Griego", por lo que abro nuevamente el cuaderno y hago de cuenta que estoy resolviendo las actividades. Su mirada me intimida un poco.

De repente suena el timbre para volver a casa. Recojo mis cosas y las guardo en la mochila. Miro hacia donde está Camille y puedo ver qué se está riendo junto a una chica rubia muy bonita. Estoy seguro que es su mejor amiga, porque en el recreo las ví juntas, y cuando Camille volvió de la dirección, el profesor Larry le pidió que le explicase el tema y ella aceptó alegre.

Dos personas como Dios manda al fin.

Supongo que si me llevaré bien con Camille, también lo haré con su amiga, que se llama Livi, por cómo la llamó el profesor.

Me levanto y me acerco a ellas. La rubia le da un golpecito en el codo a la morena y ella levanta la mirada confundida.

Las miro sonriendo y saludo.

-Hola de vuelta, Camille.- Ella sonríe.

-Hola de nuevo Michael.- Miro hacia su amiga y le sonrío.

-Hola, soy Michael French, un gusto...- Ella me miraba sonriendo y parecía estar sorprendida.

-Hola Michael soy Livi, la mejor amiga de esta princesa.- Dijo señalando a Camille y ella se sonrojó.

-Sí, una auténtica princesa.- La elogié haciendo que se sonrojada aún más mientras que Livi se esforzaba por no echarse a reír en mí cara.

-Bueno Michael, ha sido un gusto conocerte y espero que seamos buenos amigos, pero mís padres me están esperando afuera para llevarme a casa.- Dijo y miró a Camille. Le besó en la mejilla y le acarició el cabello, luego me miró y chocamos manos como despedida. -Bye.- Se acercó un poco a mí y disimuladamente me susurró al oído. -Cuida a la princesa.- Le asentí. -Bien, sé que lo harás.- Nos miró nuevamente y movió la mano sonriendo, para luego ir hacia la salida con su grande y rosada mochila en la espalda.

Miré a Camille y ella me estaba viendo.

-¿Quieres que te acompañe a casa?- Le pregunté.

-No quiero molestarte, pero si quieres está bien.- Dijo y sonrió. Agarró su mochila y se la puso al hombro. Le dí una palmadita en él, en señal de que nos vayamos.

-Te la llevaré yo.- Dije señalando la gran mochila azul que parecía contener ladrillos.

-Pesa bastante, pero no dejaré que lleves las dos. No te preocupes.- Dijo y la puso también en su otro hombro. De pronto se balanceó un poco hacia atrás por el peso de ésta y la sujeté de las muñecas para que no cayera.

Se estabilizó de nuevo y me miró rendida, mientras yo la miraba sonriendo.

-Está bien, llévala, pero tu me das la tuya. Cambiamos.- Dijo y aunque me parecía poco caballeroso asentí.

Le entregué mí mochila de color rojo y tomé la suya azul. Para mí no pesa nada, dado que por ir al gimnasio tengo los músculos entrenados, por lo que la llevo en un hombro. Ella se coloca la mía en los dos y me mira sorprendida.

-¿Qué sucede?- Le pregunto al no entender el motivo de su mirada.

-Es que... Pesa tanto y tú... La llevas como si fuera una pluma.- Dijo sonrosándose nuevamente mientras veía mis hombros con admiración.

-Ahhm, eso... Estoy acostumbrado. Voy al gimnasio cuatro veces por semana y mí entrenador es algo estricto.- Digo sonriendo levemente.

Ella sigue embobada mirando mis hombros, espalda y abdomen, que se marcan porque me he puesto ropa algo más ajustada. Se da cuenta de su estado, y despabila moviendo la cabeza a un costado, pero puedo ver qué tiene la cara tan roja como un pimiento.

-Vamos.- Le digo haciendo un ademán con el brazo como todo un caballero, y ella lo mira y luego a mis ojos algo sorprendida. Luego de unos segundos, cuando estoy por retirar mí brazo, ella enrieda el suyo con el mío, y queda viéndome. Sonreímos y salimos caminando en esa posición hacia la calle.

Me indica hacia donde está su casa y vamos caminando hacia donde ella dijo. Faltan unas pocas cuadras para llegar.

De pronto ella rompe el hielo que se había formado.

-¿Y tú dónde vives?- Inquiere curiosa.

-A unas ocho cuadras hacia el lado opuesto, todo derecho.- Respondo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.