Mercy
Parpadeé sin poder creer lo que veía, posé mis ojos en la lavadora y luego en Diego quien se encontraba sentada encima de la máquina.
—¿Qué haces aquí, y que es eso?— pregunté aún sin asimilar su presencia.
—Esto, mi futura esposa, es un regalo para ti. Tu lavadora está descompuesta, y necesitas uno.
—¿Subiste tu solo esto hasta aquí?
Bufó intentando bajarse, pero este pobre hombre es más torpe que yo que se dio de sopetón con el suelo. —¡Ay Jesús bendito! ¿estás bien?— pregunté tomándolo del brazo.
—Sí estoy bien.— contestó apretando la nariz.
—Esto mañana dolerá.— negué moviendo mi cabeza.
—No, no dolerá mañana.
—¿De verdad?— moví la cabeza afirmando.
—Dolerá hoy.
—Gracias por el ánimo misericordia.
—Diego, no puedo aceptarte la lavadora.— dije extendiendo mi mano hacia él.
—¿Por qué no? ¿Ya te regalaron uno?
—No, nadie me regaló nada, pero es demasiado y pues… —No para mí.— contestó y solo puse los ojos en blanco.
—Lo sé Diego, pero para mí sí.
—Te lo descontaré de tu salario, ¿Qué dices? Sino quieres aceptar como regalo.— suspiré hondo, se que es una vil mentira eso, no lo hará, pero también necesito, es algo casi indispensable.
—Esta bien Diego, lo acepto con la condición que deberás descontármelo. — sonrió apoyando su mano en la lavadora que por cierto era una de las mejores marcas.
—Bien ayúdame a meter esto, porque no creo que mis bracitos puedas solo.— sonreí negando y en verdad estuvimos como una hora intentando meterlo, hasta que un vecino muy amable nos ayudó y pudimos hacerlo.
—¿Y bien?
—¿Y bien que? — movió sus dos brazos como si fuera un niño.
—¿Aún sigues con pareja para la gala?— me mordí mi mejilla interior, la verdad es que ahora tengo menos esperanzas de ir con Patricio, debo saber de alguna forma si en verdad irá con Lucy la perfecta.
Y si no, lo invitaré yo misma, si eso haré, me animaré a invitarlo.
—Sí Diego, ya te lo dije, tengo pareja.— se acercó a mí tomándome de la mano, enarqué una ceja mirándolo. —¿Me dirás quien es ese hombre misterioso?
—No hay ningún hombre misterioso Diego, es solo un amigo.— contesté dándole la espalda, creo que ya estoy loca, soy como una niña que ve amigos invisibles y luego tomo té con ellos.
—Bien, si cambias de parecer avísame, la verdad no quiero ir solo.— volví a girar hacia él.
—¿No tienes a nadie con quién ir?— apretó sus labios en un gesto simpático.
—No, yo aquí no conozco a nadie, tengo toda mi vida en Nueva York.
—¿Y allí no tenías novia?— se me quedó mirando por largos segundos sin decir nada. —No, no tenía novia ni nada, no me gustaban esas cosas hasta que…
—¿Hasta que qué?
—Me di cuenta que eres el amor de mi vida Mercy.— eché una carcajada sin poder evitarlo.
—Deja de actuar Diego, en verdad podrías ser merecedor de un Oscar por mejor actuación.
—No estoy actuando Mercy, me gustas.— tragué grueso cuando me tomó de la cintura y pegarme a su cuerpo.
—Al principio sí pensaba que eso de casarme contigo era una locura, pero me di cuenta que no, no es descabellada, porque me gustas, me pareces una mujer inteligente, amable, simpática. Tienes muchas cualidades a demás de tener unos preciosos ojos.
—Diego por favor.— dije alejándome de él, la verdad me sentía un poco incómoda, no noté diversión en sus palabras, pero ¿Le gusto a Diego? Eso sería increíble.
—Gracias por la lavadora, pero debes irte, mañana tenemos mucho que hacer, apenas faltan dos días para la gala y debemos ultimar detalles.
Suspiró hondo pasándose la mano por el pelo. —Si me dieras la oportunidad de demostrarte que estoy siendo sincero, te darías cuenta que no estoy bromeando Mercy, podré ser un tonto, un idiota, pero no estoy jugando con esto. No me importa el dinero.— elevé una ceja. —Bueno sí importa, no me gustaría vivir en la pobreza después de tener dinero toda mi vida, pero quiero compartirlo contigo.
—Diego, yo no quiero dinero, yo…— agaché mi cabeza y el lo volvió a levantar con su mano sujetándome del mentón. —Yo sé eso Mercy, y es lo que más me gusta de ti, no eres como las mujeres a los que estoy acostumbrado, eres sencilla y no te interesa lo material.
—Pero no puedo estar con alguien que no me gusta o no quiera.— reclamé.
—Eso puede cambiar, puedes llegar a quererme, puedes llegar a sentir algo por mí si yo te demuestro amor.
—Buenas noches Diego.— dije no queriendo alargar más el tema. Movió la cabeza finalmente con una mueca de sonrisa melancólica.
Caminó hacia la puerta, giró hacia mí de pronto y solo me observó. —Muchas veces no debemos dar tantas vueltas a las cosas, simplemente tomar las oportunidades que se te presenta en la vida y aferrarte a ellas con todas tus fuerzas, total eso del amor no es real, pensamos amar a alguien, pero no nos damos cuenta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor ignorando oportunidad por estar tan ciegos. Buenas noches Mercy ,que descanses.— es todo lo que dijo saliendo de mi departamento y me quedé mirando la puerta. ¿Oportunidades?
¿Quién te hizo tanto daño Diego por eso hablas así? ¿En verdad te gustó o solo me quieres usar para sanar algo? ¡Dios! No puedo pensar coherentemente, Diego me volverá loca, cada día con sus ocurrencias, pero debo admitir que todo lo que me hizo pasar cuando nos conocimos está recompensándome , y luego estás tú muñecote, no puedo sacarte de aquí. Dije señalando mi pecho, ¿Cómo dejo de amarte? Si te metiste tan profundo sin pedir permiso, solo llegaste como un intruso, me sonreíste y te llevaste todo de mí.
Todavía recuerdo ese beso que nos dimos, ese beso fingido, pero para mí fue tan real, cuando sus labios tocaron los míos, cuando la suavidad de su piel hizo contacto con la mía y miles de fuegos artificiales explotaron en mi interior.
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Editado: 17.05.2022