~Narrador~
Claudia no podía creer lo que pasaba, estaba ahí, sobre sus piernas, con su rostro sobre el suyo y con esa enorme sonrisa tan cautivante, que, sin duda, era solo para ella.
―¿Dormiste bien? ―preguntó Daniel ensanchando más sus labios.
Por alguna razón, que para él resultaba desconocida, esa chica le causaba una enorme ternura, algo completamente distinto a lo que todas las mujeres que había conocido provocaban. Tal vez fuera esa imagen tan espontánea y natural que mostraba o sus locuras, fuera lo que fuera, no había sido capaz de abandonarla a su suerte después de que se quedara profundamente dormida, a pocos minutos de que el avión aterrizara. Se había dicho que era solo sentido común, pero nunca había hecho algo como eso.
―¡Lo siento! ―se disculpó ella, poniéndose de pie torpemente, casi cayendo de la banca, sobre la cual la había acostado él.
―Con cuidado ―dijo sosteniéndola del brazo.
―Estoy bien… ―contestó ella intentado alinear su cabello. “¿Por qué tengo que hacer tantos osos delante de él?”, se preguntó mentalmente, mientras lo observaba.
―¿Segura que estás bien?
―Sí, sí, pero… ¿Cómo fue que baje del avión? ―Miró alrededor, aun desorientada. “Si estaba dormida, alguien tuvo que cargarme o algo así”, pensó Claudia.
Daniel sonrió ante su pregunta.
―Aquí ―señaló estirando sus brazos.
“¡Dios! ¡Dios! Espera, espera… ¿Fui cargada por esos enormes brazos? ¿Y estaba dormida? ¡No! ¡No!”.
―¿Por qué? ―quiso saber ella. Él la miró extrañado―. Me refiero a ¿Por qué lo hiciste? Podría haberlo hecho cualquiera otro.
―Veamos ―él se llevó la mano a la barbilla con un gesto pensativo―. Estabas dormida, eras mi compañera de asiento, así que no podía dejarte ahí. Si, esa es la razón.
―Vaya. ―Se sintió un poco tonta, porque desde luego que sonaba razonable.
―Pero ya que estás despierta… ―Daniel se puso de pie y ella descubrió lo alto que era, con facilidad superaba su altura con 20 centímetros, aun cuando ella usaba tacones―. Creo que es hora de que me vaya.
―Gracias ―balbuceó, impresionada por su imponente presencia. “Es enorme. ¡Rayos! Soy una enana junto a él”.
―No tienes nada que agradecer, solo ten más cuidado la próxima vez. No fue buena idea lo de la pastilla para dormir.
―Lo sé y lo tendré en cuenta, te lo aseguró. Gracias de nuevo… ―Sintiéndose conmovida por sus acciones, se lanzó sobre él. Quien no supo cómo reaccionar ante su repentina osadía, se abrazó con fuerza a su firme dorso y hundió el rostro en su pecho. “¡Jesús! ¡Qué bien huele!”, pensó cerrando los ojos.
―De… nada ―logró decir, aun sorprendido por su muestra de afecto. Al darse cuenta de lo que hacía, retrocedió apartándose de él.
“¿Qué rayos hago?” se reprendió, aunque no realmente arrepentida de tomar un poco de él.
―Lo siento… ―se disculpó torpemente.
―No hay problema ―aseguró Daniel con una sonrisa. “Esta chica es única”, concluyó―. Es solo que no quería que te llevaran de regreso a Paris… ―bromeó, logrando que se ruborizara.
―Creo que no lo hubieran hecho, es más probable que me hubieran lanzado por ahí ―reflexionó Claudia, con gesto pensativo.
―Claro que no. Jamás le podrían hacer algo así a alguien tan lindo como tú. ―“¿Me dijo linda? ¡Dios! ¡Me dijo linda!”―. Por cierto…. pedí tu equipaje. Me tome el atrevimiento de revisar tu cartera y ver tu identificación, solo por si no despertaban y debía llevarte a tu casa.
“Tú puedes revisarme lo que quieras, guapo”.
―Está bien, tú puedes ver lo que quieras… quiero decir revisar lo que desees… digo… ―sus pensamientos la traicionaron, pero él solo sonrió.
―Ya entendí, creo ―comentó claramente divertido ante el nerviosismo de ella.
―Gracias de nuevo, por todo y cargarme… ―“Cállate, Claudia, antes de que digas algo más” se reprendió―. Gracias.