SILDERANE
Me había quedado de piedra, decir que estaba sorprendida era demasiado insignificante porque lo mío iba mucho más allá. No lo podía creer.
—Eh...—sus cejas pelirrojas se levantaron ante mi silencio y yo me obligué a mí misma a reaccionar.
—¿Nathalie Hamilton?—pregunté, ahora había algo más importante que simplemente saber quién era esa mujer.
—Sí.—dijo mientra se rascaba la nuca con nerviosismo—. Me llamaron para informarme que mi esposa...
Mi vida era un chiste. Un completo y muy mal chiste.
—Tal vez ese enfermero pueda ayudarte.—le interrumpió Alex mientras yo me hundía más y más es un estado de estupor.
Sentí como el pelirrojo se alejaba y con él todos los días y noches que yo había pasado soñando con él. Todas las esperanzas de volverlo a ver. Todas las mariposas que me había causado. Todos los sentimientos que me habían torturado durante tanto tiempo, todos los sacrificios que yo había hecho por volverlo a ver.
Me había hecho polvo.
—Silder...—sentí el susurro de Alex a mi espalda junto con su mano. Estaba tratando de darme apoyo—. ¿Estás bien?
No lo estaba, pero yo no podía explicarle por qué, debido a que él no lo entendería.
—¿Dónde está Nathalie, enfermero?—escuché la voz a la lejanía y traté de recomponerme y prepararme. Esa horrible situación aún no había terminado.
—La señora Hamilton está fuera de peligro señor, tranquilo.—le dijo el enfermero que momentos antes la había recibido lleno de preocupación. Lo miré fijamente, ese hombre no me agradaba.
El suspiró que salió de su pecho terminó por romper el mío.
—¿Y qué fue lo que pasó? El doctor llamó pero...
—La atropellaron, no fue un golpe muy fuerte pero el susto no se quita así como así—estuve segura de que el pelirrojo no notó su tono de burla pero yo sí, ese hombre era muy sospechoso—. Gracias a Dios la mujer la trajo con rapidez para que sus heridas no hubieran empeorado.
—¿Qué mujer?
—Ella.
Los largos dedos del enfermero señalaron directo a mi cara y el pelirrojo con sus ojos verdes siguió el camino señalado, cuando me miró frunció el ceño y toda la preocupación se esfumó para dar paso a la rabia.
Sí señor, aquí venía.
—¿Tú fuiste?—me preguntó con rabia, el tono suave en el que me había preguntado por su esposa ya no estaba más, debido a que ahora yo no era una extraña preocupada sino la culpable de todo. Lo entendía. Pero a pesar de eso, no me gustaba.
—Sí, pero no tienes por qué hablarme así, perfectamente pude haber escapado de la escena pero me bajé de mi coche y la traje aquí, así que si me dieras las gracias sería muy amable.
Una ceja insolente se alzó de su hermosa cara, y cuando parecía dispuesto a darme un golpe, Alex me agarró del brazo y me puso detrás de él para encarar al pelirrojo. De repente ambos parecían más altos y más grandes mientras se miraban, Alex era más bajo que el pelirrojo por 1 centímetro pero eso no impidió que una mueca arrogante le adornara la cara, mientras que el otro hacía exactamente lo mismo.
La cara cínica y aristocrática de Alex contra la tierna y hermosa del pelirrojo.
Me detuve antes de poner los ojos en blanco ante lo ridículo del momento, tampoco quería arruinarles la diversión
—Silderane tiene toda la razón, ella puede disculparse pero tú deberías hacer lo mismo.
—¿Silderane?
Ay, no podía ser.
Vi el momento justo de escapar de tanta asquerosa testosterona cuando el doctor canoso que ya conocía se acercó a nosotros, al ver al pelirrojo sonrió y se limpió las manos con la bata.
—Nathan, qué gusto verte.—dijo mientras le daba la mano al pelirrojo.
Nathan y Nathalie, qué estupidez.
—Robert.—le respondió con elegancia mientras le devolvía el apretón. Ya no parecía el loco dispuesto a matarme sino un hombre bien vestido común y corriente.
—No sé si te dijeron—dijo soltándolo y revisando algo en su carpeta metálica del infierno— que Nathalie está en perfectas condiciones, solo necesitará medicamentos para el dolor y las inflamaciones. Aparte de eso, te la puedes llevar en este mismo instante.
—¿Medicamentos?—preguntó Nathan mientras me miraba y yo me ahogué con mi propia baba, ojalá no quisiera decir lo que yo creía.
—Sí.—dijo el doctor—. La señorita Silmer... Silver...—sus ojos oscuros me miraron buscando ayuda y me tomó todo mi auto control no bufar ante tanta estupidez.
—Silderane.
—¡Silderane!—la risa nerviosa del doctor lo único que hizo fue que la situación se pusiera incluso más incómoda—. Ya pagó por la estadía de la señora.—su sonrisa era más que satisfecha.
Sentí a Alex apretarme el brazo hasta la exageración, me volví a mirarlo dispuesta a escupirlo pero, al ver sus ojos, recordé que estaba de malas y, como ley de vida, si estaba de malas, todo lo iba a poner peor.
—¿Que hiciste qué?
—Que ya pagó.—le respondió con grosería Nathan—. ¿No escuchaste?
Alex se enfureció mientras que Nathan lo miraba como si no fuera más que un bicho, yo no podía creer que los hombres fueran tan ridículos.
—Señor Hamilton.—le interrumpió el doctor notándose igual de incómodo que yo. Le agradecí la intervención en silencio—. La señora lo está esperando en su habitación, permitame acompañarlo.
Nathan me miró por encima del hombro de una forma que no entendí para luego darse la vuelta y seguir al doctor por un pasillo. Cuando por fin se fue me di la oportunidad de respirar.
Alex, a mi espalda, me soltó como si yo tuviera sida y me dio la espalda mientras refunfuñaba.
—Menudo cagón.
Alex a veces era como un niño pequeño.
Me abracé a mí misma con mis brazos y traté de relajarme, todo había pasado demasiado rápido y demasiado feo. Yo soñaba con volver a ver al pelirrojo, ahora ya con un nombre, pero ni en mis peores pesadilla imaginé algo tan horrible. Me dolía la nariz, señal de que iba a llorar, pero respiré hondo, no quería tener que darle explicaciones a nadie y mucho menos a Alexander.